miércoles, 29 de julio de 2009

Susurro



Cerró los ojos para entregarse. Luego, cuando el viento sopló, lo besó.

(Fotografía de Daniel Ayala - www.flickr.com/danpeople)

martes, 21 de julio de 2009

Fer López Camelo y Pablo Krantz en Ciudad Vieja


La baterista, guitarrista y cantante platense y el cantautor porteño radicado en París compartieron escenario en un bar de La Plata, desde el que entregaron canciones sin barbijo y convirtieron la noche de jueves en un paisaje delicado, sutil y suave que acabó enamorando a los presentes.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Agencia NAN

Buenos Aires, julio 21 (Agencia NAN-2009).- Mientras La Plata se congela bajo una humedad que llega junto a la amenaza del inminente fin del mundo, en Ciudad Vieja se crea un microclima. Más allá de la estructura antigua del bar de 17 y 71, que rememora a los arrabales, cuando Pablo Krantz y Fer López Camelo suben por turnos al escenario del lugar, inevitablemente el ambiente se torna dulce, cálido y sensual. Endulzan el jueves. Lo convierten en un paisaje delicado, sutil, suave.
Sin intentar esconder su condición de extranjero en su propio país, por momentos Pablo Krantz canta en francés, haciendo honor a las tierras parisinas que desde hace años lo acogen. Acompañado por Juan Ravioli, Pablo Heredia y Pablo Varela, la banda se completa componiendo lo que podría ser un pernod que, endulzado, se sirve sin mesura para el público. Las imágenes se suceden. La guitarra acústica de Krantz ejecuta melodías que logran crear paisajes.
Como si se tratase de música ideada para complementar una escena de cine, al escucharla resulta imposible no imaginar un viaje por campos fértiles y verdes. Como si fuese un juego atractivo de llevar a cabo, la banda no duda en mutar constantemente, divertirse y, finalmente, contagiar ese carácter lúdico al público. El espectáculo se convierte en un trayecto que constantemente sorprende al coquetear con el francés, el español, las rancheras mexicanas, el pop y el rock.
Cuando una de las cuerdas del músico y escritor porteño se rompe, mientras “un buen samaritano del público” la arregla, el cantante monologa frente al micrófono, logrando que la gente, entusiasmada, se ría ante el acto improvisado. Después, con la guitarra eléctrica de Heredia al hombro, recita: “Si supieras cómo me fascina tu cuerpo semidesnudo en tu piscina, bajo el sol que cae de cuajo sobre tu belleza subacuática” y toca “Dans ta piscina”.
Con el instrumento con todas sus cuerdas en su lugar, Krantz invita a los músicos a seguir adelante. El estado de algarabía se extiende inevitablemente y, a partir de entonces, el público se ve envuelto en un clima que oscila constantemente entre la alegría extrema y la introspección contemplativa.Luego de recorrer por completo Les chansons d'amour ont ruiné ma vie (Las canciones de amor arruinaron mi vida), su último disco, la banda se despide. El centenar de cuerpos que se acercó hasta el bar platense pide un poco más de Krantz que, entusiasmado, regala un bis para después retirarse del escenario con una sonrisa enorme.



Minutos después, Fer López Camelo demuestra que la batería puede ser un instrumento femenino. Sentada tras el bombo, abre el show acompañada por Mora Mendez, Germán Giuliodoro y Juan Tibaldo. La voz suave de la cantante se apodera de Ciudad Vieja. Imposible no enamorarse.
Después de interpretar los dos primeros temas, Fer López Camelo deja su puesto detrás de la batería para abrazarse a una guitarra acústica. Junto a ella, el resto de la banda muta, multiplicándose y llegando, por momentos, a estar compuesta por seis personas más. Como si fuese una representación de los tatuajes de Fernanda, simples a primera vista pero llenos de pequeños detalles embellecedores, la diversidad de instrumentos interpreta melodías sencillas aunque plagadas de sonidos que las completan.
“Un, dos, tres”, Fernanda susurra y automáticamente la delicadeza brota de la mano de “El mago”. La cantante platense parece iluminada cuando su voz visceral y un poco temblorosa entona “si hubiera sucedido un sueño, como un árbol fundido en otro árbol, dos árboles fundidos en el cielo”. Si bien el magnetismo que provoca esa mujer de vestido escotado es un denominador común a lo largo de todo el show, llega a su punto máximo cuando se acomoda con su guitarra para interpretar una “dulce melodía zen”. Mientras tanto, Tibaldo, el bajista de la banda, se sienta en uno de los bordes del escenario y, acariciando las cuerdas, logra que un sonido distorsionado aporte un sentido casi místico a la canción. Mientras López Camelo canta, se convierte por momentos en una dama frágil, que invariablemente se encuentra “desnuda y evidente al fin”.
Después de despedirse y volver al escenario, Fernanda se acomoda detrás de la batería para interpretar la última canción del jueves. Mientras la banda suena, un grupo de hombres no logra contenerse más e, imitando a animales excitados, aúlla. El paisaje parisino logró poseer a esos seres que, junto a una mujer que demostró cuánto placer se alberga en el deseo, se enamoraron irremediablemente.

www.agencianan.com.ar

sábado, 18 de julio de 2009

Cuando el terror dejó de existir


Sus límites se desdibujaban, empezaban a hacerse difusos, incluso estúpidos. Por fin, podía liberarse… La desnudez estaba cerca.

En esta foto: Fer López Camelo – Jueves de Miércoles. Ciudad Vieja. 16/07/09.

lunes, 6 de julio de 2009

The Falcons, Thes Siniestros y Fantasmagoria

Esquivando a la emergencia sanitaria, The Falcons aterriza en el Centro Cultural Favero de La Plata y baila. La noche promete ser larga: Thes Siniestros continuarán con la danza desenfrenada de la mano de rocabillis y rancheras mexicanas. Todo para finalmente descubrir la belleza junto a Fantasmagoria.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (
http://www.flickr.com/danpeople)

Pura actitud. Poco después de la una de la madrugada, Ramiro Sánchez, el cantante de The Falcons, imita a un surfista. Extiende los brazos e, intentando conservar el equilibrio, mueve las caderas. A su derecha Nicolás Nehele, uno de los guitarristas de la banda, se sacude frenético a un ritmo que parece estar sólo en su cabeza.
“Comienza ya a moverte y no pienses en nada, de nada, de nada”. Como si aquel coro fuese una consigna imposible de eludir en la noche del sábado platense, las piernas de los espectadores se mueven tímidas. Frente al escenario del Centro Cultural Favero, sin dirigirle la mirada al cantante, que por momentos parece tener una voz que encajaría mejor con otra melodía, una pareja gira tomada del brazo. Juego de niños.
Una hora después, cuando Thes Siniestros preparan el escenario para salir a tocar, luego de que los Falcons se despidieran sin dejar lugar a bises, lo hacen frente un salón vacío. En el tiempo intermedio, la gente se amontona junto a la improvisada barra ubicada en una habitación por de más iluminada.
Grito de guerra. Un chillido que emula el de un chaparrito mexicano obliga a los cuerpos a moverse con velocidad hasta el cuarto a oscuras donde toca la banda. A partir de entonces, los Siniestros no paran un segundo. Como si se tratara de un recital punk a la vieja usanza, no dejan casi silencios entre canción y canción. El aplauso no es parte del show.
Jota de Jesucristo, una de las voces y el bajista de la banda, relata en una de las canciones el propósito de los Siniestros: “llegaron tres enmascarados dispuestos a contagiar su peste de ritmo, su fiebre de vértigo a quien quisiera escuchar”. Después, una melodía que rememora al rockabilly más tradicional invade el lugar.
Con los rostros cubiertos por máscaras y enfundados en un riguroso uniforme negro y rojo, inspirado en los strait jackets, los músicos se convierten en parte del espectáculo caracterizando a forasteros que, desde las orillas mismas del mundo, llegaron para invertir el orden de la ciudad.
Sacúdete y muévete. Durante una hora, Thes Siniestros provocan que los cuerpos bailen flexionando las rodillas de la mano de la música que fusiona el rythm & blues con las rancheras mexicanas y el rock and roll de los ’50. Después, otra vez la espera mientras Fantasmagoria prueba sonido.
Aunque la única guitarra que suena es la acústica de Gori, el sonido de Fantasmagoria no deja baches, envuelve los oídos de quienes miran con sorpresa a esa banda que, recién llegada desde Buenos Aires, toca en una casa restaurada de La Plata y, finalmente, rockea como pocos.
Por momentos, el teclado de Volco le aporta un carácter psicodélico a las melodías sumamente pegadizas, logrando que la música, influenciada por el rock de los sesenta, deslumbre.
Gori canta con el cuerpo entero. Gira, mira al baterista y sacude las piernas. La gente aplaude, eleva los brazos y arenga al artista. Todos parecen gestos impulsivos que buscan descargar la energía que desde el escenario el cantante contagia.
Con “Alicia” llega uno de esos momentos que serán difíciles de olvidar. La belleza de la canción, el ambiente lúgubre aunque, extrañamente, esperanzador que recrea la música y la particular voz de Gori completando la escena, consiguen que por un par de minutos el tiempo se detenga alejando a todas las pestes que puedan acechar.
Fantasmagoria, que tranquilamente podría ser el nombre de una película de terror, resume en tres cuartos de hora el espíritu de toda una noche: si el fin del mundo está cerca, más vale que nos encuentre felices.

www.vuenoz.com

Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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