sábado, 30 de octubre de 2010

Películas de rock hasta que salga el sol


El cine Cervantes fue sede del rock en todas sus expresiones: bandas locales y filmes de música pasaron por esa sala, ubicada en 51 entre 11 y 12. Fue el lugar del under más destacado de los ’70 y los ’80, cuando La Plata todavía no era la ciudad de los escenarios.

Por Ana Clara Bórmida y Carolina Sánchez Iturbe

La Plata no siempre fue la ciudad de los escenarios. Antes, cuando no existían los bares en los que las bandas ofrecieran recitales de jueves a domingo, los rockeros no tenían muchas opciones: la música en vivo se veía sólo en clubes de barrio, donde el sonido no era la vedette, en el Teatro Ópera, que estaba destinado a las grandes bandas de Capital Federal, y en el Cine Cervantes.
“En el Cervantes tocaban bandas de acá. Ahí todo era más under, inclusive las películas que proyectaban. Por ejemplo, los filmes buenos iban al San Martín y al cine Rocha y en el Cervantes era donde pasaban La canción es la misma de Led Zeppelin, Woodstock, Rock hasta que salga el sol; todas películas más rockeritas. Inclusive, cuando se pasaba cine más tradicional, no era del que estaba dentro del circuito comercial, era de segunda línea”, rememora Jorge Vimercati.
Más allá de que hubiera o no espectáculos, el Cervantes era una salida de fin de semana para los jóvenes de los incipientes ‘80. Así, los sábados por la madrugada ése era un lugar de encuentro, en el que la gente se juntaba a mirar filmaciones de rock: “Era como ir a un recital. Ibas al cine y te quedabas desde las 12 hasta las 5 de la mañana mirando películas. Encima, en esa época no había MTV, entonces la única posibilidad de ver a AC/DC, por ejemplo, era de esa manera. Además, estaba bueno que el que proyectaba a veces se copaba, y si estaban anunciados dos filmes, cuando terminaba de pasarlos, la gente le gritaba y ponía uno más”.
El cine Cervantes estaba en la calle 51 entre 11 y 12, justo enfrente de la Municipalidad y al lado de un negocio dedicado a la venta de libros religiosos. En su interior, había dos filas de butacas de madera frente a las cuales se ubicaba el escenario, que sólo era visible cuando había recitales y que, en los momentos en los que se proyectaban películas, estaba cubierto por una pantalla gigante. “Siempre íbamos con algún amiguito mayor porque si eras menor de edad, no te dejaban entrar. Igual, dependía de quién estuviera en la puerta. Había un chabón que nos dejaba entrar, pero nos decía que nos quedemos atrás”, relata Vimercati.
No cualquier músico podía tocar en el Cervantes. Ése era un lugar reservado para las bandas más convocantes de la escena under. Así, por ese escenario pasaron Farenheit, de la que formaba parte Richard Baldoni y Gonzalo Romero, Ultravioleta, AYZ, Carey, Tarot, Diseños y Viejos, Sucios y Feos. “Por ahí, esas eran las bandas más grosas que sonaban en ese momento en la ciudad y podían darse el lujo de hacer un Cervantes y llenarlo. También lo llenaban porque, como no había muchos espacios, iba todo el rockeraje de la época”, dice el fotógrafo y músico platense.
Jorge Vimercati se acuerda que en los ’80 tocó ahí con Diseños: “Fue un recital muy bueno porque ése era el único lugar lindo para que tocara una banda; era otra cosa, era más profesional todo. Además, en el Cervantes tenías que lucirte porque sabías que te iban a escuchar y a ver bien”.
En los ’90, con la llegada de las cadenas internacionales de cines, el Cervantes cerró sus puertas como la mayoría de las salas de barrio. Más tarde, se convirtió en sede de la Universidad Católica. De este modo, las películas de rock quedaron huérfanas, aunque las bandas no, gracias a la aparición masiva de bares cuando La Plata empezó a transformarse en la ciudad de los escenarios.

(siempre es mejor la versión en papel)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Imágenes Paganas


El rock no sólo se convirtió en la musa de sus obras de arte sino que también pasó a ser el estado de ánimo que la acompaña diariamente. Con ustedes, Claudia Piquet, la mujer que le da cuerpo y color a los sonidos.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)

Para Claudia Piquet el rock es musa. Así, cada uno de los trazos que ella imprime en sus pinturas, sus murales y sus body paintings están atravesados por las guitarras distorsionadas, por las letras con “una carga social interesante” y, sobre todo, por esa cultura que la fascinó alguna vez, cuando aún era una niña y la dictadura militar intentaba sacar de raíz toda manifestación rocker que hubiera suelta.
Como las buenas historias, la de Claudia Piquet, o Peta, como le dicen sus amigos más cercanos, nació en un altillo. En aquellos días, La Plata todavía no era su hogar y, en cambio, las tardes de ella en Gualeguaychú se debatían entre las costas del río Uruguay y ese rincón en la casa de sus padres donde Daniel, su hermano mayor, había armado un lugar secreto en el cual dejar sonar la música que estaba prohibida en aquel momento. “Yo tenía 10 años y estaba escuchando a Daniel Viglietti, a Yes, a Emerson Lake & Palmer, a los Stones y a los Beatles. Mi hermano se traficaba los discos de vinilo. Era genial”, recuerda Claudia.
Poco tiempo después, llegó el verdadero interés, aquel que brotó cuando logró dilucidar que esas melodías la ponían de frente a la transgresión: “Lo primero que me interesó fue la mística del rock. Lo oculto atrae y mucho, más cuando empezabas a darte cuenta que estaba prohibido porque estaba relacionado con el placer, con el descontrol. Es muy raro que no te atrape esa sensación de esconderte en un altillo a escuchar cosas que no se pueden escuchar o a pertenecer a un grupo, porque los amigos de mi hermano armaban una especie de selección de gente que era parte de ese submundo. Entonces, pertenecer de contrabando siendo más chico estaba buenísimo. Era como una doble infracción”.
Pronto, muy pronto, para Claudia llegó la adolescencia en democracia. Los días en los que el rock nacional aparecía de a borbotones dispuesto destaparse la boca. Y ahí sí, la música lograba conmoverla, “producir la apertura de cabeza”. Entonces, Manal, Vox Dei, Spinetta, La máquina de hacer pájaros, Por Sui Gieco, Arco Iris, Pescado Rabioso y Almendra se transformaron en las encargadas de ponerle sonidos a las horas de Peta. “Eran todas bandas muy escuchables, muy suavecitas, con mucha letra”, explica.
Pero fue recién con el descubrimiento de León Gieco que Piquet se entregó por completo. “Él fue  el que me acompañó el resto de mi vida y de quien estuve en algún momento enamorada. En él encontré el tema para reflexionar y la canción para saltar. Encontré la coherencia, la lucha social, la representación de temáticas que tuviesen que ver con decir y hacerse cargo de mi ser en el mundo y ponerle nombre a las cosas, más allá de la metáfora que puede tener el arte. A Gieco, lo amo”. Tan profundo es el amor que ella siente por el salieri de Charly, que incluso cuando lo encontró casualmente durante el último verano en una playa de Río de Janeiro, no dudó en abalanzarse sobre él: “Salí como la peor de las fans, corrí, lo agarré… ¡y hasta pico ligué!”, dice sin intentar disimular esa risa que por estos días ya la caracteriza.
Otro de los hitos en la historia rock de Claudia fue su llegada a La Plata. Con una Facultad de Bellas Artes dispuesta a recibirla, Peta jura que por aquellos días la primavera del rock le permitió también “reforzar la imagen plástica que acompañaba a esos sonidos”, creando el lazo entre imagen y música que aún hoy sostiene mantener e incluso haber profundizado gracias a los trabajos body painting que realiza para numerosos músicos locales. “Lo que logré hacer fue unir estas dos pasiones de pintar cuerpos y estar con rockeros. El tema es el placer, es el pertenecer a ese segundo en el que decís vale la pena estar vivo. Así, logras hacer asible ese momento en el que sos feliz. Es que cuando vos ves a ese cuerpo bailando al lado de una banda que te gusta, como puede ser Narvales, Caudillos o Los Lugosi, es sublime”.
Después de haber cantado durante los ’90 en Bacanal (la banda que posteriormente se convirtió en Atila, el rey, y que ella misma define como intérprete de “un rock histérico”); de haber realizado una enorme cantidad de murales y cuadros; y de haber pintado una decena de cuerpos y rostros que, durante las madrugadas, le dieron movimiento a los sonidos, finalmente  Claudia entiende que la cultura rocker es musa. No sólo por la estética ineludible que la atraviesa desde aquellas tardes en el altillo de su casa de Gualeguaychú, sino, y sobre todo, por “el estado de rock” que dejó latente en su piel. Ese estado de rock que aún hoy la obliga a ser parte y que, según ella, “tiene que ver con una filosofía de vida que sabe de compartir y de las cosas que realmente valen la pena, y que implica elegir a cada segundo dónde y con quién querés estar”. Ésa es la gran musa de Claudia Piquet. Ése es su rock.

(siempre es mejor la versión en papel)

viernes, 8 de octubre de 2010

Yendo de la Feria al Living, V.05!




:: ¡Quinta edición de Yendo de la Feria al Living! ::
 Entrevista + acústico: Fede Kempff y Tarantinos!
 Street Art: Tormenta!
Muestra de fotos: Agustina García Orsi!
 Proyecciones: Sarna!
 Musicalización: Facundo Arroyo!
 Lo que el living nos dejó: Très Pupilas!
 Feria de discos y pins!

Domingo 10 de octubre, desde las 15.30hs. Hall Central, Estación Provincial (17 y 71)
¡Entrada libre y gratuita!
¡No se suspende por lluvia!

Trae tu almohadón y hacete de un domingo como en casa!

:: Organizan ::

:: Colaboran ::
Beat 64 

Yendo de la Feria al Living es un espacio musical en la Estación Provincial, en el que podrás encontrar muestras de fotografías, gente haciendo street art, feria de discos y pins, bandas en formato acústico y más!

martes, 5 de octubre de 2010

Crema del Cielo en El Pueblito


El sonido británico junto a las letras irónicas y sarcásticas de la banda de La Plata se apropió del escenario de uno de los tantos bares de la ciudad para demostrar que no existen motivos que sustenten el mantenimiento del rock bajo su forma insipiente y sin contenido.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografías de The Dark Flack

La Plata, octubre 5 (Agencia NAN-2010).- Alguna vez, un repostero creyó que inventar un sabor de helado que mixturara la crema americana con un colorante celeste era una buena idea. Después, los niños fueron los únicos que comprendieron que esa mezcla era lo más parecido a probar un poco de cielo mientras que los mayores, reticentes a la posibilidad de imaginar imposibles, sentenciaron a la preparación jurando que no tenía sabor a nada. Algo parecido sucedió con el rock: alguna vez alguien dijo que era cosa de jóvenes, de espíritus salvajes con el tiempo y la energía suficientes para, de una forma u otra, cambiar las estupideces del mundo. Los años pasaron y alguien decidió que la única manera de hacer del rock una cultura digerible para la vida adulta era limpiarlo de contenido, dejándolo listo para no incomodar. Sin embargo, siempre hay alguien --como aquel repostero-- dispuesto a reírse de las formas e invitar, con la unión de texturas, a reinventarlas. Y el caso de Crema del Cielo, como el sabor del helado, es uno de ellos.
Con un sonido vinculado al rock británico, aunque no se encasille y se permita coquetear con las rememoraciones a The Doors y Los Beatles, el rock n’ roll rollingstonero y el noise de The Jesus and Mary Chain, Crema del Cielo llega durante la madrugada del viernes al escenario de El Pueblito, el bar platense que todavía está acostumbrándose a que los recitales sean moneda corriente entre sus paredes. “Te persiguen”, la canción instrumental de Espíritu de Clase, el último disco, sirve de introducción. Ante la certeza de que todos los instrumentos sonarán de forma correcta, Gabriel Rulli saluda y, junto a Fernando Glombovsky, Lautaro Ramírez, Daniel Rulli, Eduardo Carreras y Leo Giordano, se transporta a “Playa Negra”, ese lugar en el que California y Tucumán pueden unirse sin ningún problema.
Minutos después, la banda de La Plata hace uso del sarcasmo que la caracteriza mientras entona divertida “los sabios del mundo nos cuidan haciendo prohibir una planta”. Antesala de la declaración de principios que, acompañada por melodías perfectamente redondas, ya caracteriza a la Crema… y que continúa cuando en “Hoy” se permite cuestionar abiertamente el aislamiento que provocan las nuevas tecnologías.



Lejos de hacer bandera del cambalache de Enrique Santos Discépolo, la banda cree en el cambio y, por eso, frente al centenar de ojos que la observan intentando contener los impulsos de sacudirse a riesgo de golpearse contra alguna de las mesas que minan el espacio, los músicos regalan una canción esperanzada mientras juran que “el hombre no quiere ser robot y tarde o temprano matará a la moda”. Ayudada por el clima introspectivo planteado en “Canción a la moda”, y porque un hombre es su pensamiento político, su construcción social y un cúmulo de sentimientos, Crema del Cielo se prepara para cantarle al desamor. Así, “Quiero ser un hongo” abre paso a uno de esos momentos que se producen sólo a veces en los recitales, cuando una melodía logra llenar los rincones y crear identificación en quienes la escuchan y la tararean con el énfasis de quien está convencido de que esa letra es capaz de vestir una experiencia.
“No tengo que pedir permiso, ante ninguno me arrodillo. Mucho mejor si te molesta, si eso es ser negro, soy negro de alma”, canta Gabriel mientras se toca el pecho. Haciéndose eco de la irreverencia de la banda, que a esta altura de la historia resulta liberadora, un par de chicos saltan como en la cancha, con los brazos extendidos y desde el fondo del salón. Como quien no logra contener más los impulsos, Fernando, el guitarrista, se tira de rodillas en el escenario para después levantarse de un salto y sacudir la cabeza. Irreverencia pura y necesaria.
Cerca del final y con olor a bis, llega “Amsterdam”, la balada del primer disco de la banda que, como todas sus canciones, incluye un punto de explosión que invita a dejarse llevar. Después, casi con un pie arriba del escenario y otro abajo, la insistencia de la gente consigue que Crema del Cielo ironice la “Navidad en el country”, donde “los hermanos se juntan para rezar”, mientras brindan con una marcha militar invadidos por la tranquilidad que les da el revólver que guardan en la cómoda “por si alguien quiere saltar el cerco perimetral”.
“Fucking cowboy” es la última frase que gritan entre todos, aquella que queda resonando, como si lograse resumir la lucha social que ellos dirigen desde sus canciones, en la cabeza de quienes vieron a la banda en acción durante esa madrugada de viernes en La Plata. Y más tarde, en muchos persiste el sabor de la crema del cielo, que se ríe ante las formas establecidas y que poco, muy poco, tiene de insípida.


Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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