martes, 29 de junio de 2010

Salgan al sol, ¡revienten!

Justo enfrente de la Jefatura de Policía, y dispuesto a contrastar a fuerza de libertad y creación artística de buena calidad, funcionó durante casi una década uno de los bares más recordados por los rockeros platenses: El Boulevard del Sol.

Por Ana Clara Bórmida y Carolina Sánchez Iturbe
Foto: gentileza de Míster América

"Fue el mejor bar de La Plata.
La jefatura le daba un toque de adrenalina bien sustancioso;
en cuanto a las mujeres, las pocas que agarré estaban refuertes,
no sé si eran bellas, pero eran cálidas como un carbón que se cae del infierno”
Enrique Symns*

Que un lugar que se encuentra justo enfrente de la Jefatura de Policía se transforme en el centro de reunión de cuanto artista ande suelto puede parecer un milagro. Sin embargo, en el Boulevard del Sol no operaba ninguna fuerza divina; la convivencia con los uniformados tuvo sus altibajos, pero logró mantenerse en pie durante casi 10 años.
Tampoco es posible imaginar que en una casa de arquitectura colonial y habitaciones bien distribuidas se montara un antro rockero, justo al lado de la meca de la Bauhaus en América Latina, representada en la construcción que le había encargado al famoso arquitecto Le Corbusier el médico platense Pedro Curutchet. Pero todo es posible en La Plata.
Desde que a mediados de los ’80 se inauguró, en el Boulevard del Sol solían congregarse los personajes más relevantes de la incipiente escena local. Así, músicos, poetas y artistas plásticos encontraban ahí un lugar donde exhibir sus trabajos, logrando que el bar se convirtiera en un espacio de convergencia multidisciplinaria y en el cuadro de situación justo para un momento de resplandor cultural.
Manuel Rodríguez, uno de los cabecillas de La Secta del Cordero (el programa que se transmite por Radio Estación Sur), recuerda cada uno de los detalles del Boulevard del Sol, a pesar de haber hecho su incursión por el lugar sin contar con más de 15 años de edad. “El Boulevard tenía mucha mística. Ahí, de pronto podías encontrarte a Palo Pandolfo, al pelado de la Bersuit, a Entique Symns y a la Negra Poli con Skay”.
Aunque en el Boulevard la historia no se haya tratado únicamente de bandas, ya que ahí también expusieron artistas de la talla de Cristina Terzaghi y Rocambole y se realizaron jornadas de lectura de poemas de la mano de Gustavo Caso Rosendi, para Manuel, como para el resto de los habitués del espacio, resulta difícil olvidar la marca permanente que dejó el bar de 53 y 1 en el rock de la ciudad. “Era medio como EL lugar del palo”, dice Rodríguez con convencimiento, para luego describir las noches en las que los héroes del blues se apropiaban de cada rincón en zapadas a las que “solía caer Alejandro Medina y Skay”.
“En el ’91, se hizo en el Boulevard un festival/concurso de bandas, en el que tocaron todos los músicos que había en la ciudad en ese momento. Me acuerdo que ganó Peregrinos y eso generó como un run run porque uno de los que laburaban en el bar era Manuel Moretti, entonces siempre quedó el recelo de que el mozo ganara, más porque la favorita de todos era Míster América. Gorriones salió mejor canción con Un ardiente beso, que estaba grabada en un demito de 8 temas que andaba dando vueltas y que lo habían hecho muy casero”, recuerda Manuel en un intento apurado de retratar a todos los artistas que pudo apreciar desde el escenario del lugar. Así, por el boliche pasaron bandas como 40 escalones, Falso Primer Ministro, Señor Valdemar, Flores Subterráneas y Dintona Rumori, que se había conformado con algunos de los miembros de Las Canoplas.
No sólo el rock platense disfrutaba de la calidez que ofrecía el Boulevard del Sol. Sin permitir que 54 kilómetros funcionaran como obstáculo, algunos músicos porteños se acercaban hasta el centro cultural para dar voz a sus proyectos. De ese modo, el sonido de Lions in love, la banda de Daniel Melingo, retumbó en las paredes del bar. También ese mismo escenario fue centro del debut en La Plata de Las Pelotas, cuando presentaban uno de sus primeros trabajos, Corderos en la noche, que había sido grabado de manera independiente y era distribuido en casetes.
En Manuel aún perdura, como un tatuaje, la última visita que le hizo al Boulevard del Sol. Aquella en la que a fines de diciembre del ’92, Pachuco Cadáver, la banda formada por Roberto Pettinato, Willy Crook y Gillespie, fue la encargada de, sin saberlo, musicalizar el ocaso del lugar que supo ser el hervidero de un grupo de artistas talentosos que se retroalimentaban, dándole vida a la escena cultural de la ciudad. El final, como todos los sucesos inexplicables del mundillo rock, no tuvo preanuncios, según recuerda Rodríguez: “en el ’93 siempre estuvieron por abrir, pero nunca lo hicieron”.

* Mail que Enrique Symns le envió a Manuel Rodríguez y que luego él reprodujo en su blog (http://migajasperdidas.blogspot.com)

De Garage – Junio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

lunes, 28 de junio de 2010

Esa extraña y eléctrica fiesta


Cumplimos 6 años y esta vez si nos decidimos. Hicimos una fiesta para festejar como corresponde. Lo que quedó de una noche con todo...
la cuenta: Caro Sánchez Iturbe
la muestra: Emilia Bianchi (http://suboescalerasarriba.blogspot.com/)

Durante el festejo del 6º aniversario de la revista, el Centro Cultural Favero se pobló de hermosos perdedores heterogéneos, dispuestos a dejar de estar dispersos por la ciudad a fuerza de convertir a la noche en su noche.

Los extraños invaden la calle. Sin siquiera conocer los nombres de los demás, aunque manteniendo registro de varios rostros familiares después de un sinnúmero de madrugadas eléctricas, eligen reunirse y festejar en el Centro Cultural Favero, un lugar común para todos ellos, una de esas covachas que, quién sabe porqué, siempre da la sensación de estar como en casa. Es que haber logrado que durante seis años alguien mirara a esos extraños desperdigados y reconociera su valor celebrando sus diferencias, no es moco de pavo.
Mientras Ciudad Bajo la Niebla suena a un volumen que obliga a apretar las muelas, el festejo todavía viene calmo. Apenas hace unos minutos que el calendario marca la llegada del tercer sábado de mayo y, como es costumbre, varios extraños esperan a que pasen un par de horas para reencontrarse en el Favero. Los puntuales, mientras, se mueven con tranquilidad, aprovechando la excusa para, empuñando algún que otro brebaje, aliarse con viejos conocidos y mantener algo más que una charla de ascensor.
Para cuando El Perrodiablo se dispone a explotar en los sorprendidos cerebros de los extraños, la cosa ya está caldeada. En la parte trasera de la casa antigua, tuneada con luces para la ocasión, docenas de cuerpos se amontonan dispuestos a protagonizar el costado electro/experimental de la velada, de la mano de artistas como Chico Ninguno, Ale Gamba y Mario Rustom. Por su parte, el hall empieza a parecer más chico de lo que realmente es y en él no sólo confluyen los raros peinados nuevos y viejos, sino que también las voces comienzan a entremezclarse con las melodías que ejecutan los músicos. Mientras tanto, desde un costado del escenario de la sala central, Doma se revuelca por el piso, para un microsegundo después dar saltos y caminar sobre la cabeza de sus compañeros, que liberan a sacudones las descargas eléctricas que los invaden. En semicírculo, los extraños observan absortos la escena, recibiendo con el pecho cada uno de los impulsos energéticos de la banda.

Santi Casiasesino y su guitarra compensan, desde la parte de atrás del Favero, los enviones demoledores de El Perrodiablo. Aunque hasta hace poco se sacudían con el sonido digitalizado de la electrónica, los cuerpos reciben con agrado la llegada del recreo del movimiento. Sumergiéndose en la marea de gente, y ya con la remera calzada, Doma camina con un té en la mano, como si él no fuese el hombre que unos minutos atrás gritaba en cueros.
Frente a un flash, dos chicas intentan perpetuarse. Detrás de ellas, otro flash ilumina al corpiño calado y negro de La Marica Mala, que sonríe mostrando hasta la campanilla. Anteojos de sol protegen de las luces azules a los extraños, mientras algunas ilustraciones los miran fijo desde la pared. Lejos, pero no tanto, sobre una mesa se ofrecen discos independientes a precios promocionales. El combo conviene y más de uno se muestra triunfante con dos álbumes a 30 pesos bajo el brazo.
La fiesta no para. Aún en las antesalas de los shows, la gente se mueve, da breves chillidos y ríe. Todo para después retomar la charla con alguno de los espectadores, muchos de los que también son artistas. Las vueltas en círculo por el lugar se suceden, como si nadie quisiera dejar de ser parte de ni siquiera el más mínimo detalle. Pero justo al lado de la baranda del hall de entrada, que tiene la función de evitar que los invitados se apropien del subsuelo sin funcionamiento del Favero, está el aleph de la celebración, ese punto del espacio en el que es posible escuchar con claridad las músicas que se ofrecen en los dos escenarios y mirar pasar a los diversos extraños que, gozosos, le dan cuerpo a la noche. Una noche, la propia, en la que los hermosos perdedores toman la esquina de 117 y 40 y dejan de estar dispersos por la ciudad.

Condición Extraños - Nº 25, Junio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

sábado, 12 de junio de 2010

Nena Grunge!

Con su sonrisa contagiosa, su piel rosada y su danza desenfrenada, es capaz de lograr que medio bar se sacuda olvidando los prejuicios. Eliana Urbina, la chica que sabe divertirse como una niña.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)

“Cuando era chica, la única pelotuda que bailaba siempre era yo”. Eliana es la chica que baila, que se sacude, patalea y grita como una nena. Hay música y ella, igual que siempre, baila como nunca antes. Sin importar qué día marque el calendario, el horario o el lugar, la hija mayor de la familia Urbina desde hace tiempo sabe que si una guitarra suena cerca suyo, no pasará mucho tiempo para que una descarga eléctrica le zarandee el cuerpo y otra vez la danza se desate.
Quizás la explicación de tanto movimiento esté en aquellos días en los que Eliana Urbina, con sólo 8 años, sintió por primera vez que una banda la zamarreaba, iniciándola en las dulzuras del rock: “a Nirvana la escuché con el cuerpo”, dice mientras recuerda los tiempos en los que se juntaba con Gastón, su mejor amigo, para escuchar cuanto sonido grunge pudiera. “Nos embunkereábamos en el garaje de Gastón porque ahí era donde Lucas, su hermano mayor, tenía los pósters de Faith No More, Pearl Jam, Alice in Chains, Nirvana y de surf; con el surf nunca nos copamos porque somos un desastre con el deporte, pero sí con escuchar los discos”, describe.
A pesar de que aún hoy la figura de Kurt Cobain logre hacer estragos en Eliana, ella jura que gracias a Nirvana su mente se abrió: “empecé a seguir a Foo Fighters y a todo lo que se pareciera a ellos; iba como linkeando en otras bandas”. Después llegaron los obligatorios tiempos nü metal para casi todo adolescente del 2000, de los que rescata a System of a Down, y el gran cambio de la mano de la revelación de que aun esos sonidos que había rechazado podían darle cosas nuevas: “De chica no me cabía el punk pero cuando lo escuché con el corazón, fue como una segunda etapa de redescubrir la música con Sex Pistols, Los Ramones y The Clash. Después me llegó la era del postpunk, y empecé a escuchar a Joy Division y a un montón de otras bandas, que eran súper oscuras y, a la vez, para mí eran liberadoras”, sintetiza.
Lo cierto es que Eliana funciona por medio de un radar, que la obliga a estar todo el tiempo buscando nuevas frecuencias sonoras y, claro, la lleva a estar dispuesta a ser parte de cuanta experiencia se le presente. “Siempre estoy abierta a escuchar la porquería de moda, por ejemplo, ahora estoy loca con Lady Gaga, ¡quiero ser Lady Gaga!”, dice entre risas.

Claro que “escuchar con el cuerpo” desde casa no fue el único gran momento para Eliana. De hecho, ella asegura que terminó de convencerse de que el rock era su lugar cuando descubrió lo encantadora que puede resultar una guitarra en vivo. “En Necochea había dos o tres bandas que tocaban en los bares o en la playa. Con mis amigos deseábamos mucho ese ritual, más allá de cómo sonaban; deben haber sonado como la mierda porque en la playa ¿qué sonido podés tener?”, sostiene. Con la llegada de Eliana a La Plata y su sembradero de músicos, la historia cambió, perfeccionándose: “Cosa que había, cosa en la que estaba. No me importaba si iba sola, si me estaba cagando de frío, si me quedaba en la loma del culo; todo lo que había, lo iba a ver. Consumidora total”.
A partir de la nueva vida platense de Eliana también llegó lo que ella denomina como “una enfermedad”: “Siento que hago un compromiso con la gente que toca. Con las bandas que me gustan mucho, siento que pierdo la fecha. No es que en otro momento las voy a ver, siento que me las pierdo”, explica la chica de sonrisa contagiosa. Es por eso mismo que en tan sólo 7 años de estadía en la ciudad, los músicos locales no dudaron en adoptarla como la niña prodigio, que de la mano de su fiesta no sólo es capaz de movilizar a una monada de espectadores quietos, sino que además logra sumar nuevos adeptos. “Llega un momento en el que me parece tanto lo que me están dando que necesito compartirlo, entonces empiezo a decirle a un montón de gente que vaya a ver a la banda, a promocionarla, a publicar las fechas; tengo esa cosa de que quiero compartir lo bien que me hace sentir a mí”, dice acelerada.
Por ese amor que Eliana siente por el vivo, no duda en asegurar que su llegada a este mundo fue tardía: “Hubiese querido estar en muchas fechas. Los dvds de recitales me chupan un huevo; yo quiero ir”, dice para luego describir “la rabia” que le produce su nacimiento fuera de tiempo. “Mi mayor miedo es morirme sin haber escuchado la suficiente cantidad de discos, haber leído la suficiente cantidad de libros y haber visto a la suficiente cantidad de recitales. Por eso, lamento mucho cuando no puedo ir; siento que estoy en falta con la banda y conmigo. Antes me armaba las fechas para que no se me pisaran, y ni contar las veces que hice rally y en una noche fui de ver a Billordo a ver a La Secta, y de La Secta, a Claudio Paul”, explica.
Sea como sea, Eliana no deja de ser una nena que cada vez que puede, se zangolotea sin ningún pudor y, por supuesto, logrando salirse con la suya, después de mover todas las mesas de un bar al grito de “párense que se terminó la sentada”, o de tomar por asalto el campo del Luna Park para bailar al ritmo de la música. “Cuando era chica quería ser grande, y ahora lo que más quiero es seguir manteniendo el espíritu de niña vivo. Por eso esta cosa de divertirme, de bardearla. Si dejo de sentir alguna vez esto que me fascina del vivo, soy un autómata más. Lo único que quiero es seguir sintiendo con el cuerpo las cosas que hago, si no ya no tiene mucho sentido”, asegura con su sonrisa y su mirada introspectiva, esa que no deja lugar a dudas: ella es la auténtica nena grunge.

De Garage - Junio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)

jueves, 10 de junio de 2010

La Fabriquera: unos “locos tomando por asalto las calles”


El grupo artístico platense que mixtura lo teatral con lo coreográfico, lo musical y lo plástico reflexiona con Agencia NAN acerca del curso que tomó el proyecto luego de convertirse en itinerante y anticipa el estreno de Mar de fondo remix, una reformulación de la celebración por el Bicentenario. “La obra es un montón de gente intentando construir algunas imágenes o momentos desde el lugar que puede. No tenemos mito de origen único para constituir lo simbólico de nuestra nacionalidad: debemos inventar alguno”, propone Laura Valencia, directora del colectivo.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías gentileza de Fernando Massobrio

La Plata, junio 10 (Agencia NAN-2010).- Seguir, seguir y seguir. Eso es lo que el grupo de La Fabriquera busca, intenta y logra. Constituido en torno a una sala que supo regalar las delicias que pueden conseguirse cuando el dueño del circo está dispuesto a abrir las puertas a todo aquel que quiera probar y mostrar su trabajo, Laura Valencia, quien solía ser la propietaria de ese lugar que servía como epicentro de sus producciones de danza y teatro, decidió no bajar los brazos cuando el espacio dejó de funcionar y La Fabriquera quedó en la calle. A partir de entonces, La Fabriquera se convirtió en Itinerante y, aprovechando la ocasión, supo hacer suyo cuanto rincón hubiese suelto, incluso veredas, calzadas y parques.
“Hubo algo del ser itinerantes y estar encontrando espacios alternativos donde funcionar que nos vino bien. Cuando no hace frío, estamos mucho en la calle porque me gusta mucho volver a la idea de tener otro tipo de relación con la ciudad, como la que uno tiene cuando se va de vacaciones, que percibe todo de otra manera y todo te llama la atención, vas escuchando y mirando”, dice Valencia luego de recordar la experiencia que realizó como directora de Danza a la deriva, un espectáculo que se montó en el marco de la última Muestra Ambulante, realizada en octubre del año pasado, y en el que fue posible ver decenas de cuerpos fusionándose con las paredes, el asfalto e incluso los autos y las personas que transitaban por el barrio de La Plata, Meridiano Vº.
La Fabriquera no nació como el grupo que se constituye hoy. En realidad, todo empezó con la inauguración a fines de 1995 de una sala que perseguía el objetivo de tener un lugar desde donde experimentar y plasmar el trabajo coreográfico y teatral que Laura y José "Pollo" Canevaro realizaban. Después se sumó Patricia Ríos, y con ella llegaron más artistas, deseosos de contar con un lugar en el que la mixtura de lenguajes y disciplinas fuera bienvenida. “La Fabriquera siempre fue un espacio que contuvo muchos proyectos, de mucho laboratorio y búsqueda”, asegura Valencia para luego explicar la continuidad del proyecto que se había iniciado en esa casa antigua de 2 y 42: “La pérdida del espacio fue algo que no quisimos. Uno de los socios se abrió y por eso cerramos, así que con Patricia el espíritu de seguir estaba. Manteníamos esas ganas, y La Fabriquera ya había sobrepasado nuestra voluntad. Ya era un montón de gente necesitando un espacio”.
En un intento de mantener viva esa energía que tenía la sala donde artistas de diversas disciplinas podían sentirse con la libertad de “mostrar lo que quisieran”, La Fabriquera Itinerante aún hoy se alimenta de la conjunción de lenguajes: “Nos interesa mucho la idea de la prueba. Así, por ejemplo, hace poco presentamos un espectáculo que se llamó Otoño en fuga, en el que hubo trabajos de danzas, música y teatro”, describe con orgullo Valencia en diálogo con Agencia NAN.
Fiel a la flexibilidad que adoptaron allá por 1995, la gente de La Fabriquera no se ata, entendiéndose a sí misma como un grupo que no es cerrado y en el que no siempre todos deben participar de cada una de las propuestas. “No necesariamente somos todos juntos todo el tiempo. Siempre tuvimos algo que ver, aunque no estuviésemos exactamente en los mismos proyectos. Yo casi siempre dirigí y Patricia escribe, así que alguna vez trabajé sus textos y los sigo trabajando, pero también es actriz y me encanta trabajar con ella. Siempre hay un intercambio”, dice Valencia como preámbulo a la presentación de últimas incorporaciones del grupo: “Hay unos chicos que conocí este verano; los vi bailar en una fiesta electrónica y los llamé para trabajar, no los conocía ni sabía si eran bailarines, pero los convoqué igual. Es que me encanta trabajar con gente nueva y encontrarme con la dificultad del código. Me parece que también se envicia un poco cuando uno trabaja durante mucho tiempo con las mismas personas”.
El trabajo de La Fabriquera Itinerante no sólo aborda lo teatral, lo coreográfico y lo musical, las escenas que el grupo presenta en sus obras, además, suelen ser vistas como una sucesión de composiciones plásticas en movimiento. "A mí el mundo de las imágenes me encanta, me parece que es un espacio que no llega a ser una escena y es mucho más que una foto porque tiene un pequeño desarrollo en el tiempo, y sin embargo se constituye como algo pictórico pero que no es estático. Por otro lado, el mundo de las imágenes permite construir algo donde el signo no se cierre, no sea algo simbólico, sino que cada uno pueda remitirse a cosas personales; tiene un sentido más abierto, multiplicado”, ahonda Valencia. Después, explica que sus proyectos no buscan categorizarse bajo un género, sino que son abordados a partir de la prueba y combinación de materiales diferentes: “Experimento, pero no me importa decir que hago cosas experimentales. Podría decir que hago danza contemporánea porque uso cosas de la danza contemporánea, pero la verdad es que me resulta muy aburrida”, sostiene entre risas.
“Hoy La Fabriquera es un deseo enorme de existir. Es el deseo totalmente corporizado. Se nos fue lo más burgués de tener resuelto el lugar y que esté ahí, y de pronto nos dimos cuenta que hay una pasión y un deseo enorme de producir y estar. Y de andar por la ciudad como unos locos tomando por asalto las calles. La Fabriquera es el deseo de ser”, precisa Valencia. “En algún momento, definimos a La Fabriquera como un bunker existencial que nos protegía del afuera. Ahora siento que aunque no esté el espacio, seguimos con ese bunker porque estamos muy fuertes con nuestro deseo y nuestras ganas de seguir adelante”.
Seguir, seguir y seguir. Ése es el deseo y el objeto en torno al cual La Fabriquera Itinerante organiza su labor. Y qué mejor manera de hacerlo que presentando trabajos nuevos en espacios que estén dispuestos a abrirles las puertas para entrar a jugar. Por eso, y porque la marcha nunca debe menguar, La Fabriquera ahora se prepara para el estreno de mañana, ése en el que el público podrá ver una reversión de una obra anterior, Mar de fondo, que fue adaptada para plantear los sentimientos que se presentaron en los miembros del grupo ante el Bicentenario: “Necesitábamos manifestarnos y encontrar alguna manera de conmemorar; entonces, la obra es un montón de gente intentando construir algunas imágenes o algunos momentos desde el lugar que puede cada uno. No tenemos mito de origen único a cual recurrir para representar y constituir lo simbólico de nuestra nacionalidad en una sola imagen o momento, debemos inventar alguno, cosa imposible, inabarcable y que a la vez nos hace tan argentinos”, explica Laura dispuesta a continuar, aunque las paredes de una sala ya no la contengan y ahora la ciudad entera se disponga como escenario bajo sus pies.

* Mar de Fondo Remix, Instrucciones para Conmemorar se presentará mañana a las 21.30 en Galpón de Encomiendas y Equipajes de La Grieta, 18 y 71, La Plata.

www.agencianan.com.ar

martes, 1 de junio de 2010

The Plasticos en Biguá


Con letras explosivas, guitarras enérgicas y composiciones inconteniblemente frenéticas, Leo Road, Martín Zalazar, Cristián Sparapani y Gabriel Frasson lograron un milagro durante la noche del sábado: a fuerza de melodías bien ejecutadas, la gente olvidó por un momento las odiseas climáticas y deseó rockearla.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

La Plata, junio 1º (Agencia NAN-2010).- En combinación con varios riffs seleccionados con la picardía de quien sabe cómo dominar la escena más una seguidilla de letras explosivas, una melodía bien ejecutada logra milagros: el diluvio universal que promete que en cualquier momento caerán sapos sobre las calles platenses desaparece, el frío capaz de dejar caer seco a cualquier animal es un mero relato bíblico y, por fin, todo se cubre de una electricidad esperanzadora que dejará cuerpos deseosos de más delicias sonoras. El rock mueve montañas y, durante la helada noche del sábado, The Plasticos se vistió de mesías.
Es una de esas bandas con sonido típicamente platense. Un sonido que no es más que una sensación de complicidad y una sumatoria de guiños que oscilan entre la potencia y la distorsión de las guitarras de Peligrosos Gorriones, las entonaciones que recuerdan a los mejores días de Federico Moura, las letras plagadas de situaciones extremas y la mixtura de melodías inconteniblemente frenéticas con la tersura del pop. Con ese combo, y dispuestos a demostrar todas sus dotes de artistas locales, los músicos se erigen cerca de las 2 sobre el escenario de Biguá y disparan con “Late”. Leo Road, el vocalista, gritará sin ponerse colorado “baby, haces cualquier cosa por tenerme y yo quiero cogerte, no me importa perderte porque yo no me detengo”.
Sin necesidad de presentaciones, los Plasticos continúan con la homilía hasta convertirse en “Tu Dios”, desplegando una melodía contagiosa que rememora al cuarteto escocés Franz Ferdinand. Como en todo buen ritual, el público se queda inmóvil ante la promesa de la banda de llevarse a todos al mismísimo infierno y sólo se permite movilizarse para aplaudir cuando la tradición lo indica. Los ánimos se calman con el advenimiento de “No me obligues”, para después volver a caldearse con “Patrañas”, el rockabilly en el que el bajo de Gabriel Frasson tiene oportunidad de lucirse.
Cuando llega “Estrategia”, Frasson y Road, junto a la guitarra de Cristián Sparapani y la batería de Martín Zalazar, dejan en claro que no existen lugar y sonido que a la banda le queden incómodos, logrando descabezar las inclemencias y, como buenos profetas, demostrar que todo es superable cuando la base es sólida. Después, siguen “Anfibia” y “A tus pies”, la antesala perfecta para que, en “Clase B”, Leo cante endureciendo todos los músculos de su cara y en clara provocación a las nuevas celebridades del rock: “sos una estrella, tenés un club de fans, igual no te voy a mirar”.
Cerca del final, Caio Armut, uno de los personajes rockers más conocidos en la ciudad, aunque --extrañamente-- jamás haya estado al frente de una banda, es invitado por The Plasticos a abandonar el lugar de los fieles para cantar en “Toc”, una de esas canciones que es imposible no seguir tarareando aún horas después de haberla escuchado. Dispuesto a coronar la noche, Caio baila mientras corea “hey, psicodoctor, necesito medicina, please”, para después tironearse de los pelos y gritar “¡medícame!, ¡medícame!”. Por primera vez en Biguá, algunos de los espectadores rompen con la estructura para permitirse arengar al invitado que, hasta hace poco tiempo, era el único que se sacudía sin mesura al ritmo de la música desde el fondo del salón. El bajo ametralla anunciando la llegada de “Un ardiente beso”, la canción apta para demoler hoteles con la que Peligrosos Gorriones se despachó en los ‘90. Los roles se invierten y Sparapani es el encargado de darle voz a los versos histéricos que solía entonar Francisco Bochatón.
“Algunas noches me siento tan freak, y voy siguiendo la pista, voy corriendo a la pista, voy perdiendo de vista el que fui”, canta Leo Road en el último tema de la fecha, “No puedo dormir”. La melodía bailable de la canción, ejecutada con absoluta precisión, transcurre dispuesta a dejar en cada una de las células de los asistentes el deseo de ser acreedoras de más delicias en forma de sonidos eléctricos. Sin embargo, sin tiempo a bises, la peregrinación se hace inevitable, aunque manteniendo vivo el recuerdo del mesías plastificado que en la madrugada del sábado no sólo rebatió a las plagas climáticas, sino que además, durante casi una hora, se dedicó a dar una lección de cómo hacer buen rock platense.

MySpace: http://www.myspace.com/theplasticos
Fotolog:
http://www.fotolog.com/theplasticos

www.agencianan.com.ar

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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