jueves, 19 de marzo de 2009

I need to take my medicine


Después de la presentación de Cabaret del Mar y Camión, Igor, el cantante de I need to take my medicine, se apropia de Pura Vida y atrae todas las miradas a fuerza de movimientos frenéticos y provocación con forma de grito, mientras una computadora y una bandeja para discos crean la base de sus canciones. Cómo seducir con pocos elementos y mucha actitud.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Lucía Garrote

La noche del sábado tiene una hora más y eso es bien recibido por quienes buscan que los males se despejen a la par del sonido que despiden los parlantes. Fiel a la costumbre platense, el público se acerca hasta Pura Vida, ese pequeño bar/casa que fue ampliado luego de derribar paredes y aunar espacios, recién cerca de las tres de la mañana.
La madrugada promete ser larga y Cabaret del Mar, Camión y I need to take my medicine juran ser los encargados de amenizarla. Frente al bar, la plazoleta de la noche de los lápices se llena de seres que, a la espera del inicio del entretenimiento, calientan sus cuerpos con cervezas expendidas a hurtadillas en kioscos cercanos.
Cabaret del Mar sube al escenario y, mientras prueba sonido, toca su primera canción. La banda se acomoda de a poco, pero la música nunca desagrada. Un rock bien ejecutado y entremezclado con sonidos propios del pop y del punk invade los recovecos de ese bar, ya tradicional en La Plata.
El sonido en Pura Vida nunca es del todo bueno, todo rebota contra las paredes, haciendo que la acústica sea complicada. La banda se esfuerza y logra, de la mano de canciones potentes, que el público baile desde las mesas a las que se sentó. Después, y sin bises, se despide con velocidad, como si en esta prolongación de los minutos el tiempo apremiara.
Pop teenager, demasiado teenager. Camión suena bien, aunque la voz y la melodía sean inmaduras y rememoren excesivamente a la era otroyoiana. Los agudos, junto con el volumen excesivo de los equipos, por momentos agotan. Sin embargo, como toda música adolescente, el ritmo es pegadizo y resulta inevitable mover la cabeza en signo de aprobación.
De a ratos, Buki, la chica que encabeza la banda, le da paso al guitarrista que, con una voz que aparenta ser mucho más grave debido al contraste, interpreta canciones que parecen producidas por otros músicos.
Con las melodías de Camión ya en el pasado, se desarma la batería y se adapta el escenario para el show que funcionará como cierre de la noche. I need to take my medicine acomoda una PC y una bandeja de discos arriba de mesas que hasta hace poco pertenecían al público.
Una melodía familiar en La Plata empieza a sonar. La versión de “Amigo Piedra”, uno de los temas que popularizó a Él mató a un policía motorizado, inicia el recital. A partir de entonces, Igor, el petizo que canta escondido tras unos anteojos espejados, se propone ser el centro del show y lo logra.
“Aplaudan, putos”. El cantante arenga a la gente para que se sume a su festejo. Nadie se ofende, por el contrario, todos hacen caso a la petición, mientras ríen.
Un grupo de amigos, desde el fondo del salón, propone el juego: pide que el invitado de la noche, Finger Voodoo, haga scratching. El DJ cumple y el público festeja, divertido.Un reggeaton versión electrónica es la sorpresa. Dos muchachos, invitados especialmente para la ocasión, cantan y bailan abajo del escenario, mientras el frontman se les une, suplicando, otra vez, que la gente se sume a su entretenimiento.Entre tema y tema, Igor grita con todas sus fuerzas “I need to take my medicine” y, de a ratos, salta del escenario para entremezclarse con la gente. Las mesas son obstáculo, pero algunos se acomodan a los costados del salón y, entonces sí, bailan como dios manda. Como la electrónica obliga.
La silueta del cantante, delineada por las imágenes incandescentes que se proyectan desde una pantalla ubicada a sus espaldas, no deja de moverse. La danza exagerada e incluso brusca, es una invitación constante a liberarse, a dejar que el sonido que puede producir una computadora, acompañada por las intervenciones de los discos de vinilo y por la voz de un solo hombre, se encargue de alegrar esa hora que fue regalada al sábado.
El final llega casi sin aviso y con otro insulto de Igor hacia el público. Otra vez, nadie se molesta con el cantante, por el contrario los aplausos se suceden y el clima festivo continúa. Tiene sentido: ¿cómo ofenderse con la persona que, durante el tiempo extendido del fin de semana, repartió sin limitaciones el mejor remedio contra el aburrimiento?

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Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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