Durante la década del ’90, El Cafetal supo ser un tradicional café céntrico por donde elegían pasar transeúntes en busca de paz, y una de las rockerías más extremas de la ciudad. De las reuniones de las chicas Mary Kay a los pogos de Flema.
Por Ana Clara Bormida y Carolina Sánchez Iturbe
El Cafetal solía ser un lugar donde los extremos podían convivir cómodamente. Mientras un martes por la tarde, la vereda de 49 entre 6 y 7 se poblaba de los autos rosados de las revendedoras de Mary Kay que elegían a ese bar como punto de encuentro, durante la madrugada de los fines de semana una horda de chicos se apropiaba de la parte de arriba para, mientras escuchaba rock, festejar como si ésa fuese su última noche.
El Cafetal no siempre fue una rockería. Antes de eso, sólo era un café que, al estar ubicado en pleno centro, resultaba cómodo para quienes paseaban por la zona. Algunos pocos, como Jorge Hoyos Ty, eran asiduos al local porque, aunque parezca extraño, les resultaba “muy tranquilo”. Poco tiempo después, a principios de los ’90, el bar de 49 y 7 dejaría de ser sólo un negocio elegido por transeúntes que buscaban paz, aunque conservaría esa característica durante la semana.
La transformación de El Cafetal en un reducto para rockeros sucedió luego de que Sandra Laffaye se asociara con Laura, la hija del dueño del lugar, quien les permitió utilizar un espacio en el primer piso. En un principio, el bar era pequeño y ahí tocaban únicamente bandas locales. Luego, se convirtió en un boliche donde llegaron a haber mil personas. “Atrás había una cochera. Yo le pedí al padre de mi amiga que me diera esa parte y le dije que se la iba a llenar. Nos la dio un sábado, en el que tocaron Confites, armamos una barra y explotó, había 800 personas. Ahí arrancamos”, recuerda Sandra.
En el escenario de El Cafetal todos los viernes y sábados tocaba alguna banda local o de Buenos Aires. Así, por ahí pasaron Please Bis, Los Confites, Viejos, Sucios y Feos, Murciélagos, 30 monedas, Ataque 77, Los Piojos, Los Brujos, Flema, Pappo, La Mississippi, Memphis, La Bersuit y Los Calzones Rotos, entre muchos otros.
La mayoría de los rockeros de la época iban en algún instante de la madrugada por El Cafetal. De esa manera, aunque al lugar llegaran seguidores de las bandas que tocaban durante cada una de las noches, progresivamente el bar se fue haciendo de una clientela estable. “En un momento, la atención era medio personalizada porque me acordaba de lo que tomaba cada uno”, dice Sandra mientras destaca una de las mayores virtudes del lugar: ahí todos se sentían como en su propia casa.
Otra de las características que Sandra recuerda del bar, es lo extremo que podía llegar a ser: “Lo peor era cuando se cortaba la luz. Ahí empezaban las corridas y volaban botellas. Después, teníamos que reponer las mesas que se rompían durante las peleas”. Sin embargo, cuando la batalla campal terminaba y la electricidad lo permitía, otra vez sonaba la música de los Rolling Stones, Sumo o Divididos y “fiesta, a bailar”.
Gracias a la convivencia de ambigüedades y extremos, son muchas las historias que se tejieron en torno a El Cafetal. La mayoría de los rockers de la ciudad tiene alguna anécdota para contar del lugar, aunque casi todas las veces los detalles se diluyen entre tragos y peleas. Sólo una persona, quien hoy parece un ser inubicable, quizás sea la única capaz de narrar exactamente lo que sucedía ahí: Vilma, la encargada de cuidar el baño de chicas, que siempre llevaba un cuaderno consigo.
(siempre es mejor la versión en papel)
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