lunes, 13 de abril de 2009

La Secta y Mostruo!


Después de la presentación, ya por costumbre impecable, de Mostruo!, La Secta toma el escenario de Ciudad Vieja y, valiéndose de una actuación detalladamente calculada, inicia la ceremonia. Oscuridad y provocación en una noche de jueves santo.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/photos/danpeople)

Ciento veinticinco herejes. Eso sin contar a músicos y empleados. 125 almas se amontonan durante el jueves santo en Ciudad Vieja y, con esfuerzo, buscan un hueco entre los demás cuerpos que les permita ver el show. Es que si no se tiene visibilidad del escenario, se pierde la mitad del entretenimiento que ofrece La Secta.
Cuando Mostruo! se prepara para iniciar su show, el bar platense de 17 y 71 ya está desbordando su capacidad. Kubilai Medina se disculpa porque acaba de llegar al lugar, así que la prueba de sonido será una canción. Profesionalismo puro. No más de diez minutos son necesarios para que la banda se aceite y arranque sin complicaciones, justo en el instante en el que, por la cercanía de los cuerpos, se inicia el segmento intimista del recital.
Como buenos rockers, cuando los Mostruo! se ponen románticos son un placer. A la “ausencia” que canta Lucas Finocchi, el guitarrista, la siente todo el público, del mismo modo que no quiere decirle que sí a esa mujer que Kubilai describe en “No”. Después, el recorrido sigue, pululando entre “Grosso”, el primer disco de la banda, y “La nueva gran cosa”, su último trabajo editado.
“Ese oso, ese oso”, corean los 125 herejes, pidiendo que la banda no se despida sin antes tocar el que podría ser el hit de Mostruo!. Medina, Finocchi, Luciano Mutinelli y Federico Mutinelli responden a la petición y la canción resuena en Ciudad Vieja. Después se despiden, anunciando que en pocos minutos La Secta se apropiará del escenario que hasta entonces fue de ellos.
Una mujer se abre paso entre la gente. Apurada, se asegura de que los siete encapuchados que la siguen puedan llegar hasta el escenario. Vestidos de riguroso negro, los hombres de La Secta se acomodan y, en un bar en penumbras, se inicia la performance.
Las luces azules hacen juego con el sonido oscuro. Gastón Cigolani, la voz cantante y actoral de la banda, provoca al público con cada gesto de su cuerpo. A su lado, Alejandro Arecha, Marcos Scarafoni, Hugo Fernández, Fabián Piccinelli, Ulises Cremonte y Esteban Goral son parte del juego y, caracterizando personajes que funcionan a la perfección dentro de una gran máquina, bailan y se desenvuelven al ritmo de las canciones que rememoran en exceso a Prodigy.
El cover de “Mirada speed”, el tema de Virus, no podría quedarle mejor al sonido industrial/electrónico de La Secta. La versión se despoja de todo rastro de dulzura pop de Moura y se convierte en una canción frenética y perfectamente violenta.
Un par de linternas envueltas en plástico rojo forman parte de la utilería. Gastón, Ulises y Alejandro bailan al ritmo sintetizado de “El volador”. En perfecta coordinación con sus compañeros, el cantante se las arregla para entretanto entonar “con la mente en blanco y los humos transparentes te atrapó en el aire, luces de colores, sobrevuela el agua encantador el volador”. Actuación ininterrumpida.
Dos chicos del público juegan a batallar entre ellos como personajes de Mortal Kombat. El rito se extiende, el público pasa a ser parte de la performance. La Secta, por momentos, se convierte en una banda integrada por más de cien personas.
El lamento generalizado se debe al exceso de gente, no por una cuestión de incomodidad, sino porque todos saben que será imposible que en este recital el cantante salte del escenario para entremezclarse entre las mesas, o que Cremonte, el actor de la banda, tome a alguien del público y lo convierta en protagonista. Se acota una de las herramientas más poderosas de La Secta: la ruptura del espacio.
“Rolla, rolla, desenrolla, tira, tira, plaf, plaf, plaf”. El final llega con forma de bis y siguiendo con lo lúdico. Después de bailar por el escenario imitando a un robot, y de versionar una canción infantil, Gastón se abraza a sus compañeros y, como en una función de teatro, saluda a su público, que aplaude y grita después de haber sido, durante más de una hora, parte de la gran ceremonia del rock.

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Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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