Alberto Bassi jura que a él no le importa nada. Ni los prejuicios, ni el orden establecido, ni las normas de sociabilidad logran conmoverlo; por el contrario, elige desnudarse durante sus shows, retirarse sin aviso cuando algo le molesta, vestirse como se le cante y, sobre todo, emprender una tozuda campaña en contra de la discreción. Todo sea por mantener viva la vieja y libertaria actitud rock.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos The Dark Flack (http://www.thedarkflack.com/)
“Mi vida no es ornamental, esto es caótico”. En un primer piso que da a calle 12, reina la desorganización. Sobre una mesa, un montón de papeles y de objetos decorativos se disputan un pedazo de esa tabla turquesa en un intento por no estrellarse contra el piso. A un costado, dos veladores iluminan, mientras a su alrededor estatuillas los miran. De la lámpara de techo cuelgan telas y, justo al lado de la puerta, de un perchero penden collares, amuletos y pañuelos. Desde ahí, se hace difícil precisar el color de las paredes, no sólo por la luz tenue que hay, sino, y sobre todo, por la cantidad de fotografías del dueño de casa que se adhieren a ellas. Una bandera de AC/DC parece desentonar, pero en la vida de Alberto Bassi nada es previsible.
“Mi departamento es como lo que yo tengo en la cabeza: mucho y desordenado”, dice Bassi mirando a su alrededor. Lejos de intentar excusarse por el orden que mantiene en su hogar, el hombre que no teme desnudarse en los escenarios platenses destaca su deseo desesperado de no parecerse nadie, de llevar una vida singular y, finalmente, de “quedar expuesto” ante quien pose su mirada sobre él. “Esto como un puchero, entonces dentro de la olla hay una gran dosis de exhibicionismo, de querer llamar la atención y también de querer transmitir algo a alguien”, resume.
Decidido a dejar en claro cuál es su personalidad porque, según él, “las apariencias no deberían engañar”, Alberto sabe a ciencia cierta que su manera de vestirse no pasa desapercibida. “Uno va por el mundo ofreciendo algo, mostrando cosas que son uno. Por eso, a mí me gusta vestirme de una manera llamativa, con colores estridentes. Es que detesto la discreción”, asegura Bassi mientras gesticula con sus manos llenas de anillos, todo para después explicar que nada lo limita a salir a la calle con una capellina en la cabeza, o un pisa papas colgado del cuello: “Hay ciertas reacciones que ya las veo venir. No soy inocente, no me puedo asombrar que una persona me grite cosas. Me puede gustar, me puede molestar, pero no me va a asombrar”.
Aunque confiese su desinterés por vincularse con nuevos sonidos, Alberto se relaciona “únicamente con gente de rock” y, retroalimentándose, es éste mismo grupo de personas el que suele ir a ver sus monólogos de sexo. “Tengo un público que es 100% rock, la gente de teatro no va a verme y las viejas chotas, tampoco. Es que los rockeros tienen la capacidad de gozar más que otra gente y, además, tienen mucha libertad”, explica, para luego trazar un paralelismo que logra hermanarlo con esa actitud libertaria propia de la escuela de rock: “Fundamentalmente, hago lo que tengo ganas. Como el gato, que pasa y se va, que no hace concesiones y no le importa quedar bien, así soy yo”.
En ese departamento de 12, las tardes y las noches suelen ser musicalizadas por la misma diversidad casi caótica que reina en los ambientes. Así, un tango, un sonido folcklórico del sur napolitano, una canción francesa de posguerra, una composición de Bob Dylan o una melodía potente de AC/DC pueden sonar sin ningún problema, aunque la vedette del lugar sea Gabriella Ferri, la cantante italiana de la que Bassi logró hacerse amigo luego de rastrearla por teléfono y confesarle la admiración que le despertaba su voz.
Sin embargo, durante las madrugadas Alberto suele optar por ir a ver a “amigos que rockean”. “A mí las bandas de rock me encantan porque yo soy una persona muy rebelde, que se pelea mucho, que se enoja y se va. Me molestan las etiquetas, la gente convencional que da por sentadas un montón de cosas y actúa en pos de eso, metiéndote dentro de una historia a la que vos no pertenecés. No soporto el prejuicio. ¿Eso es tener mal carácter?”, reflexiona Bassi, mientras ríe enérgicamente.
Finalmente, y dispuesto a demostrar que su vida se desenvuelve de acuerdo a los preceptos del rock de los viejos tiempos, Alberto empuña un vaso de whisky, se cuelga un amuleto que, dice, le trae buena suerte y con su mejor sonrisa termina de definirse como un insurrecto: “Me encanta la provocación e, incluso, la fuerzo. Vos podés irte al límite y después regresar para volver a irte al límite, y pueden quedar cosas muy interesantes. La provocación existe y si la sentís, hay que liberarla”.
En ese departamento de 12, las tardes y las noches suelen ser musicalizadas por la misma diversidad casi caótica que reina en los ambientes. Así, un tango, un sonido folcklórico del sur napolitano, una canción francesa de posguerra, una composición de Bob Dylan o una melodía potente de AC/DC pueden sonar sin ningún problema, aunque la vedette del lugar sea Gabriella Ferri, la cantante italiana de la que Bassi logró hacerse amigo luego de rastrearla por teléfono y confesarle la admiración que le despertaba su voz.
Sin embargo, durante las madrugadas Alberto suele optar por ir a ver a “amigos que rockean”. “A mí las bandas de rock me encantan porque yo soy una persona muy rebelde, que se pelea mucho, que se enoja y se va. Me molestan las etiquetas, la gente convencional que da por sentadas un montón de cosas y actúa en pos de eso, metiéndote dentro de una historia a la que vos no pertenecés. No soporto el prejuicio. ¿Eso es tener mal carácter?”, reflexiona Bassi, mientras ríe enérgicamente.
Finalmente, y dispuesto a demostrar que su vida se desenvuelve de acuerdo a los preceptos del rock de los viejos tiempos, Alberto empuña un vaso de whisky, se cuelga un amuleto que, dice, le trae buena suerte y con su mejor sonrisa termina de definirse como un insurrecto: “Me encanta la provocación e, incluso, la fuerzo. Vos podés irte al límite y después regresar para volver a irte al límite, y pueden quedar cosas muy interesantes. La provocación existe y si la sentís, hay que liberarla”.
* Alberto Bassi presenta su monólogo "No hagamos el amor en silencio" el viernes 23 de julio a las 22 horas en Pura Vida.
De Garage - Julio de 2010
(siempre es mejor la versión en papel)
(siempre es mejor la versión en papel)
No hay comentarios:
Publicar un comentario