jueves, 10 de abril de 2008

Murciélagos

Llega la mañana, el sol alumbra violentamente una habitación revuelta. Una habitación que, junto con las sombras y la oscuridad, fue testigo de deseos y acciones infatigadas. El sol llega y con su luz lastima con fuerza la mirada de aquella chica que espera acostada en un desorden de algodón.
La noche había sido agitada. El cuarto aún conservaba el olor de la cera de las velas aromáticas de colores, del fuego. Había retazos de género rojo que se habían desprendido del cuerpo de ella y que recordaban, todavía, lo que antes había sido un vestido.
Un brindis, música suave de fondo, el sutil acto de la degustación, la búsqueda, el descubrimiento, la acción. Las caricias habían adornado el cuerpo de ella convirtiéndola en el ser más hermosamente deseado.
Luego, el furor que los actos anteriores sutilmente buscaban hacer aparecer… La sensación de la piel desnuda que siente la excitación de sentirse despojada y, ambiguamente, suplica por ser poseída.
Los dedos que recorren las partes más ínfimas y dejan tras de sí su olor, la huella de su paso convertida en calor.
El movimiento desenfrenado y frenético dentro de ella, buscando llegar, tal vez, hasta el fondo de su alma o de su propio cuerpo.
Furor que luego se traduciría en pequeñas gotas de sudor y agitadas respiraciones que se descubrían para unirse ante el encuentro de dos almas y desvanecerse convirtiéndose sólo en recuerdos y anhelos.
Así, finalmente llega la mañana. El sol alumbra violentamente una habitación revuelta. Una habitación que, junto con las sombras y la oscuridad, fue testigo de deseos y acciones infatigadas. El sol llega y con su luz lastima con fuerza la mirada de aquella chica acostada en un desorden de algodón. Mientras, ella espera, aún espera, que esas pasiones y esos deseos incontrolados que la noche anterior imaginó se conviertan en sublimes realidades, realidades que ya no crean necesario ocultarse con el sol.

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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