Con su sonrisa contagiosa, su piel rosada y su danza desenfrenada, es capaz de lograr que medio bar se sacuda olvidando los prejuicios. Eliana Urbina, la chica que sabe divertirse como una niña.
“Cuando era chica, la única pelotuda que bailaba siempre era yo”. Eliana es la chica que baila, que se sacude, patalea y grita como una nena. Hay música y ella, igual que siempre, baila como nunca antes. Sin importar qué día marque el calendario, el horario o el lugar, la hija mayor de la familia Urbina desde hace tiempo sabe que si una guitarra suena cerca suyo, no pasará mucho tiempo para que una descarga eléctrica le zarandee el cuerpo y otra vez la danza se desate.
Quizás la explicación de tanto movimiento esté en aquellos días en los que Eliana Urbina, con sólo 8 años, sintió por primera vez que una banda la zamarreaba, iniciándola en las dulzuras del rock: “a Nirvana la escuché con el cuerpo”, dice mientras recuerda los tiempos en los que se juntaba con Gastón, su mejor amigo, para escuchar cuanto sonido grunge pudiera. “Nos embunkereábamos en el garaje de Gastón porque ahí era donde Lucas, su hermano mayor, tenía los pósters de Faith No More, Pearl Jam, Alice in Chains, Nirvana y de surf; con el surf nunca nos copamos porque somos un desastre con el deporte, pero sí con escuchar los discos”, describe.
A pesar de que aún hoy la figura de Kurt Cobain logre hacer estragos en Eliana, ella jura que gracias a Nirvana su mente se abrió: “empecé a seguir a Foo Fighters y a todo lo que se pareciera a ellos; iba como linkeando en otras bandas”. Después llegaron los obligatorios tiempos nü metal para casi todo adolescente del 2000, de los que rescata a System of a Down, y el gran cambio de la mano de la revelación de que aun esos sonidos que había rechazado podían darle cosas nuevas: “De chica no me cabía el punk pero cuando lo escuché con el corazón, fue como una segunda etapa de redescubrir la música con Sex Pistols, Los Ramones y The Clash. Después me llegó la era del postpunk, y empecé a escuchar a Joy Division y a un montón de otras bandas, que eran súper oscuras y, a la vez, para mí eran liberadoras”, sintetiza.
Lo cierto es que Eliana funciona por medio de un radar, que la obliga a estar todo el tiempo buscando nuevas frecuencias sonoras y, claro, la lleva a estar dispuesta a ser parte de cuanta experiencia se le presente. “Siempre estoy abierta a escuchar la porquería de moda, por ejemplo, ahora estoy loca con Lady Gaga, ¡quiero ser Lady Gaga!”, dice entre risas.
De Garage - Junio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
“Cuando era chica, la única pelotuda que bailaba siempre era yo”. Eliana es la chica que baila, que se sacude, patalea y grita como una nena. Hay música y ella, igual que siempre, baila como nunca antes. Sin importar qué día marque el calendario, el horario o el lugar, la hija mayor de la familia Urbina desde hace tiempo sabe que si una guitarra suena cerca suyo, no pasará mucho tiempo para que una descarga eléctrica le zarandee el cuerpo y otra vez la danza se desate.
Quizás la explicación de tanto movimiento esté en aquellos días en los que Eliana Urbina, con sólo 8 años, sintió por primera vez que una banda la zamarreaba, iniciándola en las dulzuras del rock: “a Nirvana la escuché con el cuerpo”, dice mientras recuerda los tiempos en los que se juntaba con Gastón, su mejor amigo, para escuchar cuanto sonido grunge pudiera. “Nos embunkereábamos en el garaje de Gastón porque ahí era donde Lucas, su hermano mayor, tenía los pósters de Faith No More, Pearl Jam, Alice in Chains, Nirvana y de surf; con el surf nunca nos copamos porque somos un desastre con el deporte, pero sí con escuchar los discos”, describe.
A pesar de que aún hoy la figura de Kurt Cobain logre hacer estragos en Eliana, ella jura que gracias a Nirvana su mente se abrió: “empecé a seguir a Foo Fighters y a todo lo que se pareciera a ellos; iba como linkeando en otras bandas”. Después llegaron los obligatorios tiempos nü metal para casi todo adolescente del 2000, de los que rescata a System of a Down, y el gran cambio de la mano de la revelación de que aun esos sonidos que había rechazado podían darle cosas nuevas: “De chica no me cabía el punk pero cuando lo escuché con el corazón, fue como una segunda etapa de redescubrir la música con Sex Pistols, Los Ramones y The Clash. Después me llegó la era del postpunk, y empecé a escuchar a Joy Division y a un montón de otras bandas, que eran súper oscuras y, a la vez, para mí eran liberadoras”, sintetiza.
Lo cierto es que Eliana funciona por medio de un radar, que la obliga a estar todo el tiempo buscando nuevas frecuencias sonoras y, claro, la lleva a estar dispuesta a ser parte de cuanta experiencia se le presente. “Siempre estoy abierta a escuchar la porquería de moda, por ejemplo, ahora estoy loca con Lady Gaga, ¡quiero ser Lady Gaga!”, dice entre risas.
Claro que “escuchar con el cuerpo” desde casa no fue el único gran momento para Eliana. De hecho, ella asegura que terminó de convencerse de que el rock era su lugar cuando descubrió lo encantadora que puede resultar una guitarra en vivo. “En Necochea había dos o tres bandas que tocaban en los bares o en la playa. Con mis amigos deseábamos mucho ese ritual, más allá de cómo sonaban; deben haber sonado como la mierda porque en la playa ¿qué sonido podés tener?”, sostiene. Con la llegada de Eliana a La Plata y su sembradero de músicos, la historia cambió, perfeccionándose: “Cosa que había, cosa en la que estaba. No me importaba si iba sola, si me estaba cagando de frío, si me quedaba en la loma del culo; todo lo que había, lo iba a ver. Consumidora total”.
A partir de la nueva vida platense de Eliana también llegó lo que ella denomina como “una enfermedad”: “Siento que hago un compromiso con la gente que toca. Con las bandas que me gustan mucho, siento que pierdo la fecha. No es que en otro momento las voy a ver, siento que me las pierdo”, explica la chica de sonrisa contagiosa. Es por eso mismo que en tan sólo 7 años de estadía en la ciudad, los músicos locales no dudaron en adoptarla como la niña prodigio, que de la mano de su fiesta no sólo es capaz de movilizar a una monada de espectadores quietos, sino que además logra sumar nuevos adeptos. “Llega un momento en el que me parece tanto lo que me están dando que necesito compartirlo, entonces empiezo a decirle a un montón de gente que vaya a ver a la banda, a promocionarla, a publicar las fechas; tengo esa cosa de que quiero compartir lo bien que me hace sentir a mí”, dice acelerada.
Por ese amor que Eliana siente por el vivo, no duda en asegurar que su llegada a este mundo fue tardía: “Hubiese querido estar en muchas fechas. Los dvds de recitales me chupan un huevo; yo quiero ir”, dice para luego describir “la rabia” que le produce su nacimiento fuera de tiempo. “Mi mayor miedo es morirme sin haber escuchado la suficiente cantidad de discos, haber leído la suficiente cantidad de libros y haber visto a la suficiente cantidad de recitales. Por eso, lamento mucho cuando no puedo ir; siento que estoy en falta con la banda y conmigo. Antes me armaba las fechas para que no se me pisaran, y ni contar las veces que hice rally y en una noche fui de ver a Billordo a ver a La Secta, y de La Secta, a Claudio Paul”, explica.
Sea como sea, Eliana no deja de ser una nena que cada vez que puede, se zangolotea sin ningún pudor y, por supuesto, logrando salirse con la suya, después de mover todas las mesas de un bar al grito de “párense que se terminó la sentada”, o de tomar por asalto el campo del Luna Park para bailar al ritmo de la música. “Cuando era chica quería ser grande, y ahora lo que más quiero es seguir manteniendo el espíritu de niña vivo. Por eso esta cosa de divertirme, de bardearla. Si dejo de sentir alguna vez esto que me fascina del vivo, soy un autómata más. Lo único que quiero es seguir sintiendo con el cuerpo las cosas que hago, si no ya no tiene mucho sentido”, asegura con su sonrisa y su mirada introspectiva, esa que no deja lugar a dudas: ella es la auténtica nena grunge.
A partir de la nueva vida platense de Eliana también llegó lo que ella denomina como “una enfermedad”: “Siento que hago un compromiso con la gente que toca. Con las bandas que me gustan mucho, siento que pierdo la fecha. No es que en otro momento las voy a ver, siento que me las pierdo”, explica la chica de sonrisa contagiosa. Es por eso mismo que en tan sólo 7 años de estadía en la ciudad, los músicos locales no dudaron en adoptarla como la niña prodigio, que de la mano de su fiesta no sólo es capaz de movilizar a una monada de espectadores quietos, sino que además logra sumar nuevos adeptos. “Llega un momento en el que me parece tanto lo que me están dando que necesito compartirlo, entonces empiezo a decirle a un montón de gente que vaya a ver a la banda, a promocionarla, a publicar las fechas; tengo esa cosa de que quiero compartir lo bien que me hace sentir a mí”, dice acelerada.
Por ese amor que Eliana siente por el vivo, no duda en asegurar que su llegada a este mundo fue tardía: “Hubiese querido estar en muchas fechas. Los dvds de recitales me chupan un huevo; yo quiero ir”, dice para luego describir “la rabia” que le produce su nacimiento fuera de tiempo. “Mi mayor miedo es morirme sin haber escuchado la suficiente cantidad de discos, haber leído la suficiente cantidad de libros y haber visto a la suficiente cantidad de recitales. Por eso, lamento mucho cuando no puedo ir; siento que estoy en falta con la banda y conmigo. Antes me armaba las fechas para que no se me pisaran, y ni contar las veces que hice rally y en una noche fui de ver a Billordo a ver a La Secta, y de La Secta, a Claudio Paul”, explica.
Sea como sea, Eliana no deja de ser una nena que cada vez que puede, se zangolotea sin ningún pudor y, por supuesto, logrando salirse con la suya, después de mover todas las mesas de un bar al grito de “párense que se terminó la sentada”, o de tomar por asalto el campo del Luna Park para bailar al ritmo de la música. “Cuando era chica quería ser grande, y ahora lo que más quiero es seguir manteniendo el espíritu de niña vivo. Por eso esta cosa de divertirme, de bardearla. Si dejo de sentir alguna vez esto que me fascina del vivo, soy un autómata más. Lo único que quiero es seguir sintiendo con el cuerpo las cosas que hago, si no ya no tiene mucho sentido”, asegura con su sonrisa y su mirada introspectiva, esa que no deja lugar a dudas: ella es la auténtica nena grunge.
De Garage - Junio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
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