martes, 31 de marzo de 2009

La Plata Long Play en El Teatro de La Plata


Durante tres viernes maratónicos, LAPTRA, Mandarinas Records y Cala Discos --los sellos discográficos independientes más importantes de La Plata-- presentaron a sus bandas en un festival que sintetizó la actualidad de la escena local: variedad de propuestas musicales bien ejecutadas y con un público dispuesto a festejarlas. Valga entonces el recuerdo de aquellos recitales para intentar un acercamiento a uno de los territorios más fértiles para el rock.

Por Carolina Sánchez Iturbe, desde La Plata
Fotografía de Daniel Ayala para Agencia NAN (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

La Plata, marzo 31 (Agencia NAN-2009).‑“Tomar por asalto el espacio, bailar como si fuese la primera y última vez, descontracturar un lugar.” Esas consignas se apoderaron de cientos de cuerpos que durante tres viernes no consecutivos –27 de febrero, 6 y 27 de marzo-- festejaron en un bar/teatro platense, y demasiado “paquete” para el rock, algunas de esas particularidades que hacen a La Plata una ciudad tan especial: un diseño de calles cuasi perfecto, centenares de estudiantes universitarios que año tras años la invaden para apropiársela, el rock --que se traduce en una banda de músicos en cada manzana-- y, claro, los espacios culturales.

El panorama local
Tocar en la “Ciudad de las Diagonales” no es difícil: hay decenas de bares dispuestos a montar un escenario para que la música atraiga y entretenga a sus clientes. Tampoco es imposible editar un disco: los sellos independientes se encargan de hacer sencilla la tarea. Claro que siempre y cuando se goce del favoritismo de la gran ciudad. Y no todos son tocados por la misma varita.
LAPTRA, Mandarinas Records y Cala Discos son tres casas editoras que reclutan a artistas novedosos, con propuestas diferentes, y distribuyen su música. Todo a cambio de muy poco, en términos comerciales. Ese afán de difusión abiertamente descontrolado encuentra sus lugares de recepción. Productores jóvenes se suman al proyecto y, en un acto que podría considerarse suicida, organizan fechas maratónicas de recitales. Pero no hay nada de suicida en ello. El público abunda, hay público para todo.

La Plata Larga Duración
La Plata Long Play fue el primer proyecto destinado a unir a las tres discográficas independientes más importantes de la ciudad y aumentar su reverberancia. Promocionar el trabajo fue uno de los objetivos y, durante tres viernes distribuidos entre febrero y marzo, diez bandas se dispusieron a representar a su sello, dando recitales extensos, aunque comprimidos, en el Teatro de La Plata.
A pesar de que el sonido nunca fue del todo bueno porque los sonidistas de turno prefirieron dar prioridad a las guitarras, como si fueran el único instrumento importante en una banda; y pese a que el calor provocado por la mala ventilación hizo que el aire en la sala se volviera irrespirable, el escenario fue ameno. Tanto que por momentos pareció que la gente no se acercó hasta allí para ver un recital, sino que se trataba de una reunión de amigos. Sin embargo, y como regla implícita, con la última banda de cada fecha la cosa cambió. Fue entonces cuando el público bailó de pie, poseído por la música.

Flashback 1: LAPTRA, 27 de febrero
Durante la noche inaugural, el noise se apodera de la escena cuando Shaman y los Hombres en Llamas se ocupan de dar una lección acerca de cuál es el origen del sonido indie en La Plata, en medio de las presentaciones de los ruidosos 107 Faunos y de Reno y los Castores Cósmicos, otras bandas que, cronométricamente, muestran de qué está hecho LAPTRA.
En un momento del cierre de la jornada, a cargo de El Mató A Un Policía Motorizado, el cantante y bajista Santiago Motorizado grita: “Espero que vuelvas, mi chica rutera”, el estribillo de su hit instantáneo, “Chica rutera”. Trescientos cuerpos festejan y otros tantos se amontonan frente al escenario para bailar y saltar en honor a la guitarra distorsionada. El teatro se transforma, deja de ser un bar con mesas organizadas tan rígidamente como las calles de la ciudad y, por fin, se relaja.
Fiel a las reglas de los festivales, El Mató se despide sin bises. Una hora y media no basta, nunca es suficiente. La gente entiende cuál será la dinámica del ciclo e intenta recordar los tips para las dos fechas venideras: el ciclo empieza alrededor de las 0.30 y termina cerca de las 4; nadie toca más tiempo del estipulado; el sonido puede tener flaquezas pero todas las bandas suenan bien.

Flashback 2: Mandarinas Records, 6 de marzo
La segunda jornada promete teñir el festival con la psicodelia y la psicosis de Mandarinas Records. Prietto Viaja Al Cosmos Con Mariano, La Patrulla Espacial y Sr. Tomate se encargan de cumplir con la apuesta. Otra vez, todo empieza con un público que se acomoda a la disposición del bar y termina con gente bailando exageradamente ante el reflejo de las luces del escenario sobre sus cuerpos.
La diferencia es que el movimiento se inicia con el ruido excesivo --tanto que produce dolor en el cuerpo-- de la Patrulla Espacial, para profundizarse y hacerse más evidente con las letras afectadas psiquiátricamente de Sr. Tomate, banda encargada de cerrar la segunda fecha del ciclo.
Dibujos desprolijos de enfermeros, ambulancias y medicamentos adornan el escenario. Mientras Poli, la frontwoman de la banda, canta en un tono demasiado bajo para su registro de voz, como si se tratara de un lamento, generando por completo el ambiente depresivo que rodea a la música de Sr. Tomate. El público, sin embargo, festeja con el cuerpo las emociones suicidas.

Flashback 3: Cala Discos, 27 de marzo
Villelisa, Mostruo! y NormA desembarcan en el La Plata Long Play con su revisionismo del rock argentino para representar al sello Cala Discos. Esta última fecha es la que más público convoca. A diferencia de las dos primeras, que fueron celebradas por espectadores más adolescentes, la tercera noche invita a un público más adulto, aunque en La Plata la mayoría de la gente es joven.
Después de una hora de Villelisa y su pop Rock, Kubilai Medina, ayudado por Lucas Finocchi, grita “Cuidado con el Mostruo!”, iniciando la presentación de una de las bandas más exitosas de Cala Discos. Sesenta minutos parecen poco tiempo para rendir homenaje al rock argentino de los 70s. Sin embargo, Mostruo! aprovecha cada segundo y, sin dejar aire al público sudoroso por la extensión del verano, recorre casi por completo La nueva gran cosa, su segundo disco, editado en Cala.
Veintiún días después de la última danza, el punk rock simplista, ejecutado en dos tonos, de NormA se apropia del escenario y el teatro vuelve a bailar. Esta vez lo hace con más brutalidad y menos exageración. Y por primera vez en todo el ciclo, llega el pogo. Con el final del festival sobre las cabezas, es momento de celebrar como el rock obliga.
Comprimiendo sonidos en pocos segundos de duración, las canciones breves de la banda liderada por Sebastián Argüello sintetizan a la perfección lo que ocurrió durante La Plata Long Play: sin importar el tiempo reducido para la presentación de cada grupo, todos se comprimieron, luciéndose y armando una pequeña bomba lista para explotar.

LAPTRA: http://www.laptra.com.ar
Mandarinas Records: http://mandarinasrecords.com.ar
Cala Discos: http://www.caladiscos.com.ar

www.agencianan.com.ar

jueves, 19 de marzo de 2009

I need to take my medicine


Después de la presentación de Cabaret del Mar y Camión, Igor, el cantante de I need to take my medicine, se apropia de Pura Vida y atrae todas las miradas a fuerza de movimientos frenéticos y provocación con forma de grito, mientras una computadora y una bandeja para discos crean la base de sus canciones. Cómo seducir con pocos elementos y mucha actitud.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Lucía Garrote

La noche del sábado tiene una hora más y eso es bien recibido por quienes buscan que los males se despejen a la par del sonido que despiden los parlantes. Fiel a la costumbre platense, el público se acerca hasta Pura Vida, ese pequeño bar/casa que fue ampliado luego de derribar paredes y aunar espacios, recién cerca de las tres de la mañana.
La madrugada promete ser larga y Cabaret del Mar, Camión y I need to take my medicine juran ser los encargados de amenizarla. Frente al bar, la plazoleta de la noche de los lápices se llena de seres que, a la espera del inicio del entretenimiento, calientan sus cuerpos con cervezas expendidas a hurtadillas en kioscos cercanos.
Cabaret del Mar sube al escenario y, mientras prueba sonido, toca su primera canción. La banda se acomoda de a poco, pero la música nunca desagrada. Un rock bien ejecutado y entremezclado con sonidos propios del pop y del punk invade los recovecos de ese bar, ya tradicional en La Plata.
El sonido en Pura Vida nunca es del todo bueno, todo rebota contra las paredes, haciendo que la acústica sea complicada. La banda se esfuerza y logra, de la mano de canciones potentes, que el público baile desde las mesas a las que se sentó. Después, y sin bises, se despide con velocidad, como si en esta prolongación de los minutos el tiempo apremiara.
Pop teenager, demasiado teenager. Camión suena bien, aunque la voz y la melodía sean inmaduras y rememoren excesivamente a la era otroyoiana. Los agudos, junto con el volumen excesivo de los equipos, por momentos agotan. Sin embargo, como toda música adolescente, el ritmo es pegadizo y resulta inevitable mover la cabeza en signo de aprobación.
De a ratos, Buki, la chica que encabeza la banda, le da paso al guitarrista que, con una voz que aparenta ser mucho más grave debido al contraste, interpreta canciones que parecen producidas por otros músicos.
Con las melodías de Camión ya en el pasado, se desarma la batería y se adapta el escenario para el show que funcionará como cierre de la noche. I need to take my medicine acomoda una PC y una bandeja de discos arriba de mesas que hasta hace poco pertenecían al público.
Una melodía familiar en La Plata empieza a sonar. La versión de “Amigo Piedra”, uno de los temas que popularizó a Él mató a un policía motorizado, inicia el recital. A partir de entonces, Igor, el petizo que canta escondido tras unos anteojos espejados, se propone ser el centro del show y lo logra.
“Aplaudan, putos”. El cantante arenga a la gente para que se sume a su festejo. Nadie se ofende, por el contrario, todos hacen caso a la petición, mientras ríen.
Un grupo de amigos, desde el fondo del salón, propone el juego: pide que el invitado de la noche, Finger Voodoo, haga scratching. El DJ cumple y el público festeja, divertido.Un reggeaton versión electrónica es la sorpresa. Dos muchachos, invitados especialmente para la ocasión, cantan y bailan abajo del escenario, mientras el frontman se les une, suplicando, otra vez, que la gente se sume a su entretenimiento.Entre tema y tema, Igor grita con todas sus fuerzas “I need to take my medicine” y, de a ratos, salta del escenario para entremezclarse con la gente. Las mesas son obstáculo, pero algunos se acomodan a los costados del salón y, entonces sí, bailan como dios manda. Como la electrónica obliga.
La silueta del cantante, delineada por las imágenes incandescentes que se proyectan desde una pantalla ubicada a sus espaldas, no deja de moverse. La danza exagerada e incluso brusca, es una invitación constante a liberarse, a dejar que el sonido que puede producir una computadora, acompañada por las intervenciones de los discos de vinilo y por la voz de un solo hombre, se encargue de alegrar esa hora que fue regalada al sábado.
El final llega casi sin aviso y con otro insulto de Igor hacia el público. Otra vez, nadie se molesta con el cantante, por el contrario los aplausos se suceden y el clima festivo continúa. Tiene sentido: ¿cómo ofenderse con la persona que, durante el tiempo extendido del fin de semana, repartió sin limitaciones el mejor remedio contra el aburrimiento?

lunes, 16 de marzo de 2009

lunes, 9 de marzo de 2009

Desbaratan Banda


Desbaratan Banda se presentó en el Centro de Cultura y Comunicación de La Plata. Durante dos horas, trasladó al público a las costas jamaiquinas. Un viaje que se emprendió con versiones de Skatalites y Lynn Taitt & The Comets y con melodías compuestas por estos músicos de Berisso.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

Saltar, bailar y ser feliz. Esas son las consignas que priman cuando, el sábado 28 de febrero, Desbaratan Banda se presenta en el Centro de Cultura y Comunicación de La Plata, una casa antigua y refaccionada por un grupo cultural que no sólo hay arabescos de colores en las paredes húmedas, sino que también hay un estudio de radio y un pequeño bar.
Aunque el show estaba anunciado para las 11 de la noche, como ya es costumbre en la escena local, el recital se realiza más tarde. A esa hora, recién se empiezan a acomodar los instrumentos en el rincón de una habitación que hará de escenario. La prueba de sonido implica casi sesenta minutos de retraso, pero nadie se queja. El calor húmedo que anuncia la cercanía de la lluvia, se apodera de la ciudad y la gente prefiere sentarse en la vereda oscura de calle 42 a reencontrarse con viejos amigos y esperar.
La paciencia tiene su recompensa. Desbaratan Banda inicia el espectáculo con una enérgica versión de “Storm Warning” de Lynn Taitt & The Comets. A partir de entonces, nadie se detiene. Los cuatro vientos de esta banda de Berisso de nombre más que efectivo, se apoderan de las 50 piernas y caderas que asistieron al show y las obligan a sacudirse, dejando que rueden por el piso de madera todas las preocupaciones que puedan existir.
Un pequeño entretiempo, promediando la mitad del recital, permite que los músicos y los espectadores/bailarines descansen. Todos intentan apaciguar el efecto del clima tropical jamaiquino en sus cuerpos con una cerveza que, aunque se vende fría, se calienta demasiado rápido.
Después, el show se reinicia con la melodía de “Tan Skabroso”, que invita otra vez a bailar sin timidez en ese cuarto a prueba de claustrofóbicos. Desbaratan Banda casi no deja lugar al silencio y los aplausos tapan las primeras notas de cada canción.
Cuando Desbaratan anuncia que está llegando el final del recital, la gente ya está en trance. Los gritos de aliento retumban en las paredes y obligan a la banda a interpretar un cover de Skatalites como bis. La sangre sigue hirviendo, y mientras un chico del público levanta los brazos al cielo y sacude la cabeza con los ojos cerrados, llega la segunda canción de ese tiempo prolongado.
“Nos quedamos sin temas, no podemos tocar más”, se excusa Manuel Santa María, el guitarrista líder de la banda. Pero el público no da tregua y pide improvisación. Desbaratan cumple y la gente festeja, bailando en el lugar con los brazos, las piernas y el cuerpo entero.
Dos horas después del inicio del recital, los seis músicos de Desbaratan Banda se despiden, caminan entre su público que los aplaude como si se trataran de una leyenda y, con la ropa humedecida de transpiración, abandonan ese cuarto en el que pareció haber un incendio. La gente se retira despacio, como olvidándose de algo, y otra vez se apropia de la vereda, pero ahora lo hace para esperar el día en que regrese la fiesta.

viernes, 6 de marzo de 2009

Grupo Escombros: “El arte es la posibilidad de expandir la conciencia colectiva”


En 1988, como producto de la caída de una dictadura militar que secuestró, torturó y asesinó a varios de sus amigos y compañeros, cinco artistas y periodistas platenses formaron el Grupo Escombros, un colectivo unificado por el concepto del arte como herramienta de crítica y denuncia social, y encaminado por una premisa clara: “Cuando la obra de arte expresa la realidad de una sociedad, no hay indiferencia posible”. El grupo ya cumplió la mayoría de edad, entre intervenciones callejeras y participaciones culturales, y aunque consideren que el cambio es ahora más difícil, siguen luchando, casi a sus 60 años, por acercar la creación artística a las calles. Hasta que un día, “cuando todo mejore”, puedan dejar de llamarse Escombros y, simplemente, ser almas libres como todas las demás, en una democracia real y no “ficticia”.

Por Carolina Sánchez Iturbe desde La Plata
Fotografía de Daniel Ayala para Agencia NAN (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

La Plata, marzo 5 (Agencia NAN-2009).‑ Luis Pazos camina encorvado, como si cargara en sus espaldas el peso de las cosas. De cuerpo pequeño y paso lento, exhibe una sonrisa plena mientras entra, silenciosamente, en una de las grisáceas oficinas de la redacción del diario El Día. Esa sonrisa se vuelve carta de presentación durante buena parte de la entrevista y sólo se interrumpe cuando el recuerdo de la última dictadura regresa a su memoria. “¿En qué puedo ayudar?”, es lo primero que pregunta. Y después sobreviene el silencio. En la diagonal 80 de La Plata, a pesar de estar muy cerca del bullicio de la estación de trenes, los autos parecen detenerse; el sonido del reggaetón que disparan los parlantes de las casas de música por fin se calla y en esa redacción ya no suena teléfono alguno. Entonces, Luis invita a avanzar, propone iniciar el recorrido y, finalmente, promete pureza. Es la mirada del artista la que espera la seguidilla de preguntas, la que invita a la charla sincera.
Luis Pazos es poeta y periodista y, por lo tanto, el encargado de escribir los textos que acompañan a las obras de arte de Escombros, un grupo de artistas platenses provenientes de diferentes disciplinas que se popularizó luego de realizar muestras callejeras cargadas de ironía. Según él, el surgimiento del colectivo artístico, en 1988, fue producto de una catarsis provocada tras la caída de la última dictadura en Argentina, esos oscuros años que se encargaron de torturar, desaparecer y asesinar a varios de sus amigos.
El por qué de Escombros quedó claro desde la génesis del grupo: su arte estaría destinado a criticar, a provocar la reflexión. Es que para el poeta platense, “el arte es la posibilidad de expandir la conciencia colectiva”, por lo que “toda obra de arte debe reflejar la realidad social que se está viviendo en el lugar donde se desarrolla, desde una actitud crítica”. Esta concepción formó parte de una estrategia, además de ser una declaración de principios. “Es que cuando la obra de arte expresa la realidad que vive la sociedad en la que se desarrolla, no hay indiferencia posible”, sentencia Pazos.
Llegó la primera muestra, montada bajo la autopista en Paseo Colón y Cochabamba, San Telmo, en la que fotografías tomadas por ellos recrearon la persecución a la que fueron sometidos durante la dictadura. En las exposiciones que siguieron, la pobreza, la desigualdad, el hambre y la corrupción fueron los temas que se erigieron como espina dorsal. Cuando nadie se atrevía a señalar las carencias que la naciente democracia mostraba, Horacio D'Alessandro, David Edward, Luis Pazos, Héctor Puppo y Juan Carlos Romero -los por entonces integrantes del grupo- se reunieron y decidieron que era momento de ir un poco más allá y hablar de lo que veían: “Decidimos correr el riesgo de parecer antidemocráticos porque estábamos cuestionando la democracia. Pero llegamos a coincidir en que ésa no era una democracia real, sino una retórica y que era necesario cuestionarla para que se desprendiera de su máscara”, recuerda.
Durante sus primeros tiempos, otra de las decisiones que tomó el grupo fue que su lugar de intervención fuera la calle. Las plazas, las cavas y los recovecos debajo de una autopista harían de salas en las que sus murales, instalaciones, objetos y poemas serían exhibidos. “Decidimos ir a la calle para llegar a la gente que no tiene nada que ver con el arte, al nuevo espectador, al transeúnte. La calle te obliga a ser efímero porque el arte en la calle es fugaz”. Así, la creación de obras efímeras fue otra de las elecciones de estos hombres que, muy cerca de los 60 años, siguen siendo parte de la vanguardia artística de La Plata.
La idea de lo transitorio, dice Luis, vino acompañada del deseo de resignificar el espacio público. Al periodista le divierte pensar en la destrucción de lo material. Contrariamente a lo que podría suponerse -a la concepción de la obra como creación/hija del artista-, Pazos sonríe con aire de satisfacción cuando habla del tema y regresa esa mirada brillosa, profunda, que juguetea al ritmo de sus palabras. Lo perecedero no sólo sucede porque la naturaleza actúa rápidamente. El poeta explica que su razón de ser está en una eternidad que no existe, que es puro reflejo. “Unamuno diría que tenemos un sentimiento trágico de la vida”.
Ése sentido trágico, o quizás realista, se plasma cuando la mirada de Luis, algo resignada, afirma que hoy no hay posibilidad de cambio. Que a pesar de sus deseos, y los de todo el grupo, no hay posibilidad de cambio. “Hubo un arreglo con los chicos, nos dijimos que cuando todo mejorara, el grupo no se llamaría más Escombros. No pudimos hacerlo”. Esa quietud del estado de cosas es la misma que podría representarse en una obra que se llamaría “Lo roto boludo”. Es que para Pazos estamos dañados. “Mientras haya pobreza, desnutrición infantil, educación a la deriva, hospitales colapsados, algo está roto”.
La misma ruptura es la que el poeta siente en las artes plásticas, que se volcaron hacia lo abstracto, dejando de lado la concepción social “que en algún momento pareció tener”. Todo se explica porque “los galeristas no tienen ganas de arriesgarse y el público tampoco”. Y esto repercute en la producción artística. Para este hombre de cuerpo pequeño, parece tratarse de una ecuación simple: la preocupación generalizada por el valor que tendrá la obra de arte en el futuro es la que manda. Asegura que si un galerista presenta un Berni, sabe que cotizará; certeza que se desdibuja con los panes rodeados de alambres de púa oxidados que exhibió Escombros.
A pesar de ese deseo de “cotización del arte”, a Escombros no le fue mal en los museos. De hecho, el reconocimiento oficial les llegó luego de que montaron una muestra en la galería Arcimboldo, en Capital Federal. Todavía persisten en Luis las dudas acerca de si esa experiencia fue buena para su arte. “Me acuerdo de una charla que dio un grupo de izquierda, a la que asistí, y en la que la crítica se refirió a nosotros como un tigre con los dientes desafilados”. A pesar de que no le agrada el resultado de aquel reconocimiento, Pazos recuerda la experiencia con una sonrisa. Quizás eso se deba al contraste que esa condena produce cuando es relatada segundos después de que Luis no dude en afirmar que tiene una actitud anarquista hacia la democracia, pensamiento relacionado con la idea sobre el sufragio: “Un voto es un cheque en blanco y los representantes que Argentina tiene hoy no merecen un cheque en blanco”, equipara y fundamenta.
Ese anarquismo se traduce en las producciones del grupo, que no son firmadas individualmente porque “son el producto de lo colectivo”. “En las obras de Escombros se cocina un mundillo donde alguien tira una propuesta y así empieza a evolucionar”. Como sucedió con la serie Objeto inaccesible, en la que diez panes fueron intervenidos con alambres, sogas, aerosoles y telas; y que surgió luego de que Luis rescató un graffiti del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, que aseguraba que “el hambre es un crimen”.
Todo responde a una misma lógica. Escombros -al igual que este poeta y periodista que jura ser muchos hombres-, es un acopio de ideas, de concepciones acerca de la sociedad, la política y, por supuesto, el arte. Según Pazos, esa lógica define a la obra del grupo: “Escombros son metáforas visuales” que se construyen sostenidas no sólo en la representación plástica de aquello que desean contar, sino también en los textos que completan al trabajo. Ese valor que tiene la palabra en Escombros “es voluntario” porque lo de ellos es el arte conceptual, donde “la forma está al servicio del contenido y toda obra de arte, sea la que sea, tiene que encerrar un concepto”. La retroalimentación de contenido-obra se motoriza a través del rol que, para Pazos, cumple el arte en la sociedad: “Debe señalar, plantear el problema, ser una manera de intervenir y, además, puede llegar a modificar conciencias, aunque no masivamente”.
Pazos no se agota en la hora y media de entrevista. Por el contrario, sus manos rugosas acarician la mesa y su mirada no duda en invitar a que el juego continúe, mientras asegura que está dispuesto a hablar de sus aciertos y errores por igual. Por último, se responsabiliza por lo que considera una obligación: pedir que nadie se rinda. Entonces, otra vez, llega esa sonrisa prometedora. La misma que clausura todo posible guiño de falta de autenticidad en su relato.


Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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