jueves, 30 de abril de 2009

Chico Ninguno


Umagrama, Fok Electrochongo, Chico Ninguno y Finger Voodoo se proponen ser los dueños de la fiesta del sábado, poniendo a prueba el estado físico de su público. Obligada a bailar hasta la mañana del domingo, la gente se sacude para mirar de frente a la promesa de la música electrónica platense.

Texto y fotografía por Carolina Sánchez Iturbe

“Bailando, bailando, amigos adiós el silencio loco”. Como una consigna imposible de eludir, Chico Ninguno versiona una de esas canciones más famosas de los ’90, de la cual nadie recuerda su intérprete.
Antes, mucho antes de que Pura Vida se convirtiera en una pista de baile y justo después del debut de Umagrama, Fok Electrochongo sube al escenario y, frente a 200 personas, se apropia de los cuerpos de la mano de su electro pop con tintes románticos. Una camisa llena de lentejuelas plateadas destella mientras aquel hombre musculoso baila y canta.
Los temas propios son invitaciones constantes a enamorarse brutalmente, los covers de Los Violadores y de Miguel Mateos no, irritan, aunque, por la simpatía del cantante, que se va desvistiendo de a poco sobre el escenario, es imposible no intentar seguirle el ritmo.
Después de que Fok termina su show bailando en calzoncillos, Chico Ninguno sube al escenario, que está adornado por un figurón de Robocop que amenaza con disparar, y espera frente al micrófono a que Juan Cruz, el único músico que lo acompaña, se acomode detrás de la computadora desde la que ejecutará las bases de las canciones. Un error en la pista obliga al cantante a colgarse la guitarra y empezar el recital de un modo atípico: “Egoísta”, una de las baladas de él, permite descubrir que este muchacho de La Plata puede crear canciones preciosas. El tiempo se detiene durante los tres minutos en que Chico Ninguno canta “no sé por qué me gusta tanto enfrentarme a vos, haces lo mismo que yo, olvidándote todo”. Para después, y con el show listo, reiniciar su marcha frenética. Un oasis en la noche.
Chico Ninguno se divierte, mientras mira a la gente de frente, sin timidez. Como por contagio, su público se electriza, haciéndose cargo de la consigna con las piernas y los brazos. Cada vez que la computadora de Juan Cruz despide la melodía de alguno de los temas “bailables”, el cantante se protege detrás de unos anteojos de sol al tiempo que se dispone a sacudirse como si una descarga eléctrica cayera sobre su cuerpo, obligando a sus brazos a tensionarse y combatir contra algún enemigo invisible.
Pegada al escenario, que no está a más de medio metro del piso, la gente imita a Chico Ninguno y, como una marea, se tambalea de lado a lado intentando compartir en la intimidad del pequeño salón de 8 y 60 ese momento de felicidad inexplicable.
“Hoy estamos presentando el primer disco de Chico Ninguno, que pronto podrán descargar desde Internet”. Una voz nasal que recuerda a las peores gripes y que, al mismo tiempo, convierte a Chico Ninguno en un personaje de caricatura anuncia el verdadero motivo del recital. A pesar de que se trata de un concierto de inauguración, el público parece conocer todas las canciones: las corea festeja como si se trataran de hits.
Momento de recuerdos. Cuando suena el cover de Paradisio, “Bailando”, una chica de cabellos revueltos y anteojos de sol redondos se sonríe satisfecha, mientras sacude la cabeza al ritmo de la música. Quienes la rodean, la siguen mientras repiten “sí señor, coronas de cristales, yeah, yeah, yeah”.
“Si sirvo para hacerte bien, me quedaré con vos”. La frase hipnotiza a quienes hasta recién bailaban frenéticamente. “Adentro/Afuera” es otra demostración de que cuando Chico Ninguno se dispone a crear canciones hermosas, lo hace a la perfección. Su voz se apodera de todos los cuerpos sudorosos, mientras los versos del tema resuenan en las cabezas como si fueran dedicados especialmente a cada persona que se acercó hasta Pura Vida.
Una hora después del inicio del recital, cuando Chico Ninguno baja del escenario, la fiesta sigue. Finger Voodoo se acomoda junto a la bandeja desde la que durante toda la noche hizo más agradables a los intervalos, y se propone a no dejar que nadie se retire de ese bar. Envuelto en un manto rojo, y con la electrónica explosiva que sólo un enviado del demonio podría tocar, consigue su cometido.
Son las 8 de la mañana y todavía algunos seres resisten. Mientras se esconden de la luz que entra por la puerta de salida, saltan y se sacuden, al mismo tiempo que Satán se apropia de los dedos que musicalizan sin tregua.


www.vuenoz.com

martes, 21 de abril de 2009

domingo, 19 de abril de 2009

Residencia Corazón: intercambios culturales para expandir La Plata


Un artista y un comunicador social platense crearon en 2006 un espacio estético de intercambio cultural con artistas internacionales: “Siempre fue como una norma que los que nos visitaron la pasaron bien, no se querían ir y se fueron conmovidos por la experiencia” de vivir unos meses en La Plata a cambio de su participación en una obra de arte en la residencia. En los dos años del proyecto, ya hubo once residentes que descubrieron, en algunos casos, nuevas facetas en su arte. Sin angurrias, el artista visitante y su obra son ofrecidos a la comunidad: “Es una forma de abrir la ciudad hacia fuera”, explican ellos.

Por Carolina Sánchez Iturbe (desde La Plata)
Fotografías de prensa de Residencia Corazón

La Plata, abril 19 (Agencia NAN-2009).‑ Diagonal 77 podría ser el nombre de cualquier típica calle platense atestada de autos que en las intersecciones pierden la paciencia, plagada de casas con una arquitectura al mejor estilo francés. Sin embargo, justo al lado de un kiosco que nada tiene de particular y a pocos metros de una estación de servicio casi desierta que se encarga de recordar que YPF alguna vez perteneció al Estado, una construcción antigua y de fachada colorida marca la diferencia. Desde su vereda se respira arte. En la puerta de Residencia Corazón, un moderno vitraux anticipa que ése no es un edificio más. Los pedazos de vidrio pintado y pegados con cemento bajo una ventana lo confirman. Históricamente, el primer cuarto de Residencia Corazón fue puro blanco. Pero ya no: el collage realizado por el artista estadounidense Christopher Schreck, que se exhibe en las paredes junto con un corazón iluminado, rompe de un zarpazo con la monocromía.
Desde 2006, Rodrigo Mirto y Juan Pablo Ferrer, un artista y un comunicador, son los mentores de este espacio estético y están abocados a la tarea de recibir a los artistas extranjeros que se inscriben para realizar el programa de residencias que ellos mismos crearon en La Plata. Schreck es el onceavo residente en dos años. Llegó desde Chicago y en menos de dos meses preparó el trabajo que hoy adorna la sala de exposiciones de Residencia Corazón. Jura que no sabe si el nombre con el que bautizó a la muestra suena bien en español: "Tu único regalo es una cabeza delirante". No quedan dudas, su elección no pudo ser mejor.
En el patio que está en la trastienda, justo detrás del taller --adornado con esculturas de hierro realizadas por Mirto--, ambos reciben a Agencia NAN y entre sonrisas relatan el crecimiento que el proyecto experimentó desde aquel comienzo en el que todo se presentaba idílico: "Al principio parecía una locura, pero después la experiencia fue muy gratificante". Mirto sabe que cuando pensó en traer a artistas extranjeros para que vivieran algunos meses en Residencia Corazón todo tenía una complejidad que podía ser entendida como imposible.
La idea era iniciar una experiencia de intercambio con artistas locales y de reciprocidad con la cultura platense, con la finalidad de que el visitante produjera su propia obra en el lugar. Con la llegada de Annick Donkers, la primera residente, las dificultades económicas y de organización y la incertidumbre que presentaba la propuesta disminuyeron poco a poco. Es que cuando Donkers llegó desde Bélgica con su cámara y una pila de fotografías de equipaje, Residencia Corazón todavía era sólo un cúmulo de buenas intenciones.
Al principio, el carácter europeo de la artista, quizás teñido por las condiciones climáticas de su país de origen, la hacía parecer distante, un tanto fría para la idiosincrasia local. Después de casi dos meses de alojamiento en la residencia, el día en que Mirto y Ferrer la despidieron, la pseudo distancia europea desapareció y Donkers se emocionó. Esas son las experiencias a las que Mirto hace referencia cuando dice que Corazón los sobrepasó: "Siempre fue como una norma que los que nos visitaron la pasaron bien, no se querían ir y se fueron conmovidos por la experiencia”. Ferrer cuenta que la residencia es sumamente intensa tanto para el artista que la realiza como para sus organizadores. Es que la calidez que desprenden las paredes de la casa, junto con la impresión de estar viviendo en y por el arte, hacen que la indiferencia resulte una mala opción.
Por más que resulte extraño que un artista y un comunicador social decidan embarcarse en un proyecto de tamaña empresa, no lo es tanto. Desde hace años que Ferrer y Mirto trabajan en La Plata promoviendo actividades culturales novedosas y diferentes. Por eso, Mirto asegura que la idea fue innovar y, al mismo tiempo, enriquecer a la ciudad. Para ellos, esto no podía ocurrir en un lugar que no fuera La Plata. "Es que somos muy de acá", se sonríe Mirto, sin disimular sus orígenes platenses. Entonces, su compañero aprovecha para subirse al carro del orgullo nativo y destaca los beneficios del lugar: "Sabemos del valor artístico que tiene la ciudad y creemos firmemente en eso". Como señala el artista del dúo, el entorno resulta beneficioso de por sí: "La gente que vino se mezcló con artistas de acá. Es una forma de abrir la ciudad hacia afuera".
Ese mutuo enriquecimiento estuvo presente desde la génesis del proyecto, en la que sus mentores eran conscientes de que "traer artistas del exterior no era ni más ni menos que traer experiencias de otros lugares". Lo que diferencia al programa de residencias de cualquier hostel es la labor que sus creadores le dedican al proyecto, codo a codo con el artista. "La idea fundamental es que vengan a trabajar de lo que les gusta y que se lleven algo con ellos. El residente no viene de vacaciones, viene a hacer algo que le sirva como persona y como artista", aclara Ferrer, sentado contra la pared amarilla de aquel patio, justo debajo de una lámpara que creó su compañero de ruta.
Según Ferrer, otro de los objetivos consiste en que el artista-visitante utilice el recorrido realizado por la casa y lo vuelque en su arte, lo que se reflejará en la muestra con la que el intercambio concluye. "Es interesante ver que al final de la residencia son muchos los factores que influyen: el entorno, la ciudad y la experiencia del artista aquí, durante su estadía, queda reflejada en la obra", pone en relación Ferrer. Mirto mira a Schreck trabajando en el interior del taller y automáticamente nota que el norteamericano es un ejemplo del crecimiento que su compañero relata: "Él hace collage y acá hizo, además, fotos y videos. Ahora quiere seguir con esa ruta. Es como si descubrieran nuevas facetas durante la estadía".
Ese cambio también se refleja en el proyecto que los artistas planean desarrollar durante el viaje. Luego del compromiso creativo que asumen cuando realizan la experiencia, a veces ocurre que el arte que traían en su equipaje suele mutar, por lo que buena parte de las obras que exhiben son producidas acá. Y esto tiene que ver, en una buena proporción, con la tarea de los anfitriones, consistente en establecer las condiciones para que el artista que llegue a La Plata tenga todas las herramientas necesarias para realizar su trabajo y se sienta contenido. Si bien los intercambios se acomodan a cada residente, ellos siempre están para brindarles apoyo desde lo emocional, porque "no es fácil para alguien de afuera estar en la otra punta del mundo", cuentan los emprendedores.
La experiencia siempre concluye con la exhibición del trabajo que Residencia Corazón y el artista realizaron. Es entonces cuando la casa abre sus puertas a la comunidad, momento propicio para que la ciudad caiga rendida por la simple belleza de las obras que se exponen en la sala de diagonal 77. "Mostrar lo trabajado es nuestro nexo con la comunidad. Si no quedaría todo muy acá, entre nosotros", asegura convencido Mirto mientras rescata que se esfuerzan para que la gente asista a las muestras “porque son muy interesantes, inéditas aquí”.
Con el final de la residencia de Schreck y a la espera de la llegada de un nuevo artista que compartirá experiencias con una londinense, Mirto y Ferrer se muestran felices. La agenda de 2009 está completa de residentes y el trabajo promete ser mucho. Así que, luego de la charla, los anfitriones de Residencia Corazón se despiden. Los escolta el artista de Chicago que, haciéndose eco del nombre del lugar, con un fuerte abrazo invita a acercarse a la casa, a su casa, a compartir su experiencia. Él, al igual que los otros residentes, derribó las fronteras de las convenciones y el lenguaje.


lunes, 13 de abril de 2009

La Secta y Mostruo!


Después de la presentación, ya por costumbre impecable, de Mostruo!, La Secta toma el escenario de Ciudad Vieja y, valiéndose de una actuación detalladamente calculada, inicia la ceremonia. Oscuridad y provocación en una noche de jueves santo.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

Ciento veinticinco herejes. Eso sin contar a músicos y empleados. 125 almas se amontonan durante el jueves santo en Ciudad Vieja y, con esfuerzo, buscan un hueco entre los demás cuerpos que les permita ver el show. Es que si no se tiene visibilidad del escenario, se pierde la mitad del entretenimiento que ofrece La Secta.
Cuando Mostruo! se prepara para iniciar su show, el bar platense de 17 y 71 ya está desbordando su capacidad. Kubilai Medina se disculpa porque acaba de llegar al lugar, así que la prueba de sonido será una canción. Profesionalismo puro. No más de diez minutos son necesarios para que la banda se aceite y arranque sin complicaciones, justo en el instante en el que, por la cercanía de los cuerpos, se inicia el segmento intimista del recital.
Como buenos rockers, cuando los Mostruo! se ponen románticos son un placer. A la “ausencia” que canta Lucas Finocchi, el guitarrista, la siente todo el público, del mismo modo que no quiere decirle que sí a esa mujer que Kubilai describe en “No”. Después, el recorrido sigue, pululando entre “Grosso”, el primer disco de la banda, y “La nueva gran cosa”, su último trabajo editado.
“Ese oso, ese oso”, corean los 125 herejes, pidiendo que la banda no se despida sin antes tocar el que podría ser el hit de Mostruo!. Medina, Finocchi, Luciano Mutinelli y Federico Mutinelli responden a la petición y la canción resuena en Ciudad Vieja. Después se despiden, anunciando que en pocos minutos La Secta se apropiará del escenario que hasta entonces fue de ellos.
Una mujer se abre paso entre la gente. Apurada, se asegura de que los siete encapuchados que la siguen puedan llegar hasta el escenario. Vestidos de riguroso negro, los hombres de La Secta se acomodan y, en un bar en penumbras, se inicia la performance.
Las luces azules hacen juego con el sonido oscuro. Gastón Cigolani, la voz cantante y actoral de la banda, provoca al público con cada gesto de su cuerpo. A su lado, Alejandro Arecha, Marcos Scarafoni, Hugo Fernández, Fabián Piccinelli, Ulises Cremonte y Esteban Goral son parte del juego y, caracterizando personajes que funcionan a la perfección dentro de una gran máquina, bailan y se desenvuelven al ritmo de las canciones que rememoran en exceso a Prodigy.
El cover de “Mirada speed”, el tema de Virus, no podría quedarle mejor al sonido industrial/electrónico de La Secta. La versión se despoja de todo rastro de dulzura pop de Moura y se convierte en una canción frenética y perfectamente violenta.
Un par de linternas envueltas en plástico rojo forman parte de la utilería. Gastón, Ulises y Alejandro bailan al ritmo sintetizado de “El volador”. En perfecta coordinación con sus compañeros, el cantante se las arregla para entretanto entonar “con la mente en blanco y los humos transparentes te atrapó en el aire, luces de colores, sobrevuela el agua encantador el volador”. Actuación ininterrumpida.
Dos chicos del público juegan a batallar entre ellos como personajes de Mortal Kombat. El rito se extiende, el público pasa a ser parte de la performance. La Secta, por momentos, se convierte en una banda integrada por más de cien personas.
El lamento generalizado se debe al exceso de gente, no por una cuestión de incomodidad, sino porque todos saben que será imposible que en este recital el cantante salte del escenario para entremezclarse entre las mesas, o que Cremonte, el actor de la banda, tome a alguien del público y lo convierta en protagonista. Se acota una de las herramientas más poderosas de La Secta: la ruptura del espacio.
“Rolla, rolla, desenrolla, tira, tira, plaf, plaf, plaf”. El final llega con forma de bis y siguiendo con lo lúdico. Después de bailar por el escenario imitando a un robot, y de versionar una canción infantil, Gastón se abraza a sus compañeros y, como en una función de teatro, saluda a su público, que aplaude y grita después de haber sido, durante más de una hora, parte de la gran ceremonia del rock.

jueves, 9 de abril de 2009

The Charlie's Jacket


Acompañados por La Ira del Manso y Los Lugosi, y con una de las mejores ejecuciones del rock electrónico, The Charlie´s Jacket se presentaron en La Plata, inaugurando la noche de mayor convocatoria del 2009 en Pura Vida. Invitación al pogo a la vieja usanza.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

La diversidad manda. En una ciudad como La Plata en la que alrededor de sesenta bandas diferentes se presentan por fin de semana, la multiplicidad de propuestas es la que prima.
Esa diversidad es la misma de la que se hacen eco los bares, proponiendo extensas noches de rock, en las que las bandas no necesariamente deben parecerse entre sí. Ampliar el público es uno de los objetivos.
Pura Vida, como buen bar de rock de la ciudad, cada fin de semana intenta juntar a bandas que poco tienen que ver entre sí. Y lo logra. El sábado es la vedette del lugar. Es el día en que, por fin, el tiempo parece no existir y la gente se toma la licencia de bailar hasta las 7 de la mañana, hasta que el cuerpo pida a gritos descansar.
La ira del Manso desembarca en Pura Vida alrededor de las tres de la mañana con el noise que la caracteriza y que, al mismo tiempo, se sostiene en las guitarras por de más distorsionadas. El punk melódico invade al público que, por ser excesivamente numeroso, intenta acomodarse en alguno de los costados del bar para, aunque sea mal, deleitarse con el sonido. Después de una hora, le llega el turno a Los Lugosi.
Dos bajos, un sintetizador y una batería es toda la formación de Los Lugosi. En un mundo en el que los guitarristas son mayoría, la carencia de ellos en una banda es de por sí novedosa. Aunque el sonido resulta por momentos hueco a causa de la utilización de bases poco elaboradas, la propuesta no deja de ser atractiva.
La melodía potente de Los Lugosi retumba en las paredes de Pura Vida durante una hora y, finalmente, termina por agotar los oídos de más de doscientas personas que, sin embargo, esperan con ansias a que The Charlie’s Jacket cierre la noche.
La tecnología resuelve. Para las bandas, siempre fue difícil conseguir bateristas. Los músicos abundan, pero los bateristas no. Ahora, en la era digital, una computadora siempre es la mejor solución. Las bases son perfectas y, además, le dan un sonido diferente a las melodías. Ese sonido particular es del que se apropió The Charlie’s Jacket para conformar su rock electrónico, que es festejado por el público platense que desea bailar bajo el ritmo frenético de las imágenes que se proyectan en la pantalla gigante que es vestida por Los Amigos de la Imagen.
El pogo se apropia del pequeño salón en el que se ubica el escenario. La voz de Germen, el frontman de la banda, junto con su presencia escénica, enfundada en una chaqueta que rememora a Napoleón y acompañada por movimientos que constantemente invitan a abandonarse al sonido y, finalmente, perder la cordura, provocan que el baile del público evite la coordinación y se convierta en un empujar constante.
El lugar les queda chico. Es incómodo. Los Charlie’s convocan mucha más gente de la que Pura Vida puede albergar. Soportando empujones con el cuerpo y amontonado, el público inventa recovecos a la fuerza sólo con el objetivo de ser parte de lo que pareciera ser una de las vanguardias de La Plata.
Tras una hora y media de recital, The Charlie’s Jacket se retira después un bis, que parece rareza en tiempos que no dejan lugar a despedidas prolongadas. La energía de Germen, MatMan, Trapo y Bloide sigue rondando por las paredes de aquella casa restaurada de 8 y 60. Se trata de esa misma energía que ellos aseguran convertir en sonidos y que, a su vez, les dan más energías para crear más sonidos.

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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