lunes, 31 de agosto de 2009

Felicidades


Quería disfrutar con los ojos cerrados, sentir uno por uno los segundos y sonreír ante la paz que le provocaba cada roce cálido sobre su piel. Por fin, la simpleza la abrazaba y, entre tanta marea, asomaba la luz...

Fotografía de Eduardo Sánchez Iturbe

miércoles, 26 de agosto de 2009

Señor Tomate y Los Álamos


El lunes es un día atípico para ver bandas. Aunque sea feriado, es como verlas un domingo. Sin embargo, Los Álamos y Señor Tomate se las ingeniaron para, durante más de dos horas, sacudir el cuerpo de los inquietos.


Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (www.flickr.com/danpeople)


Durante las dos horas de espera, el centenar de seres que se acercó hasta el Centro Cultural Islas Malvinas de La Plata se humedece agolpado en el patio interno del lugar. El calor humano deja de ser una posibilidad y la sala en la que se realizarán los shows de Señor Tomate y de Los Álamos se transforma en la meca.
Recién cerca de las diez de la noche, las puertas se abren, dejando al descubierto a un salón vacío, que, por la carencia de las habituales sillas, llama la atención. Es inminente la llegada del rock.
Los Álamos se trepan al escenario y, automáticamente, un sonido que tranquilamente podría musicalizar una película de Quentin Tarantino invade el lugar. Con la guitarra electroacústica colgada al hombro, Peter López, el cantante de la banda, rememora la actitud recia de Neil Young, mientras se permite entonar letras en inglés, completando la escena que invita a despegar los pies del suelo.
Los Álamos son un combo perfecto. Se ensamblan y logran que esos sonidos propios de América del Norte no resulten lejanos para los oídos argentinizados. Aunque el lugar parece reducido para la cantidad de gente, alguna que otra pareja intenta bailar algo parecido a un cuarteto tomándose de las manos. Mientras tanto, la banda suena en su mayor potencia posible, aunque sin aturdir, envolviendo al público en un trayecto que por momentos parece lisérgico.
Jonah Schwartz, el extranjero de Los Álamos, casi todo el tiempo toca la mandolina como si se tratase de una guitarra eléctrica en pleno solo. Cuando se apodera de una armónica, resulta claro que la manera de interpretar los instrumentos es una cuestión de actitud: para ser rocker hay que sacudirse.
El recorrido a través del sonido de Los Álamos es coherente. El orden de las canciones parece ser estudiado meticulosamente, buscar que el clima se caldee poco a poco, de la mano del sonido que trascurre in crescendo hasta concluir con el cantante revolcándose en suelo del escenario, mientras la banda ejecuta los últimos golpes sobre su presa, hasta por fin terminar de asesinarla.
Después de una hora de show, y del bis obligatorio, la espera vuelve a rondar por el lugar, aunque ésta vez sólo dura quince minutos. Poli, la cantante de Señor Tomate, aparece en escena escondida bajo un sombrero de lana de llama.
Las imágenes de ambulancias, enfermeros deformes y pastillas que adornan al escenario presagian el ambiente que crean los Tomates durante su hora de espectáculo: las canciones plagadas de letras afectadas psiquiátricamente parecen un juego digno de ser festejado con el cuerpo como en un rito liberador.
“Nos gusta bailar lentos, por eso hacemos estas canciones”. Después de invitar al público a moverse, la frontwoman de la banda ironiza acerca del tono depresivo que acecha constantemente a sus melodías, para luego volver a cantar sin temor a parecer desafinada.
A diferencia de Los Álamos que no dejaban ningún hueco de silencio en sus interpretaciones, Señor Tomate sortea los baches que el sonido de dudosa calidad y sus propias composiciones le ubican en el camino. Como si las pequeñas imperfecciones fueran imperceptibles, la gente no deja de sacudirse pegada al escenario, dando a entender que esa fiesta de lunes es un regalo imposible de rechazar.
“Si el tiempo es tirano y el mundo que te calcina, saquémonos el peso pesado por ir a contramano”, corea el público, al tiempo que mueve los brazos y se dispone a dar saltos de alegría mientras Poli canta “nací para ser así, creo que está bien que me veas así, tal cual soy”.
Cuando Señor Tomate se despide, todo parece volver a la normalidad rápidamente. La gente se retira del lugar casi de inmediato, dejando otra vez a la ciudad desierta, como en cualquier lunes ordinario, quizás intentando llevarse consigo la catarsis, con forma de emoción suicida y de sobreexcitación lisérgica, que experimentó durante esta noche.

www.vuenoz.com

Pollerapantalón en La Casa del Pueblo


El sábado pasado, la banda de ska, funk y punk que suele musicalizar las esquinas cercanas a Perú y Avenida de Mayo todas las tardes viajó a La Plata para compartir escenario con Mansa Locura y dejar moviendo la patita a más de 300 cuerpos pegoteados.


Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (
www.flickr.com/danpeople)


La Plata, agosto 25 (Agencia NAN 2009).- Cerca de 300 cuerpos se amontonan en La Casa del Pueblo. Bailan al compás, dando pequeños saltitos; y a través de la transpiración que hace que el ambiente se torne denso, se transmiten calor. Sobre el escenario, Mansa Locura, la banda platense que fusiona cumbia, reggae y ska, los entretiene mientras esperan a que Pollerapantalón empiece su show. A medida que la noche del sábado avanza, el clima se caldea. La gente se abraza entre completos desconocidos, mientras festeja el carnaval que se armó en esa casa antigua de La Plata luego de que Martín, el cantante de Mansa Locura, se parara arriba de un parlante y repartiera papel picado entre los asistentes para después rociarlos con nieve artificial.
En trance, una chica juega a los indiecitos con su amiga. Se tapan la boca, emiten un grito entrecortado y bailan en círculos, mientras la banda toca “Sistema”, una cumbia fusionada con un carnavalito norteño. Segundos después, Selene, la única mujer del grupo, deja su flauta traversa a un costado y se une al público para saltar desaforada. Cuando interpretan una versión de “Señor Cobranza”, la gente se amontona contra el escenario y corea las estrofas de la canción que Bersuit Vergarabat popularizó, para terminar cantando al mayor volumen posible, como en un acto de comunión: “Son los gritos del latino”.
La música de Manu Chao suena fuerte. Mansa Locura se despide casi a las corridas, como si el tiempo apremiara. La gente se empuja en los pasillos de la casa, intentando llegar hasta la barra. Los cuerpos sudorosos se abren paso entre la multitud y procuran airearse en el patio interno del lugar. Desde ahí, la música se escucha a un volumen bajo, pero nada impide que la danza continúe. Algunos gambetean al calor. Juegan a formar una comparsa dentro del salón y, de paso, reservan una ubicación para ver de cerca a Pollerapantalón. En el escenario, unos chicos toman cerveza y sonríen mientras los sonidistas ordenan los instrumentos y los afinan.
La hora de espera no provoca altibajos. Como si fuese algo habitual, la gente sigue el festejo entre cervezas, humos dulces y vinos que fueron ingresados como contrabando en mochilas preparadas para la ocasión. Aunque la banda recién asoma sus narices en el escenario a las 4.30 de la mañana, nadie se desespera. Ni siquiera advierten la presencia de los músicos. Todo cambia cuando tres saxos empiezan a sonar.
Como si un viento fuerte arrasara con todo desde el fondo del salón, la gente se apretuja contra el escenario e, inmediatamente, empieza a sacudirse. El pogo llega con velocidad y a partir de entonces una marea de cuerpos se mueve con constancia, logrando que uno de los parlantes amenace todo el tiempo con caerse. Un hombre se para arriba de una caja de sonido, el salón se oscurece y él, con un tubo de luces fluorescentes que hace pensar en las espadas de Star Wars, hace malabares. El público lo aplaude, pero luego deja de prestarle atención para seguir ahuyentando males moviendo la cabeza al ritmo de la música.
El ska mezclado con funk y punk de Pollerapantalón es preciso. Suenan a relojito suizo, no existen las imperfecciones ni tampoco las distracciones. Sin embargo, las tres chicas que pilotean la nave se divierten, se les nota. Bailan entre ellas, juegan con sus compañeros e incluso se hacen chistes a través de mímicas. Después, mojan sus labios y los saxos vuelven a tomar protagonismo. Quizás acostumbrados a atraer la atención del público en cada segundo por sus tocatas semanales en las calles porteñas --se los puede ver todas las tardes en las esquinas aledañas a Perú y Avenida de Mayo--, los Pollerapantalón hipnotizan.
Cuando empieza a sonar “El velero de Rubén”, Melina, la dueña del saxo tenor, pide que los acompañen cantando “andando por el mar, velero”. La gente agradece elevando los meñiques al cielo la posibilidad de participar de la canción con los coros. Es que la mayoría de las interpretaciones son solamente instrumentales. De a ratos, las chicas se miran y se arengan entre ellas, con gritos y meneos de caderas. La banda sólo se detiene para promocionar su último disco, Con la música a otra parte, e invitar a la gente a comprarlo en la barra improvisada que se montó en el hall de entrada de la casona platense. Después, ametrallan otra vez con los saxos en mano, como intentando dejar a un público extasiado después de tanto baile con forma de empujón.
“Vamos a quedar hechos pelusas”, anuncia Drean, otra de las saxofonistas. La gente aplaude y se prepara para dar pasos a los saltos en honor al ska. Juani imita el movimiento que realiza el público, enmadejado a pocos metros del escenario, mientras mira su guitarra con gesto de aprobación. Minutos después, se despiden sin bises y otra vez, la marea de cuerpos busca un poco de aire en los pasillos de La Casa del Pueblo. Pegoteados por el calor y el apretuje constante al que fueron sometidos durante casi una hora, se ventilan mientras, como si sufrieran un tic nervioso producto del paso de Pollerapantalón, de a ratos sacuden una pierna al compás de Ska-P. Es que la fiesta aún no termina y perder el ritmo podría resultar letal.

martes, 25 de agosto de 2009

Nacimiento


Ante el mundo y con orgullo, lucía su primer brote. Le encantaba admirarlo. Sabía que lo mejor estaba por suceder…

Fotografía de Eduardo Sánchez Iturbe

viernes, 14 de agosto de 2009

Figurones: cómo sopapear cabezas


Dar los nombres de los miembros de este colectivo de intervenciones urbanas es accesorio: sus obras comúnmente no llevan firmas individuales. Además, como el grupo es dinámico, “trasciende a las personas y puede participar gente nueva”, se torna innecesario. Su obra es colectiva, “perecedera”, divertida y está plagada de guiños que provienen del lenguaje popular. “Tenemos esa cosa de la figurita en grande, de lo lúdico, de la deformación”, le explicó a Agencia NAN uno de los artistas y publicistas, antes de entrevistarse con ¡Susana Giménez!

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)

La Plata, agosto 14 (Agencia NAN 2009).- No ser individualmente, que ni siquiera se mencionen sus nombres, que cuatro personas trabajen para una sola cosa y viceversa. Eso buscan, eso piden, eso son los Figurones. Lejos de ser un juntadero de artistas que se encuentra para hacer pegatinas en las calles de La Plata, los cuatro hombres que lo conforman van más allá y se organizan como un colectivo de intervenciones urbanas. De ese modo, juran permitir que el grupo sea dinámico, que trascienda a las personas y que pueda participar gente nueva “porque no se discrimina a nadie”.
La idea de colectividad toma cuerpo en el estudio con apariencia de loft donde cada tarde se encuentran y trabajan. Mientras uno prepara hojas para cortar, otro espera para pintar y dos diseccionan radiografías con trinchetas. “La onda es que todos toquemos los figurones: uno empieza dibujando una imagen, después otro le pone color y otro las letras”. Ninguna de sus obras, claro, lleva firma. “No queremos que Figurones tenga una personalidad definida en cuanto a la factura de cada uno de los tipos que está en el colectivo, que éste sea el figurón que yo armé, que es mío”, agrega uno de los artistas sin nombre.
Como si se tratara de una regla simple, sostienen convencidos que la suya es la manera más sencilla para trabajar en un ambiente hostil. “La Plata no tiene ámbitos comerciales loables para los artistas plásticos, artistas como el pintor Carlos Pacheco, que murió el otro día, siempre fueron unos crotos, laburantes de toda la vida. Por eso, cuanta más gente hay laburando, más fácil es hacer las cosas”.
El surgimiento de los Figurones roza la casualidad. En 2005, uno de los fundadores montó una muestra y, para invitar al evento, decidió empapelar la ciudad. “Después se nos ocurrió utilizar la calle como soporte, salir de los lugares caretas --galerías, museos y demás-- y, más tarde, encontramos la posibilidad de jugar a la empresa de publicidad”, señala el responsable de la primer intervención. Si es difícil que el arte plástico sea redituable, más complicado es que el arte urbano otorgue ganancias. Es por eso que los Figurones venden campañas publicitarias a empresas que utilizan mensajes novedosos, como Sprite, pero siempre haciendo difusión a través de los espacios públicos.
En la calle, donde está “el espectador que no se predispone para ver la obra”, el que se sorprende cuando la encuentra porque no la espera, fue precisamente donde nació la idea de realizar campañas publicitarias. Es que la relación con quien interactúa con el arte urbano es diferente a todas las demás y, aunque pueda parecer llamativo, por momentos goza de mayor recepción. “Notamos que quienes observaban los figurones cumplían con todos los términos de miradas. Por ejemplo, la gente iba a lugares siguiendo las consignas de los figurones y si la obra decía llegue y escupa, había personas que llegaban y escupían”.
Más allá de esa relación con fines publicitarios que los Figurones tienen con su público, aseguran que su objetivo es “sopapear cabezas”. Así es como sus obras suelen estar teñidas por elementos humorísticos. No podría ser de otra manera. En el estudio, las bromas son continúas aunque, como en un perfecto ensamble, esos cuatro hombres nunca pierden de vista la producción. Mientras cortan radiografías, pintan afiches con aerosoles fluorescentes o pegan papeles, se ríen de ellos mismos. “Todo el tiempo es una joda. Es que lo hacemos porque nos gusta, porque la profesión es divertida y porque la pasamos bien“.
Ese clima que se genera mientras los Figurones trabajan forma parte de la esencia misma de su obra: “Nosotros tenemos esa cosa de la figurita en grande, de lo lúdico, de la deformación”. De ese modo, las imágenes que producen no sólo son divertidas, si no que además, cuando “atacan la calle”, están plagadas de guiños que provienen del lenguaje popular. Así, el último lanzamiento del grupo estuvo constituido por unas calcomanías con las que realizaban intervenciones, por ejemplo, en los mingitorios de los baños públicos y en las que se veía “a un perro salchicha sonriendo y que decía Figurones advierte: más de tres sacudidas es paja”.
Otra de las características fundamentales de las obras de Figurones es su carácter efímero. Lejos de sentimentalismos, el colectivo piensa como algo natural que sus trabajos sean perecederos. Deben ser así, por un lado por el espíritu mismo de la producción artística y, por otro, porque los materiales que utilizan también tienen sus limitaciones. “El arte urbano invade un espacio, y la invasión tiene que ver con lo que no está permitido”; es esa prohibición la misma que hace imposible la durabilidad en el tiempo. “Por más que nosotros nos cuidamos, no pegamos en lugares que perjudiquen a terceros, porque queremos que el trabajo se siga viendo y que dure la mayor cantidad de tiempo posible, sabemos que el papel tiene una vida útil”.
A pesar de que ninguna de sus obras pueda permanecer más que algunos meses en la calle --esa galería virtual que los Figurones elijen para exponer--, ellos trabajan sin prisa pero sin pausa para producirlas. De acuerdo a una de sus definiciones acerca del arte, “el artista plástico es el que produce todo el tiempo, es el creativo”. Entonces, son auténticos artistas. Ni siquiera cuando se los entrevista la actividad frena en el estudio. No parar nunca, crear constantemente, ésa es la idea.
Aún con el clima de exaltación extrema que los invade desde que se enteraron que el próximo 16 de agosto estarán sentados en el living del programa de Susana Giménez, los Figurones trabajan como hormiguitas, moviéndose como en trance de danza por el taller y alternando las tareas con la libertad de acomodarlas de acuerdo a las ganas de cada uno, a la espera de la próxima intervención en la que, nuevamente, escupirán mensajes plagados de humoradas para todo aquel que los quiera ver.

http://www.agencianan.com.ar/

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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