Javier Serrano se crió con los tangos de Osvaldo Fresedo, el jazz de Oscar Alemán y el folclore de Atahualpa Yupanqui. Sin embargo, después de su paso por la guerra de Malvinas, eligió el heavy metal, aquel que, quizás, logre volver a convertirlo en el león que solía ser. Relato de un hombre que jura ahogar penas a fuerza de pura honestidad brutal.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)
“Salvando mis días,
junto a su sonido brutal,
mi vida resiste su ruina”
“Evitando el ablande”, Hermética
Lo que Javier Serrano quiere es sinceridad. Sin importarle que esa honestidad pueda ser brutal, desde hace años que no acepta otra forma que no sea ésa y que se abraza al heavy metal, el ambiente que, según dice, goza de la mayor frontalidad que se haya visto. “Hay gente que prefiere que le digan cualquier cosa, menos la verdad; yo no, yo quiero que me vengan de frente”, sostiene para luego reflexionar en que quizás ese afán de verdad es una de las tantas cosas que heredó tras su paso por la guerra de Malvinas. Después, y con un buen vaso de vino en la mano, se prepara para emprender el recorrido por ese mundo en el que jura buscar diariamente su divino tesoro y, así, volver a ser un león.
Javier Jorge Serrano Gutiérrez no siempre fue heavy metal. A fines de los ‘60, cuando él aún vivía en Quilmes, todo era puro descubrimiento. Así, en una de sus tantas visitas a Oscar y Hugo, los hermanos gemelos de su papá, escuchó la banda sonora de la obra teatral “Hair” y con sus 9 años, alucinó ante la súper hippie “Aquarius”. A partir de entonces, la tarea de inspección de los discos de pasta de sus tíos no tuvo pausa y los jóvenes oídos del muchacho quilmeño se deleitaron con los álbumes del legendario sello discográfico Mandioca, con las melodías de Almendra y con algún que otro blues de Alvin Lee. Al mismo tiempo, desde la cuna que Javier solía disfrutar de los sonidos que reinaban en el hogar paterno: el jazz de Oscar Alemán, el folclore de Atahualpa Yupanqui y los tangos, de los que aún puede repetir sin problemas sus letras desconsoladas.
“Hasta ahí, fui guiado. Yo ya venía cargado con Atahualpa, Mercedes Sosa, Serrat, Fresedo. Escuchábamos eso. Hasta que un día, con mi hermano caímos con Sui Generis… Y a mi viejo no le gustó nada”, relata Serrano con su mejor sonrisa para después, y entre carcajadas, imitar el gesto que hizo su padre cuando puso a sonar en el viejo Winko de la casa Larks' Tongues in Aspic, de King Crimson. “De ahí, vinieron Deep Purple y Led Zeppelin. Y acá se armó Aquelarre y Pescado Rabioso, que para mí, del rock n’ roll de los ’70, es lo mejor. Con Artaud se me voló la cabeza”, resume.
Luego de esos días de descubrimiento musical, no pasó mucho tiempo hasta la llegada del primer recital al que Javier asistió recién iniciada la década del ‘80: el show de The Police en Obras, del que recuerda la adrenalina que sintió cuando Andy Summer pateó a un policía que golpeaba a la gente que se aproximaba hasta el escenario.
Después vinieron los días de guerra en Malvinas, en los que el tiempo pareció suspenderse. Pero no, a su regreso lo esperaba V8, la banda que, según Javier, abrió las puertas al “verdadero sonido heavy en Argentina”. “Lo que me mató de V8 fue que sentía que en cada tema había un algo para los ex combatientes, explícita o implícitamente”, dice el hombre de melena ondulada, dispuesto a describir cómo fue volver al ruedo tras las Islas: “a los cuatro días de llegar, tocaba Pappo en Obras y fui a verlo. Salí de ahí alucinado, a los tumbos”.
Más tarde, cuando Javier ya había terminado de decidir que el heavy era el sonido que tanto había buscado, Hermética se preparaba para tocar en la Unión Ferroviaria y él estaba contento de haber conseguido una acreditación que le permitía ingresar a cuanto rincón del club de 17 y 68 se le ocurriera. “Cuando tocaron el último tema que de la primera parte del show, quedé flasheado porque terminaron pidiéndole a la gente que pensara… Es que es muy raro que alguien te recomiende pensar, porque la mayoría cree que no hay que avivar giles para que no se te vuelvan en contra. Entonces, me acerqué a los músicos, agarré la medalla de ex combatiente (que siempre llevaba del lado de adentro de la chaqueta) y se las di. Iorio me dijo que me iba a arrepentir, pero yo le contesté que a lo sumo lloraría. Finalmente, se la quedó Claudio O’Connor”, describe con orgullo, para minutos después relatar cómo fue su reencuentro con el cantante de la banda, quien hoy es su amigo, durante los días en los que las peleas ya habían distanciado a O’Connor de Iorio y, por su parte, Serrano estaba dedicado de lleno a la producción de Predador, la banda de heavy de la ciudad.
“La primera vez que salimos a tocar con Predador fue en el Teatro del Pueblo”, recuerda Javier. “Walter, el baterista de Almafuerte, se acababa de separar de la banda y había vuelto a Vora; entonces, los invitamos a tocar. Nosotros trajimos el heavy de nuevo a La Plata”, concluye con firmeza, para después asegurar que le gustaría volver a participar activamente del heavy metal nacional, pero que si no lo hace es porque actualmente es más costosa la producción: “Hay oportunidades que pasan una sola vez en la vida”.
Finalmente, y con una botella de vino ya casi vacía, Javier Serrano frena el recorrido. Se mira a sí mismo y, como esas reflexiones que se escupen al viento sin pretender que nadie en particular las oiga, dice que sólo desea volver a ser el león que solía ser antes de la guerra. Después, con los ojos brillosos, vuelve al inicio y nuevamente busca refugio en esa honestidad brutal que tanto supo consolarlo. Empuñando un vaso a medio llenar, tararea los versos de “Por las calles de Liniers”, la canción de Hermética. Sólo transmito lo que observo, no es una invención de mi mente, no. Esto acontece cuando contemplo el presente, entona subiendo la voz. Después, y otra vez sonriente, vuelve a escupir, pero esta vez con la esperanza de que ahora sí alguien lo oiga: “El heavy metal es salir a la calle y ver la verdad de frente”.
De Garage - Agosto de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)
“Salvando mis días,
junto a su sonido brutal,
mi vida resiste su ruina”
“Evitando el ablande”, Hermética
Lo que Javier Serrano quiere es sinceridad. Sin importarle que esa honestidad pueda ser brutal, desde hace años que no acepta otra forma que no sea ésa y que se abraza al heavy metal, el ambiente que, según dice, goza de la mayor frontalidad que se haya visto. “Hay gente que prefiere que le digan cualquier cosa, menos la verdad; yo no, yo quiero que me vengan de frente”, sostiene para luego reflexionar en que quizás ese afán de verdad es una de las tantas cosas que heredó tras su paso por la guerra de Malvinas. Después, y con un buen vaso de vino en la mano, se prepara para emprender el recorrido por ese mundo en el que jura buscar diariamente su divino tesoro y, así, volver a ser un león.
Javier Jorge Serrano Gutiérrez no siempre fue heavy metal. A fines de los ‘60, cuando él aún vivía en Quilmes, todo era puro descubrimiento. Así, en una de sus tantas visitas a Oscar y Hugo, los hermanos gemelos de su papá, escuchó la banda sonora de la obra teatral “Hair” y con sus 9 años, alucinó ante la súper hippie “Aquarius”. A partir de entonces, la tarea de inspección de los discos de pasta de sus tíos no tuvo pausa y los jóvenes oídos del muchacho quilmeño se deleitaron con los álbumes del legendario sello discográfico Mandioca, con las melodías de Almendra y con algún que otro blues de Alvin Lee. Al mismo tiempo, desde la cuna que Javier solía disfrutar de los sonidos que reinaban en el hogar paterno: el jazz de Oscar Alemán, el folclore de Atahualpa Yupanqui y los tangos, de los que aún puede repetir sin problemas sus letras desconsoladas.
“Hasta ahí, fui guiado. Yo ya venía cargado con Atahualpa, Mercedes Sosa, Serrat, Fresedo. Escuchábamos eso. Hasta que un día, con mi hermano caímos con Sui Generis… Y a mi viejo no le gustó nada”, relata Serrano con su mejor sonrisa para después, y entre carcajadas, imitar el gesto que hizo su padre cuando puso a sonar en el viejo Winko de la casa Larks' Tongues in Aspic, de King Crimson. “De ahí, vinieron Deep Purple y Led Zeppelin. Y acá se armó Aquelarre y Pescado Rabioso, que para mí, del rock n’ roll de los ’70, es lo mejor. Con Artaud se me voló la cabeza”, resume.
Luego de esos días de descubrimiento musical, no pasó mucho tiempo hasta la llegada del primer recital al que Javier asistió recién iniciada la década del ‘80: el show de The Police en Obras, del que recuerda la adrenalina que sintió cuando Andy Summer pateó a un policía que golpeaba a la gente que se aproximaba hasta el escenario.
Después vinieron los días de guerra en Malvinas, en los que el tiempo pareció suspenderse. Pero no, a su regreso lo esperaba V8, la banda que, según Javier, abrió las puertas al “verdadero sonido heavy en Argentina”. “Lo que me mató de V8 fue que sentía que en cada tema había un algo para los ex combatientes, explícita o implícitamente”, dice el hombre de melena ondulada, dispuesto a describir cómo fue volver al ruedo tras las Islas: “a los cuatro días de llegar, tocaba Pappo en Obras y fui a verlo. Salí de ahí alucinado, a los tumbos”.
Más tarde, cuando Javier ya había terminado de decidir que el heavy era el sonido que tanto había buscado, Hermética se preparaba para tocar en la Unión Ferroviaria y él estaba contento de haber conseguido una acreditación que le permitía ingresar a cuanto rincón del club de 17 y 68 se le ocurriera. “Cuando tocaron el último tema que de la primera parte del show, quedé flasheado porque terminaron pidiéndole a la gente que pensara… Es que es muy raro que alguien te recomiende pensar, porque la mayoría cree que no hay que avivar giles para que no se te vuelvan en contra. Entonces, me acerqué a los músicos, agarré la medalla de ex combatiente (que siempre llevaba del lado de adentro de la chaqueta) y se las di. Iorio me dijo que me iba a arrepentir, pero yo le contesté que a lo sumo lloraría. Finalmente, se la quedó Claudio O’Connor”, describe con orgullo, para minutos después relatar cómo fue su reencuentro con el cantante de la banda, quien hoy es su amigo, durante los días en los que las peleas ya habían distanciado a O’Connor de Iorio y, por su parte, Serrano estaba dedicado de lleno a la producción de Predador, la banda de heavy de la ciudad.
“La primera vez que salimos a tocar con Predador fue en el Teatro del Pueblo”, recuerda Javier. “Walter, el baterista de Almafuerte, se acababa de separar de la banda y había vuelto a Vora; entonces, los invitamos a tocar. Nosotros trajimos el heavy de nuevo a La Plata”, concluye con firmeza, para después asegurar que le gustaría volver a participar activamente del heavy metal nacional, pero que si no lo hace es porque actualmente es más costosa la producción: “Hay oportunidades que pasan una sola vez en la vida”.
Finalmente, y con una botella de vino ya casi vacía, Javier Serrano frena el recorrido. Se mira a sí mismo y, como esas reflexiones que se escupen al viento sin pretender que nadie en particular las oiga, dice que sólo desea volver a ser el león que solía ser antes de la guerra. Después, con los ojos brillosos, vuelve al inicio y nuevamente busca refugio en esa honestidad brutal que tanto supo consolarlo. Empuñando un vaso a medio llenar, tararea los versos de “Por las calles de Liniers”, la canción de Hermética. Sólo transmito lo que observo, no es una invención de mi mente, no. Esto acontece cuando contemplo el presente, entona subiendo la voz. Después, y otra vez sonriente, vuelve a escupir, pero esta vez con la esperanza de que ahora sí alguien lo oiga: “El heavy metal es salir a la calle y ver la verdad de frente”.
De Garage - Agosto de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
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