sábado, 29 de mayo de 2010

Vamos muchachos a volar!


Fue un centro cultural en el que diferentes creadores comulgaron entre sí, enriqueciendo la escena artística de la ciudad. Teatro, danza y música tuvieron su espacio en el escenario de La Fabriquera, un lugar para dejar fluir la imaginación.

Por Carolina Sánchez Iturbe y Ana Clara Bórmida
Foto: gentileza Mostruo!

El rock no es más que una suma de inspiraciones artísticas. El límite entre los sonidos, la representación, el movimiento y las imágenes es difuso, y todo se reúne en un gran combo que funciona de esqueleto a partir del cual el rockero es libre. Si existió un lugar que logró convertirse en la imagen viva de ese compendio que es un músico de rock, ese lugar fue La Fabriquera.
Era una vieja carpintería, ubicada en la calle 2 entre 40 y 41, que a mediados de los ´90 fue restaurada y preparada especialmente para ser una verdadera fábrica de arte, como Andy Warhol lo hiciera en los años ´60. Pero La Fabriquera no produjo bienes materiales: fue fundamentalmente un espacio de danza, teatro y música. Tuvo como protagonistas a un grupo de artistas, entre los cuales se destacaban bailarines y actores, y además fue escenario de muchas bandas de la escena rock platense y de otros estilos, a medida que transcurría la década de los ´90 y comenzaba la era 2.0.
La Fabriquera, por ejemplo, fue el lugar elegido por Gustavo Astarita y sus compañeros de Míster América para estrenar su segundo trabajo discográfico: Despojado. Cientos de personas asistieron a este teatro independiente, que el año siguiente fue escenario de un espectáculo, también protagonizado por los músicos de Míster América, llamado “Easy Show”. En esta presentación, reversionaban en formato lounge y electrónico los temas de Despojado, que luego formaron parte de un disco grabado en vivo. Pareció ser un espacio difícil de abandonar: Astarita, años después, eligió regresar con su música para cruceros, acompañado por Amigos And Friends.
Traviatabosnialafortina fue otra de las bandas que supo aprovechar los beneficios que daba este espacio multifacético, que a pesar de no contar con un escenario, es recordado como un lugar cómodo no sólo para tocar, sino también para presenciar distintos espectáculos.
“La sala era de piso negro de madera, sonaba tremendo. Tenía gradas alrededor del centro de la escena y en la entrada había unas chapas de silo”, recuerda Matías Zabaljauregui, actual guitarrista de Pérez. “Fui a ver a Míster América y obras de teatro, de esas que te mojan. El lugar estaba re bueno porque era más abarcativo”, resume el músico.
Por ese carácter amplio que tuvo La Fabriquera desde sus inicios, grupos de danza independientes, compañías teatrales y bandas de música, convirtieron a este lugar en un espacio privilegiado en la ciudad. Así, artistas como Enrique Symns también participaron de los espectáculos que se ofrecían. Symns, junto a Héctor Ledo, presentó la tragedia humorística titulada “Un guión para Tinelli”, obra que escribió cuando el empresario le encargó al monologuista el desarrollo de un guión para la serie “Criminales”. Según la anécdota, Symns debía redactarlo en sólo dos horas, sin embargo, el trabajo nunca llegó a manos de Tinelli.
La Fabriquera fue un lugar de experimentación. Los artistas que por ahí pasaron se sintieron con la libertad de incursionar en formatos novedosos y que en otros espacios no hubieran tenido oportunidad. De ese modo, Mostruo! en sus inicios ensayó ahí, de rigurosa etiqueta, presentaciones en las que las proyecciones acompañaban continuamente la performance de la banda. Imagen y sonido se conjugaban para crear una única escena. A fines del año 2007, por distintas razones, La Fabriquera cerró sus puertas. Sin embargo, el espíritu sigue vivo gracias a la iniciativa de Laura Valencia y de Patricia Ríos, quienes aún hoy eligen fusionar diferentes expresiones artísticas a través de la danza y el teatro. El rock no es más que un sinónimo de libertad, y en La Fabriquera, los artistas pudieron hacer carne su lado más rocker.

De Garage - Mayo de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 15 de mayo de 2010

La alegría por la que su mundo gira


La vida de Christian Yapezzutti estuvo marcada por el rock platense: primero fueron los Redondos; después, Ver Nápoles y Los Hermanos Macana. Hoy, el guardia del zoológico de “Ese oso”, que se autoproclama fanático de Mostruo!, jura que el secreto de la música de la ciudad descansa en regalar aunque sea un puñado de felicidad.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)

“No sé qué hago acá”. Christian Yapezzutti, o el Yape, como le dicen sus amigos, jura no entender cuál es el interés en entrevistarlo y, por el contrario, insiste en que él es sólo un hombre que va a recitales. Sin creer posible esa figura de “público rocker destacado” que se le plantea ante sus narices, se ríe de la categoría para después, dispuesto a seguir el juego, afirmar que el rock no es más que “estar con tus amigos debajo de un escenario y bailar”.
Como sea, el Yape asegura sin dudar que el único motivo por el que elije ir a ver bandas es porque ése “es un sinónimo de felicidad”. Luego, con su mejor sonrisa, se dedica a describir eso que lo invade cada vez que deja que sus músculos se sacudan en algún bar platense al ritmo de la música: “En el momento en que estoy en un lugar donde hay rock y logro desconectar todo, soy libre. A esa sensación de libertad plena, que cuesta tanto encontrar, solamente te la da un recital. Si estás bien ubicado en el lugar donde querés estar, sos libre. Después de eso, vuelvo a mi casa contento y lleno de rock and roll criollo”.
Christian siempre supo que lo suyo era el rock. Antes de mudarse a La Plata, cuando recibía apenas algunos resabios de la música que llegaba hasta Tandil, era un rocker “fundamentalista” que “solamente escuchaba a los Redondos o a Sumo”. Es que el primer amor es difícil de dejar de lado y aún hoy el Yape recuerda la impresión que le dejó la voz del Indio Solari aquella vez que escuchó Gulp! en la casa de un vecino. Después de eso, el camino hacia el fanatismo se hizo casi imposible de evitar, llevándolo incluso a viajar durante 10 horas para conseguir una remera de su ídolo. “Cuando tenía 15 años, le dije a mi abuela que me iba a un picnic y me tomé un micro para comprar una remera de los Redondos en 8 y cuarenta y pico. Hice casi 800 km en un día sólo para eso”, relata con picardía el hombre que logró convertirse en el guardia del zoológico que aparece en el video de “Ese oso” de Mostruo!.
A causa de ese primer gran amor, el Yape también pudo asistir a su mejor recital: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota presentando en el ’88 Un baión para el ojo idiota ante 80 personas en el Teatro Estrada de Tandil. “Los shows de los Redondos provocaban un montón de cosas. A todas las sensaciones posibles, a todas las que podías llegar a sentir (desde amor extremo hasta miedo), las recorrías en un espectáculo de ellos”, explica para luego aclarar que, a pesar del fundamentalismo que lo invadió durante años, nunca formó parte del público que seguía al Indio por todo el país porque “la gitaneada” no le gusta y hacerlo hubiese sido sólo para “sufrir”.

Aunque la presencia ricotera fue fuerte en su vida, el Yape no se perdió entre las guitarras de Skay. Al mismo tiempo, tuvo la oportunidad de alucinar de la mano del recital que Virus daba en su ciudad y de sorprenderse ante “la concepción de mundo de Jimi Hendrix y Bob Marley”. Más tarde, cuando llegó a La Plata a los 18 años, su mundo cambió: “Me vinculé con chicos que tienen bandas, que son pibes de barrio, que tocan por el gusto de tocar”. Entonces sí, empezó a seguir a grupos como Ver Nápoles, en donde tocaba Richard Baldoni, y Los Hermanos Macana, que era comandada por Kubilai Medina y Ramiro Sagasti; el rock de la ciudad lo fascinó y ya no pudo darle la espalda. “Desde entonces, me dediqué casi toda mi vida a ir a recitales”, resume.
En franco asenso, el encantamiento de Christian con el rock platense continúa aún hoy. Así, el hombre de baja estatura, que suele ser visto al lado del escenario en todos los recitales de Mostruo!, asegura que ésa es su banda preferida en este momento, para después añadir que entre sus predilecciones están Crema del Cielo, NormA (por “el cinismo que trasunta las letras”), Pérez y Villelisa, que logra transportarlo a “una pradera desde la cual pareciera descender la familia Ingalls completa”.
Convencido de que la escena rocker de la ciudad puede darle algo más que un recuerdo bien musicalizado, el Yape sostiene que el gran atractivo del circuito está en que “lo primero que hace al rock de La Plata es la amistad, y de ahí viene todo lo demás. Eso es lo más lindo, que todo nace de un sentimiento puro”. Por esa fraternidad que experimenta en cada uno de los recitales a los que asiste, Christian no titubea al asegurar que lo importante es “compartir ese momento, porque la felicidad es breve y es por puñados; y escuchar a una banda, aunque sea por un ratito, da un poco de alegría”.

De Garage - Mayo de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

lunes, 10 de mayo de 2010

Superfluo - Monoaural (Independiente, 2008)


La vida, según Monoaural, puede ser superflua, a menos que se decida lo contrario. Por eso, el primer disco de la banda platense busca crear lazos que dejen de lado el miedo a desnudar las impresiones en público y emocionarse ante el mundo. Luego de semejante aclaración, presentada en forma de agradecimientos en el arte lúdico y artesanal del disco, Monoaural se despacha con 12 temas que invitan a iniciar un recorrido introspectivo, en el que el destino sea convertirse en niños y experimentar con el cuerpo cada una de las melodías. Pero evidenciar los sentimientos también implica permitirse licencias y, claro, romper con la idea de que sólo la felicidad es una emoción destacable. Abrazándose a esos altibajos, Monoaural consigue uno de los mejores momentos del álbum con Para sí, la canción que no sólo pide frenar un poco la vorágine diaria, sino que también jura que “no está tan mal si no estás bien”. Por su parte, los sonidos que atraviesan a Superfluo (que se consigue a bajo costo en La Disquería, en la galería Williams) construyen melodías sólidas con los cambios de ritmo, las guitarras distorsionadas y el bajo protagonizando varias escenas y terminando de completar el clima de placentera exploración que propone abordar las letras. Así, durante 45 minutos, Monoaural desviste al escucha poco a poco, cantándole al oído odas y logrando labrar un terreno de tranquilidad que nada tiene de superficial.

La Pulseada - Año 9, Nº 79, Mayo de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

miércoles, 5 de mayo de 2010

Por La Plata baila el mono

En la primera entrega del manual de rock platense de El Acople, Mostruo!, normA y Villelisa, el trío dinamita del sello independiente Cala discos, demuestran cómo romper con la rigidez de una ciudad milimétricamente programada.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos por: The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)

Una ciudad que fue diseñada al antojo de algún hombre que años después mereció que se nombraran edificios en su honor, puede albergar mucho más que calles perfectamente trazadas, diagonales que son la perdición de los turistas y un batallón de jóvenes confundidos que anualmente buscan hacerse la América en la Universidad. Una ciudad como La Plata, además, puede ser dueña del extraño privilegio de ser mencionada como el lugar donde “tirás una piedra, y le das en la cabeza a un rockero”. Por eso, y por la dudosa, pero no por ello imposible, estadística que jura que hay una banda por manzana, es que los sonidos que adornan a La Plata merecen ser narrados por capítulos en un manual de usuario que, claro, luego podrá ser utilizado a gusto del consumidor.
Con ustedes, la primera entrega, que busca retratar al trío dinamita (por prometedor y productor de rock en alta definición) del sello local independiente Cala Discos: Mostruo!, normA y Villelisa.

Mostruo!: Si probás, no parás

El cuarteto comandado por Kubilai Medina, Lucas Finocchi, Luciano Mutinelli y Federico Mutinelli desde hace más de 6 años que se las trae. Con un sonido que lo caracteriza y que suele asociarse con el rock argentino de los ’70 (léase: Pescado Rabioso, Billy Bond y La Pesada, Manal y Aquelarre), la banda gestada y criada en La Plata no tiene reparos al intentar despegarse de ese mote setentoso que la acompaña desde sus inicios y jurar con convencimiento que nunca buscó rememorar a ninguna década, todo para después concluir: “Tocamos lo que se nos canta las pelotas y lo que nos sale. De todas maneras, en los ‘70 quizás existían ciertas necesidades expresivas que hoy vuelven a existir, y eso lleva a que salga determinada manera de tocar… O, por ahí, somos gente nostalgiosa.
Lo cierto es que la banda liderada por Kubilai (el hijo del ya mítico Alejandro Medina) siempre supo que no quería ser un grupo de rock tradicional; por eso eligió reírse de la postura rocker, regalar pequeños guiños a su público y, claro, jugar. “La ironía nos sirvió, al principio, para empezar a tocar en serio sin tener que transmitir esa seriedad a quien te viene a ver, de lo contrario le arma toda una cáscara sacra al evento; realmente nos hincha las pelotas cuando una banda se pone seria, aseguran los Mostruo!.
“Empezamos desde las cenizas de otras formaciones, como casi todas las bandas de gente que pasa los 30 años… la razón por la que seguimos tocando con la misma intensidad que en esos primeros días es que ya estábamos grandes como para creer en el rock como una cuestión de vida o muerte, lo que hizo que todos los procesos de crecimiento fueran naturales, consensuados y sin mitología”. Por esa seguridad planteada desde los orígenes es que el recorrido de Mostruo! estuvo ligado a la espontaneidad de un grupo de amigos que se junta a tocar sabiendo exactamente lo que quiere lograr. Y lo logra. Regla de 3 simple.
Con un tercer disco en proceso de grabación (anteriormente, editaron “Grosso” y “La nueva gran cosa”, y el EP “Corto”) y a la espera de la emisión del especial de Much Music donde se podrá ver a la banda en acción, los Mostruo! no buscan más que “tocar, producir otro video, comer asados, hacer viajes… en fin, seguir haciendo lo que nos gusta”.

normA: Esa recurrente y frenética electricidad

“No sabemos hacer pop, que por cierto nos daría mucho más dinero. Esto es lo que sabemos hacer y, al mismo tiempo, la estética punk de la banda se asocia a la idea de que cualquiera puede hacerlo. normA y sus canciones están al alcance de cualquiera que se lo proponga”. Chivas Argüello, el cantante de normA, no duda en despojar a su banda de toda idea que apunte a señalar que con ella descubrieron la pólvora.
Argüello, el vocalista que imprime en sus temas una entonación robótica que ya se convirtió en sello distintivo de su banda, asegura que normA mantiene las ideas libertarias que el movimiento punk bautizó hace ya 40 años: “creemos en la anarquía dentro del sistema y en la lucha desde adentro. La estética surgió de parecernos más a un ser normal, un trabajador, un señor equis antes que a una estrellita de rock. Por eso, el sonido y el pulso de los temas vienen de diferentes vías: el postpunk, lo simple, lo mínimo, ir contra los punteos excesivos y las melodías insoportables de los rockeros pop”.
Consciente de que el punk ya está más que inventado, el cuarteto que se completa con Richard Baldoni, Gualberto de Orta y Pablo Coscarelli, jura que lo suyo es el “rock expresionista”, al que define como “la necesidad de individualizar y, a partir de allí, superarse para utilizar la tecnología como un medio y no como un mensaje, concentrarse en la capacidad humana de cambio, el auto-control y la abolición de las estructuras normativas”. Así, los normA no titubean al asegurar que ellos tomaron forma de banda de rock, pero tendrían que ser “un grupo político de disidencia”.
Atados al viejo precepto de “there is no future”, las canciones de los normA viven en aceleración: “Tiramos todo al asador y que se queme. La velocidad de datos tiene que ver con algo de urgencia, de decir una cosa y ya pasar a otra; hay mucho para decir, hay mucho que pensar, no se puede perder tiempo, hay que aprovechar el momento al máximo”, concluyen.
Luego de “Rock 2 tonos” y “normA”, la banda que ya tiene más de 4 años en su currículum vitae y varios reconocimientos de la prensa, se prepara para lanzar durante el próximo mes un EP que servirá de adelanto a su tercer disco. Después, esa recurrente y frenética electricidad se propondrá conquistar el país e, incluso, Colombia y Uruguay.

Villelisa: En mi cabeza, asociaciones raras

El “rock silvestre” es algo así como la conjunción de los sonidos que se originan en entornos rodeados de naturaleza (por ejemplo, en Villa Elisa) y que resultan en canciones que “salen así como vienen”. Eso es lo que Gustavo Caccavo, la voz cantante de Villelisa, dice cuando se le pregunta por ese género desconocido hasta ahora y que su banda interpreta, para luego añadir que esas canciones “no son sembradas y cuidadas, sino que crecen solas”.
Durante los 4 años de vida de la banda, según Caccavo, el rock silvestre de Villelisa fue creciendo y tomando forma: “el sonido de la banda cambió un poco, ahora las canciones son un tanto más sofisticadas que las primeras por un proceso natural de tocar unos años con esta formación, aunque, en verdad, tratamos de seguir con el concepto de canción inmediata”.
Junto a Sebastián Porro y Racu Pérez, Gustavo logra construir paisajes; contar a partir de situaciones cotidianas y, desde ahí, crear ambientes en los que las flores, los monólogos, la introspección y las descripciones sean recurrentes. Dándole importancia a esas pequeñas impresiones que se generan ante una escena, Caccavo jura que las letras de sus temas no son más que “frases sueltas que tratan de llevarte al momento inicial de la canción a través de imágenes y de sensaciones”.
Aunque se los suela asociar como los herederos de Virus y Peligrosos Gorriones, los Villelisa aseguran que su arte no está atravesado por las influencias ya que buscaron “encontrar la inspiración en cosas que no sean musicales (o, por lo menos, no en bandas), sino en sonidos que provengan de otros lugares más cotidianos”. Sin embargo, reconocen sus orígenes para luego reflexionar un “es genial que digan eso, nos gusta ser una banda platense y seguir con ese sonido”.
Con un demo, que llegó a ser nombrado como uno de los mejores discos de 2006 a pesar de sólo contar con 3 canciones, y un LP como “Frugal”, que levantó polvareda después de merecer críticas más que beneficiosas, los Villelisa no detienen la marcha. Dispuestos a construir canciones en las que las ideas y las imágenes se sucedan como en un buen ejercicio de brainstorming, se preparan para el lanzamiento de su próximo álbum, aquel que promete seguir demostrándole al mundo de qué se trata el “rock silvestre”.

El hombre que diseñó a La Plata según su antojo, llenándola de callecitas casi obsesivamente ordenadas y de medidas perfectamente simétricas, seguramente jamás imaginó que tanta rigurosidad tan bien pensada podría ser quebrantada por 11 personas que, nucleadas en un sello discográfico, se propusieron dinamitar la ciudad. Y pensar éste es sólo el principio de la historia…

www.elacople.com

martes, 4 de mayo de 2010

Monoaural en Ciudad Vieja



El cuarteto conformado por las hermanas Carelli, Joaquín Saez y Cristián Buzeki hizo piedra libre la noche del jueves pasado y entregó un puñado de melodías familiares y otro de adelantos de su nuevo disco, canciones suaves y cálidas para un otoño en crisis.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)

“La vida entera puede ser superflua si no decidimos lo contrario
ni tenemos el don de abstraernos en una plaza o en una panza...”

[Monoaural - arte de tapa de Superfluo]

La Plata, mayo 4 (Agencia NAN-2010).- Si la calidez de una melodía es superficial, como asegura en su primer álbum Monoaural, un recital suyo, entonces, sería uno de los hechos más superficiales en la vida de cualquier persona. Canciones suaves que podrían ser murmuradas al oído, letras introspectivas que, sin mesura, desnudan almas rotas y sonidos elegidos con la perspicacia de quien sabe jugar forman parte del acto “superfluo” que esta banda desata durante la madrugada del jueves en Ciudad Vieja, mientras el frío del otoño no se decide a llegar.
“De una cosa a otra, siempre es volver a empezar. No está tan mal, si no estás bien. No está tan mal, si no sabés qué hacer”. Cerca de las 2, el cuerpo desgarbado de Leticia Carelli se arquea cuando entona las estrofas graves y directas de la segunda canción de la noche, “Para sí”. Después de iniciar el recital con la dulzura del viaje intrapersonal de “SeresTar”, Monoaural sacude en seco las sensibilidades de los cuerpos presentes en el bar platense, para, de la mano de un bajo protagonista, invitar a “ver u oír, distinguir, ser, sentir”.
Cuando llega “Vertiginapsia”, la guitarrista Celina Carelli demuestra que junto a su hermana, cantante y bajista de la banda, se complementan y ensamblan perfectamente. Mientras la voz grave de Leticia inicia la canción, Celina aporta sus tonos agudos y logra que el sonido nada tenga de monoaural. Después, cuando enganchan “Cíclico”, el combo se completa: Joaquín Saez se suma al canto y, a la par de la batería precisa de Cristián Buzeki, arma el colchón perfecto para que la frontwoman mire más adentro y encuentre “más de una razón para seguir confundida y aturdida”.
Alejada de los egos que juran que por grupo puede haber sólo un líder, en Monoaural hay piedra libre: quien propone se transforma en protagonista. Así, Joaquín demuestra, ante la sonrisa sincera de Leticia, que su voz es la mejor elección para el monólogo que desarrolla en “Un lloró”; y Celina presenta “Lluvia”, una canción que no admitiría una entonación sin la sutileza de esta artista plástica.

Con vistas a un nuevo disco que se conocerá en junio, la noche en Ciudad Vieja se llena de estrenos, temas que siguen la línea de sus predecesores, que buscan ahondar aún más en la supuesta superficialidad de canciones, en realidad, llenas de delicadeza. Así, “Arte!”, “Ondiña”, “Merendó” y “Como creer” forman parte de la calidez del show de jueves.
“Esta es una canción re Monoaural”, anuncia Leticia. La mirada cómplice de sus compañeros no se hace esperar y segundos después empieza “Ave”. Lo más parecido a un homenaje: “Todavía vuelo, abuelo, cuando pienso en tanto don que sos, y me elevo más si quiero y puedo ver algo de tu don en mí”, pronuncia la cantante, mientras el tema sobrevuela el lugar, con arreglos que intervienen en el momento justo.
Una canción más y llega el fin. El público, que durante una hora no se movió de sus mesas, pide “Semillitas” y la banda no llega ni siquiera a bajarse del escenario antes de los bises. Sin embargo, el tema solicitado se hace esperar unos minutos más y antes suena “Amor vegetal”, otro estreno. Después sí, las semillitas de Monoaural inundan Ciudad Vieja con descripciones de coloridas situaciones, monólogos de sensaciones introspectivas, deseos lanzados al aire (“Quiero creer que desde lejos un ángel nos cuida”) y sonidos efectivos.
Un error de ejecución deja en evidencia que la banda es un grupo de amigos que sabe disfrutarse más allá del hecho artístico. Ante el silencio que ocasiona el fallido, desde el costado del escenario, un chico sigue cantando a los gritos. Los músicos se ríen de sí mismos, mientras la batería de Buzeki toma la posta para seguir adelante con el show. Entonces sí, es el final. Y la gente aplaude, celebrando que la belleza, la sutileza, la música y la calidez de otoño sean parte de la vida superflua que regala Monoaural.

MySpace: http://www.myspace.com/monoauralmusica
Blog: http://monoaurall.blogspot.com/

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

Related Posts with Thumbnails