lunes, 15 de junio de 2009

Argonauticks, Mondongo Soho y La Patrulla Espacial en el Centro Cultural Favero


La banda apertura del minifestival obligó a los platenses a separar los pies del piso con pequeños saltos, mediante su reunión de reggae y funk. Los Mondongo fueron precisos como un reloj, agresivos como la distorsión de sus guitarras y divertidos como la voz aniñada de su cantante. La Patrulla cerró una noche con un verdadero revival del blues clásico argentino que, salvando las distancias, por momentos hizo revivir a Pappo.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)

La Plata, junio 14 (Agencia NAN-2009).- Pappo vive. De un modo impensado, el rey del blues argento resucita durante la noche del viernes en La Plata. Los cuatro hombres que componen La Patrulla Espacial son los encargados de comandar la nave que permite que Norberto Napolitano se haga carne y otra vez rockee. Pero falta para eso.
Antes de que el escenario del Centro Cultural Favero se convierta en el punto de confluencia de sonidos tan diferentes (aunque no por eso incompatibles) como los de Pink Floyd, La Pesada del Rock and Roll, Pescado Rabioso, Spaceman 3 y --claro-- Pappo, Argonauticks se encarga de abrir la fecha con destreza. Y con sólo 6 meses de formación, deslumbran. Su sonido reúne al reggae con el funk, haciendo imposible que un pequeño salto no separe los pies del piso de madera del Favero. Los cuatro músicos, mientras tanto, juegan en el escenario, aunque nerviosos por un retorno de dudosa calidad.
Como si la resurrección fuese una consigna obligatoria, Riccardo Dessupoiu, el cantante de la banda, no puede evitar que se lo compare con Luca Prodan. Quizás por ser un europeo que desembarcó en Argentina para hacer rock, por la diversidad de idiomas con los que elige interpretar sus canciones o por la expresividad con la que canta, se convierte en objeto de paralelismos. Cuando Argonauticks interpreta una versión de “Promesas sobre el bidet” en italiano y con una melodía reggae que modifica por completo el sonido de la canción, todo queda en claro: la banda sabe exactamente cómo quiere sonar y lo logra de la mano de la muticulturalidad. Después se despide y, lejos de egocentrismos ridículos, se convierte en público.
Los músicos de Mondongo Soho son precisos como un relojito. La distorsión de las guitarras contrasta con la voz aniñada del cantante, consiguiendo crear un combo absolutamente comprable. En penumbras sobre un escenario poco iluminado, anticipan lo que sucederá minutos después en esa casa devenida en bar: un rock invasivo se apropia de las paredes derruidas, envolviendo con su paso a los cerebros embebidos en cerveza del público.
Las luces se encienden y, mientras suena “Cocaine” de Eric Clapton, un chico petiso y de cuerpo pequeño canta desafinando y con el micrófono en mano las estrofas de la canción. Detrás suyo, los músicos de La Patrulla Espacial acomodan los instrumentos sin apuro. Aunque ya son casi las 4 de la mañana, en la ciudad todavía es temprano para bailar.
Una vez iniciado el show, y evitando la timidez, Tomás Vilche, el cantante de la Patrulla, grita “está amaneciendo en la oscuridad” mientras la armónica de “Blues de algún lugar” le imprime un clima psicodélico al tema. Por momentos es inevitable pensar que el rock, ya tradicional, de Pappo’s Blues y Almendra reencarnó y ahora obliga a bailar a los saltos, en signo de aprobación del hecho místico. Sin embargo, minutos después La Patrulla Espacial se despacha con un sonido que encuentra, otra vez, su respuesta en el público que sacude el cuerpo como si se tratase de una fiesta rave propia de la era posmoderna.
Cuando las guitarras de Vilche y Lucas Borthiry se destacan, retroalimentándose, en sets que parecen improvisaciones, algunos se agarran la cabeza. Se hace difícil contener, y a la vez comprender, lo que sucede en el escenario.
Cerca del final, la gente deambula por la habitación como si estuviese perdida. El cantante se arrodilla y una y otra vez grita “blues”. La banda lo acompaña y el público delira a la par de lo que parece ser un ritual donde el cuerpo de Vilche es poseído por el espíritu del hombre blues de la Argentina. El recital termina casi abruptamente con un bis que no dura ni un minuto. Los músicos se despiden a las corridas y la gente, todavía embobada, camina hacia el fondo del salón, donde se encuentra con la luz.
Entonces, otra vez, Pappo vuelve a descansar en paz.


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Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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