martes, 28 de diciembre de 2010

Caminando por el microcentro


Durante la década del ’90, El Cafetal supo ser un tradicional café céntrico por donde elegían pasar transeúntes en busca de paz, y una de las rockerías más extremas de la ciudad. De las reuniones de las chicas Mary Kay a los pogos de Flema.

Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe

El Cafetal solía ser un lugar donde los extremos podían convivir cómodamente. Mientras un martes por la tarde, la vereda de 49 entre 6 y 7 se poblaba de los autos rosados de las revendedoras de Mary Kay que elegían a ese bar como punto de encuentro, durante la madrugada de los fines de semana una horda de chicos se apropiaba de la parte de arriba para, mientras escuchaba rock, festejar como si ésa fuese su última noche.
El Cafetal no siempre fue una rockería. Antes de eso, sólo era un café que, al estar ubicado en pleno centro, resultaba cómodo para quienes paseaban por la zona. Algunos pocos, como Jorge Hoyos Ty, eran asiduos al local porque, aunque parezca extraño, les resultaba “muy tranquilo”. Poco tiempo después, a principios de los ’90, el bar de 49 y 7 dejaría de ser sólo un negocio elegido por transeúntes que buscaban paz, aunque conservaría esa característica durante la semana.
La transformación de El Cafetal en un reducto para rockeros sucedió luego de que Sandra Laffaye se asociara con Laura, la hija del dueño del lugar, quien les permitió utilizar un espacio en el primer piso. En un principio, el bar era pequeño y ahí tocaban únicamente bandas locales. Luego, se convirtió en un boliche donde llegaron a haber mil personas. “Atrás había una cochera. Yo le pedí al padre de mi amiga que me diera esa parte y le dije que se la iba a llenar. Nos la dio un sábado, en el que tocaron Confites, armamos una barra y explotó, había 800 personas. Ahí arrancamos”, recuerda Sandra.
En el escenario de El Cafetal todos los viernes y sábados tocaba alguna banda local o de Buenos Aires. Así, por ahí pasaron Please Bis, Los Confites, Viejos, Sucios y Feos, Murciélagos, 30 monedas, Ataque 77, Los Piojos, Los Brujos, Flema, Pappo, La Mississippi, Memphis, La Bersuit y Los Calzones Rotos, entre muchos otros.
La mayoría de los rockeros de la época iban en algún instante de la madrugada por El Cafetal. De esa manera, aunque al lugar llegaran seguidores de las bandas que tocaban durante cada una de las noches, progresivamente el bar se fue haciendo de una clientela estable. “En un momento, la atención era medio personalizada porque me acordaba de lo que tomaba cada uno”, dice Sandra mientras destaca una de las mayores virtudes del lugar: ahí todos se sentían como en su propia casa.
Otra de las características que Sandra recuerda del bar, es lo extremo que podía llegar a ser: “Lo peor era cuando se cortaba la luz. Ahí empezaban las corridas y volaban botellas. Después, teníamos que reponer las mesas que se rompían durante las peleas”. Sin embargo, cuando la batalla campal terminaba y la electricidad lo permitía, otra vez sonaba la música de los Rolling Stones, Sumo o Divididos y “fiesta, a bailar”.
Gracias a la convivencia de ambigüedades y extremos, son muchas las historias que se tejieron en torno a El Cafetal. La mayoría de los rockers de la ciudad tiene alguna anécdota para contar del lugar, aunque casi todas las veces los detalles se diluyen entre tragos y peleas. Sólo una persona, quien hoy parece un ser inubicable, quizás sea la única capaz de narrar exactamente lo que sucedía ahí: Vilma, la encargada de cuidar el baño de chicas, que siempre llevaba un cuaderno consigo.

(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 25 de diciembre de 2010

Imágenes de Mañana - La Ira del Manso (Independiente, 2009)


Por Carolina Sánchez Iturbe

Con una promesa, así empieza la historia. La fotografía de tapa de Imágenes de mañana anticipa que las 12 canciones del álbum estarán llenas de momentos de inquieta calma, para después convertirse en un bosque complejo, donde será necesario contener la respiración para no perderse. La antesala del recorrido es “Saldrá el sol”, la canción que jura que al final todo estará bien. Entonces, el primer segundo de serenidad explota sin previo aviso en una distorsión que recuerda porqué el noise es el rey del ritmo vorágine. Y la sangre, en ese bosque, hierve. Después, llega el momento de “Me voy”, que en un minuto y medio encuentra el tiempo suficiente para plantear la necesidad de partir hacia un mañana en el que el mundo no pueda lastimar los nervios de Charli, el cantante de La Ira del Manso. Preámbulo perfecto para saber cómo lidiar con las “Langostas” que cayeron del cielo, con las mentiras de una mujer que, infiel a su palabra, nunca llegó en otoño, y con la fragilidad que enmudece. Todo para después sobrevolar el agua en “Aviones” que conducirán hacia la segunda mitad del disco, donde el viaje será aún más sinuoso gracias a la persistencia de esa soledad que duele y aturde. Sin abandonar nunca el frenetismo disonante del noise bien ejecutado, el recorrido por las imágenes de La Ira del Manso oscila continuamente entre la tranquilidad esperanzada y la oscuridad de sentirse perdido con tanta forestación. “Fue la sal, esa sal que tiraste en mi espalda, ya no puedo cerrar las heridas, el secreto es descuartizarlas”, grita en “Sal” un Charli rabioso tras tanta ausencia, listo para treparse a un “Ascensor” que cierre la historia con la certeza de que la soledad será la mejor compañera cuando el cuerpo se eleve y observe esas imágenes de mañana que, para ese momento, ya serán pasado. Entonces sí, la promesa estará cumplida. Y en el bosque, el sol saldrá.

La Pulseada - Año 9, Nº 86, Diciembre de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

martes, 21 de diciembre de 2010

A un lugar con parlantes


Juan San Martín, el Cana, es una de las certezas del rock platense: cuando él se sienta detrás de una consola es capaz de hacer magia. La carrera frenética del hombre que, en menos de 4 años, diseñó numerosas salas, se inmortalizó en más de 300 discos y se convirtió en uno de los sonidistas más respetados del ambiente.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

Cuando se trata de rock, en La Plata hay certezas. Que la cantidad de músicos supera al número de cuadras del casco céntrico, es una. Que Juan San Martín, el Cana, hace magia cuando se sienta detrás de una consola, es otra. Señalado como el sonidista elegido por numerosas bandas, el Cana parece haber nacido sabiendo exactamente cómo hacer para que todo funcione a la perfección en cuanto recital haya suelto. Por ello mismo, resulta casi imposible pensar que hace poco más de 4 años atrás, para él era inimaginable convertirse un día en uno de los personajes más respetados del rock de la ciudad.
La relación del Cana con la música existe desde que el Cana es el Cana. Así, siendo aún un adolescente, él cantaba sus propias composiciones frente a Kaiser Calavera, la banda que compartía con Toto Almada, Gabriel Failla y Santiago Sanguinetti. En aquel momento, Juan también encontró la inquietud que luego lo llevaría a perfeccionarse y, más tarde, a convertirse en un experto del sonido: “No entendía por qué había grupos que sonaban bien y grupos que sonaban mal, lo mismo me pasaba con los equipos de sonido. Toto tenía unos Technics zarpados, que sonaban mejor que los Pioneer de no sé quién, así que empecé a investigar. Y cuando en el ‘99 conocí a uno de los ingenieros acústicos que trabajaba en el Teatro Argentino cuando se estaban haciendo remodelaciones, me intrigó mucho que el tipo tenía pleno dominio de las salas y de qué sucedía en cada lugar. Me dieron ganas de saber de eso”, describe.
Por aquel entonces, apareció lo que hoy Juan San Martín define como un modo de dar orden a su vida: el deseo de, al terminar el colegio secundario en el 2002, estudiar ingeniería electrónica. “La idea era hacer ingeniería acústica, pero en Argentina no había nada de eso y a Chile no me podía ir porque no tenía un mango, económicamente era un bardo”, dice para después asegurar que, aunque le cueste admitirlo, ésa carrera universitaria llena de operaciones matemáticas logró abrirle la cabeza al darle la base necesaria para experimentar y, en menos de un año, diseñar 25 salas.
Aunque en el 2004 el Cana haya dejado de pararse sobre los escenarios frente a Kaiser Calavera, la relación con la banda no se cortó. “Seguí relacionarme con los chicos, los ayudaba con el sonido cuando tocaban. Después me di cuenta de que tenía la oreja susceptible a encontrar ciertas frecuencias. Lástima que me di cuenta muy tarde, porque si lo hubiera usado para hacer música por ahí no estaríamos hablando”, sostiene entre risas para concluir asegurando que lo suyo es casi obra del azar: “Sin darme cuenta, terminé al lado de una consola”.
Una cosa lleva sin previo aviso a la otra y, tras empezar operando a una única banda, rápidamente Cana terminó trabajando con 15 grupos: “Seis meses después, lo conocí a Gonza (Voutoff) en una plaza, mientras estaba operando a unas bandas de barrio. El loco me pidió el teléfono y me preguntó si le quería hacer sonido a Estelares en Ciudad Vieja y yo, claro, le dije que sí. Eso me abrió un montón de puertas. Laburar fijo en algún lugar te permite jugar, ecualizar como vos quieras”.
Como si se tratase de una carrera loca contra el tiempo, durante los últimos 4 años Cana San Martín no sólo cursó la mayor parte de su carrera universitaria, se consolidó como uno de los sonidistas más preciados de la ciudad y diseñó una gran cantidad de salas, sino que además se inmortalizó en varios centenares de discos luego de masterizarlos. “En aquel momento, me prestaron un minidisc con el que grababa los shows y, cuando me compré una compu, les hacía un mínimo retoque. Entonces, alguien me dijo alguna vez que trabajaba de mastering y me puse a averiguar un poco. Así, me di cuenta de que necesitaba un buen parlante para escuchar si lo que estaba haciendo estaba bien o no. De repente, tenía 100 shows masterizados y en menos de un año aparecieron 100 discos, 20 documentales, un premio de acá, otro de allá. El año pasado, cuando festejamos los 300 discos en Ciudad Vieja, fue una cosa re loca”, asegura sin disimular la sorpresa que aún hoy le provoca tanto trabajo.
A pesar de haber sido convocado para trabajar con numerosos artistas reconocidos, como ser Non Palidece, Skatalites y No te va a gustar, el Cana mantiene el profundo respeto que siente por el rock platense. Así, no duda en confesar que elige “transpirar la camiseta” para bandas como Ánima y La Ira de Jaqke. “Yo soy muy agradecido con el under por la oportunidad que me dieron de mostrarme y porque aún hoy ellos siguen dándome de comer. Además, todo se vive distinto en el under, salen a flote otros valores”, relata convencido.
Entre las tantas certezas del rock platense, la del Cana es una de ellas. Cuando se sienta frente a una consola, él, de la mano a su afición por el sonido, hace su magia sin siquiera demostrar un poco de agotamiento en medio de tanta carrera frenética. Y aunque las operaciones numéricas hayan sido la base de semejante certeza, él jura que, como todo en esta vida, simplemente se trata de disfrutar: “Amo lo que hago y poder estar conviviendo con músicos, aportando a sus proyectos, me encanta. Que me paguen por escuchar música es lo mejor que me puede pasar”.

De Garage – Diciembre de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 18 de diciembre de 2010

Yendo de la Feria al Living, V.07!



::Séptima edición de Yendo de la feria al living!::
::música en vivo: Flavio Casanova Rockaband::
::street art: Luxor::
::expo de fotos: Flordg::
::musicalización: La Vagoneta Dominguera::
::el living se muestra::
::lo que el living nos dejó: Très Pupilas::
+ Feria de discos, pins y postales

Entrada libre y gratuita! No se suspende por lluvia!

Domingo 19 de diciembre desde las 15.30hs.
CC Estación Provincial, Andén (17 y 71)
La Plata

Organizan:

Colaboran: 

 Yendo de la Feria al Living es un espacio musical en la Estación Provincial, en el que podrás encontrar muestras de fotografías, gente haciendo street art, feria de discos y pins, bandas y más!

martes, 14 de diciembre de 2010

Melina Sarmiento en Wayqe Trinidad


Durante la madrugada del jueves, Melina Sarmiento, la cantante de Noches Florentinas, dedicó una hora a canciones románticas y sentidas capaces de recorrer los desiertos mexicanos, donde la soledad pesa y provoca deseos de ajusticiar al hombre que provocó tanto desamor.

Por Carolina Sánchez Iturbe

Un santo e inefable fervor anidaba en aquellos sonidos, que temblaban a veces apenas audibles, como susurros misteriosos del agua, para aumentar luego, dulce y agriamente, como lamentos de cuerno bajo el claro de luna
[Noches Florentinas, Heinrich Heine]

La Plata, diciembre 14 (Agencia NAN-2010).- La sordidez de la oscuridad es el lugar donde pueden cohabitar sin complicaciones los mayores encantos con los más terribles pesares. Así, durante las noches, esas manos que acariciaron en penumbras pasadas, saben convertirse en fantasmas que, sin tregua, conducen a las lamentaciones más profundas, aquellas con las que todo parece irreversible y sólo resta desear que un buen trago de tequila funcione como la solución apresurada ante tanto desconsuelo. Aunque, claro, de fondo la melancolía de un sonido desesperado no permita más que recordar una y otra vez que el mundo no ha sido bueno.
Durante la madrugada del jueves, Melina Sarmiento es el recuerdo constante de ese desamor. La voz desesperada y triste que entona rancheras mexicanas en medio de La Plata. Y aunque en la ciudad de las calles en diagonal no sea habitual olvidar las penurias en una cantina, el sentimiento es el mismo: el peso de la soledad aprisiona y, en el mejor de los casos, provoca deseos de ajusticiar al hombre que provocó tanto desamor.
La noche comenzó complicada. Ante un bar lleno de gente, el sonidista y sus acoples prometían ser los dueños de cuanto improperio flotase durante las próximas horas dentro de Wayqe Trinidad, el nuevo local de la ciudad dispuesto a abrir sus puertas al arte platense. Sin embargo, cuando Melina Sarmiento sube al escenario, todo cambia. La compositora y cantante de Noches Florentinas, la banda que nació casi de casualidad en 2006 luego de que Sarmiento convocara a un grupo de músicos para editar su primer disco solista, es dueña de ese tipo de magnetismo que pocos seres llevan consigo, siendo capaz de, con su tono de voz dulce y apesumbrado, enfocar toda la atención en sus canciones que, pronto, se convierten en una interpelación constante a mirarlas de frente, sentirlas en la piel y, finalmente, desarrollar empatía.
Casi como una declaración de principios, todo comienza con “Noches Florentinas”, la ranchera que narra con detalle ese “domingo más que se diluye en sombras”, mientras la guitarra de Melina Sarmiento juguetea con el slide de Jorge Vimercati y el violín de Fernanda Ortega. Segundos después, llega con forma de vals con reminiscencias mezcaleras la “Historia maldita” en la que puede devenir el enamoramiento con sus temores y certezas.
Tras los aplausos que cosecha el buen principio de Melina con su voz, guitarra, vestido negro y medias red rojas, los músicos cambian: aparece en escena el teclado Fernando Alaniz y el slide, finalmente, se disuelve para dar paso a “Lo que hay” y, posteriormente, a “La llorona”, la versión platense de la canción popular mexicana que cuaja perfecta con el sonido western impreso por la banda y la entonación grave de Sarmiento, dispuesta a pronunciar una y otra vez que quien “no sabe de amores, no sabe lo que es martirio”.
Con el final de “Castigo”, suena “Son risas y risas”, la balada oscura e introspectiva que pide que, aunque sea mentira y signifique inventar una historia, alguien diga que todo es color de rosas, una seguidilla de sonrisas frente al dolor, que con la noche adentrada ya es ineludible.
“¿Será el bosque y los cuerpos? Arrullando el deseo, me voy hacia otra orilla. Desciendo y desespero”, dice Melina en “Penumbras”, cuando el recital está próximo a terminar --sólo resta “Luto sin fin”, la canción que será merecedora del aplauso generalizado del final--. Y, entonces, ya no caben dudas: en la sordidez de la oscuridad pueden cohabitar sin problemas la dulzura de una voz y todo su pesar frente a la desesperante soledad.


Agencia NAN (www.agencianan.com.ar)

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una noche hostil y seductora


Durante los ’90, El Chacal fue la rockería en la que todo podía pasar, según recuerda Leandro Zavatti, el DJ del lugar. Del salvajismo de un público decidido a destrozar un local a los platos de fideos que reunían a los músicos antes de tocar.

Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe

“Lo mejor que tenía El Chacal era, al mismo tiempo, lo peor: nunca sabías qué iba a pasar”, asegura Leandro Zavatti, quien solía ser el disc jockey del bar ubicado en 8 y 42. Junto con El Cafetal y El Tinto Bar, ésta fue una de las rockerías estrella de los años ’90, donde músicos y rockeros asiduos se encontraban para, al ritmo de una banda, desconectarse del mundo.
Promediando la década de la explosión del grunge, el local abrió sus puertas conservando la estructura de lo que hasta entonces había sido una parrilla. Aunque esa fisonomía duró sólo un año, aún hoy hay muchos que recuerdan al escenario enjaulado que lo caracterizaba, dándole el estilo de “los bares texanos, que tienen un alambrado para que no les tiren botellas a los artistas”, agrega Zavatti. Luego, el lugar se convirtió en algo parecido a una cueva, donde la luz solar era la única que tenía la entrada vedada: “El Chacal tenía eso de pasar la puerta y que vos estabas o en el boliche o en La Plata. Te desconectabas. Era muy oscuro, las paredes estaban pintadas de un gris bien pesado; parecía que estabas en un sótano raro”.
Leandro era un privilegiado en el bar. Él era quien podía observar, “como desde una platea”, cada uno de los movimientos que sucedían ahí. “Al alambrado lo utilizaron para la cabina del DJ, quedaba bueno. Había una escalera de caños y arriba estaba yo con todas mis cosas. Era como un panóptico desde el que veías todo”, recuerda el actual conductor de El Planeador, el programa que se emite los sábados al mediodía por Radio Universidad, para luego describir cómo el lugar logró subsistir durante años sin personal de seguridad, que recién tuvo que ser contratado después de que el público de Attaque 77 destrozara el local.
Otro de los privilegios que gozaba Zavatti era la posibilidad de ver a los artistas debajo del escenario. Así, es dueño de numerosas anécdotas con Palo Pandolfo, Pappo, Richard Coleman y Willy Crook. Pero de todas, una de las historias que más recuerda es aquella que mostraba a Ciro Pertusi comiendo los fideos con manteca que había preparado Marcos, el dueño del bar, mientras del otro lado de la pared, sus seguidores sazonaban con pastillas el tetrabrik que tomaban. Luego, mientras que los músicos tocaban, “había tipos colgados del techo pegándole piñas al sistema de ventilación, arrancando las piletas de los baños. Fue terrible”.
El Chacal funcionaba única y exclusivamente como rockería, no era un lugar para ir a tomar algo, sino que ahí, de jueves a domingo, siempre tocaba una banda. Así, por el bar pasaron Bersuit Vergarabat, Los Visitantes, 7 Delfines, Dee Dee Ramone cuando hacía rock n’ roll de los ‘50, Las Pelotas, La Mississippi, Smith & Wesson, Las Pirañas Lunáticas, La Saga de Sayweke, Embajada Boliviana, Siempre Lucrecia y Las Rocas, entre muchas otras. Como buen reducto rockero, ahí tampoco se bailaba, excepto cuando, por alguna razón, el público se animaba y Leandro terminaba viendo al “tipo más dark de la ciudad bailando temas de Beach Boys”.
“El Chacal fue un lugar del que, todos los que fueron, no se olvidan. No sé si la pasaban tan, tan bien, pero no se van a olvidar. Y vaya a saber qué carajo de seducción tenía que no te ibas, te quedabas toda la noche”, asegura Leandro para después jurar que todas “las rockerías tienen esas cosas: son hostiles y seductoras”, como lo era El Chacal, donde era posible esconderse de una razzia, ver el mejor recital de una banda, sentirse amenazado cuando alguien pedía con insistencia que sonara Led Zeppelin, o tomar una cerveza con un músico. “Como no sabías qué podía pasar, podías vivir una noche inolvidable”.

(siempre es mejor la versión en papel)

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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