Juan San Martín, el Cana, es una de las certezas del rock platense: cuando él se sienta detrás de una consola es capaz de hacer magia. La carrera frenética del hombre que, en menos de 4 años, diseñó numerosas salas, se inmortalizó en más de 300 discos y se convirtió en uno de los sonidistas más respetados del ambiente.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)
Cuando se trata de rock, en La Plata hay certezas. Que la cantidad de músicos supera al número de cuadras del casco céntrico, es una. Que Juan San Martín, el Cana, hace magia cuando se sienta detrás de una consola, es otra. Señalado como el sonidista elegido por numerosas bandas, el Cana parece haber nacido sabiendo exactamente cómo hacer para que todo funcione a la perfección en cuanto recital haya suelto. Por ello mismo, resulta casi imposible pensar que hace poco más de 4 años atrás, para él era inimaginable convertirse un día en uno de los personajes más respetados del rock de la ciudad.
La relación del Cana con la música existe desde que el Cana es el Cana. Así, siendo aún un adolescente, él cantaba sus propias composiciones frente a Kaiser Calavera, la banda que compartía con Toto Almada, Gabriel Failla y Santiago Sanguinetti. En aquel momento, Juan también encontró la inquietud que luego lo llevaría a perfeccionarse y, más tarde, a convertirse en un experto del sonido: “No entendía por qué había grupos que sonaban bien y grupos que sonaban mal, lo mismo me pasaba con los equipos de sonido. Toto tenía unos Technics zarpados, que sonaban mejor que los Pioneer de no sé quién, así que empecé a investigar. Y cuando en el ‘99 conocí a uno de los ingenieros acústicos que trabajaba en el Teatro Argentino cuando se estaban haciendo remodelaciones, me intrigó mucho que el tipo tenía pleno dominio de las salas y de qué sucedía en cada lugar. Me dieron ganas de saber de eso”, describe.
Por aquel entonces, apareció lo que hoy Juan San Martín define como un modo de dar orden a su vida: el deseo de, al terminar el colegio secundario en el 2002, estudiar ingeniería electrónica. “La idea era hacer ingeniería acústica, pero en Argentina no había nada de eso y a Chile no me podía ir porque no tenía un mango, económicamente era un bardo”, dice para después asegurar que, aunque le cueste admitirlo, ésa carrera universitaria llena de operaciones matemáticas logró abrirle la cabeza al darle la base necesaria para experimentar y, en menos de un año, diseñar 25 salas.
Aunque en el 2004 el Cana haya dejado de pararse sobre los escenarios frente a Kaiser Calavera, la relación con la banda no se cortó. “Seguí relacionarme con los chicos, los ayudaba con el sonido cuando tocaban. Después me di cuenta de que tenía la oreja susceptible a encontrar ciertas frecuencias. Lástima que me di cuenta muy tarde, porque si lo hubiera usado para hacer música por ahí no estaríamos hablando”, sostiene entre risas para concluir asegurando que lo suyo es casi obra del azar: “Sin darme cuenta, terminé al lado de una consola”.
Una cosa lleva sin previo aviso a la otra y, tras empezar operando a una única banda, rápidamente Cana terminó trabajando con 15 grupos: “Seis meses después, lo conocí a Gonza (Voutoff) en una plaza, mientras estaba operando a unas bandas de barrio. El loco me pidió el teléfono y me preguntó si le quería hacer sonido a Estelares en Ciudad Vieja y yo, claro, le dije que sí. Eso me abrió un montón de puertas. Laburar fijo en algún lugar te permite jugar, ecualizar como vos quieras”.
Como si se tratase de una carrera loca contra el tiempo, durante los últimos 4 años Cana San Martín no sólo cursó la mayor parte de su carrera universitaria, se consolidó como uno de los sonidistas más preciados de la ciudad y diseñó una gran cantidad de salas, sino que además se inmortalizó en varios centenares de discos luego de masterizarlos. “En aquel momento, me prestaron un minidisc con el que grababa los shows y, cuando me compré una compu, les hacía un mínimo retoque. Entonces, alguien me dijo alguna vez que trabajaba de mastering y me puse a averiguar un poco. Así, me di cuenta de que necesitaba un buen parlante para escuchar si lo que estaba haciendo estaba bien o no. De repente, tenía 100 shows masterizados y en menos de un año aparecieron 100 discos, 20 documentales, un premio de acá, otro de allá. El año pasado, cuando festejamos los 300 discos en Ciudad Vieja, fue una cosa re loca”, asegura sin disimular la sorpresa que aún hoy le provoca tanto trabajo.
A pesar de haber sido convocado para trabajar con numerosos artistas reconocidos, como ser Non Palidece, Skatalites y No te va a gustar, el Cana mantiene el profundo respeto que siente por el rock platense. Así, no duda en confesar que elige “transpirar la camiseta” para bandas como Ánima y La Ira de Jaqke. “Yo soy muy agradecido con el under por la oportunidad que me dieron de mostrarme y porque aún hoy ellos siguen dándome de comer. Además, todo se vive distinto en el under, salen a flote otros valores”, relata convencido.
Entre las tantas certezas del rock platense, la del Cana es una de ellas. Cuando se sienta frente a una consola, él, de la mano a su afición por el sonido, hace su magia sin siquiera demostrar un poco de agotamiento en medio de tanta carrera frenética. Y aunque las operaciones numéricas hayan sido la base de semejante certeza, él jura que, como todo en esta vida, simplemente se trata de disfrutar: “Amo lo que hago y poder estar conviviendo con músicos, aportando a sus proyectos, me encanta. Que me paguen por escuchar música es lo mejor que me puede pasar”.
De Garage – Diciembre de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
2 comentarios:
humille cana!! sos groso.
sii, este Cana es un groso total! :)
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