Para Luis González el rock y el cine son una gran sucesión de quiebres capaces de transformarlo en alguien distinto. Ávido de nuevos descubrimientos, el dueño de Imagina, uno de los pocos videoclubs que sobrevivieron en la ciudad, es el hombre que aún hoy busca reinventarse.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Foto de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)
“Yo tengo cabeza de rock”. De pie en el centro de Imagina, el videoclub que desde hace 20 años funciona en La Plata como el lugar indicado para conseguir todo tipo de películas, Luis González, su dueño, reflexiona. Aunque él no sea músico, su figura siempre se relacionó a las guitarras distorsionadas, quizás porque es posible encontrárselo en los recitales de las bandas de la ciudad, o tal vez porque en su local se respira rock, aunque para eso no haya motivos absolutamente certeros. De cualquier modo, la historia de Luis está marcada, a fuerza de quiebres, por ese sonido que desde hace años se dedica a regalarle momentos capaces de determinar el resto de sus días y transformarlo una y otra vez en un hombre nuevo.
Como todo cuento rocker, los inicios de esta afición en la historia de Luis se remontan a tiempos lejanos, incluso difíciles de precisar. Así, él asegura que el rock es parte de su “formación natural” ya que, por su edad, él se desarrolló “casi a la par que el rock nacional”. Sin embargo, el dueño del local de 60 entre 9 y 10 asegura que existieron varios períodos bisagra, que hicieron que su vida fuese ésta y no otra y que, claro, lo modificaron a su paso. El primero, en Resistencia, cuando era un niño de seis años que prefería tener un piano antes que un reproductor de discos. El segundo, cuando en Mar del Plata un amigo le hizo escuchar el primer disco de Los Gatos, que le permitió percibir que “había otra cosa” y acercarse a bandas como Manal y Almendra.
De igual manera, otro gran momento sucedió cuando Luis invirtió en su primer long play: Little Green Bag de George Baker Selection. “El primer tema que sonaba era Pequeño bolso verde, que es la canción que, muchísimos años después, abrió Perros de la calle, la película de Tarantino. Me acuerdo que cuando en mi casa se compró el primer equipo de música, que era un equipo bestia, tanto que hubo que llamar a un técnico para que nos explicara cómo se usaba, mi viejo me dijo que me consiguiera un disco. Cuando el técnico puso el álbum y empezó a sonar Pequeño bolso verde, mi viejo estuvo a punto de matarme: ¿para eso compré semejante equipo, para escuchar esta basura?”, recuerda entre risas para luego describir que ese tire y afloje con su progenitor era un clásico que solía repetirse, por ejemplo, cuando Creedence Clearwater Revival o los Beatles musicalizaban los rincones del hogar.
Después llegaron las horas en la Facultad de Ingeniería de La Plata y, con las nuevas amistades, los descubrimientos musicales y artísticos que obligarían al hombre que suele atender a sus clientes con una gran sonrisa a barajar y dar de nuevo. Entonces sí terminaron de definirse las dos grandes influencias que determinarían a Luis, luego de que a los Beatles se sumaran los Rolling Stones, la banda que logró provocarle cambios tan profundos que, incluso, repercutieron en su matrimonio.
“Mi primer divorcio fue con la carrera, me dije que ya no quería ser ingeniero y, entonces, nació Imagina. Tiempo después, hubo otro quiebre mental que llegó a reformular mi situación civil y que se dio con los primeros recitales de los Rolling Stones en Argentina”, sostiene para luego explicar que cuando la banda británica desembarcó en febrero de 1995 en River con la gira Voodoo Lounge, él sintió que ese show, desde su inicio, ese en el que retumbaban los tambores de Sympathy for the devil a la par que una cobra gigante escupía fuego, era un antes y un después similar al que había ocurrido con Los Gatos décadas atrás: “La mayoría de los que fuimos a ese recital, salimos flotando. Sentíamos que el resto de nuestra vida era gratis; después de lo que vivimos esa noche, nos podíamos morir”.
Y cuando el cuerpo cree que ya no puede experimentar más transformaciones, nuevas evoluciones se suceden. Así, a la par que el videoclub crecía, vinieron los días en que Manuel Moretti atendía a los clientes de Imagina y, horas después, Luis lo escuchaba tocar en bares casi desiertos; y, luego, las horas en las que Reimon, acompañado por Poli (la cantante de Señor Tomate), reemplazaba al frontman de Estelares en su puesto, a la par que le regalaba a González cassettes llenos de grabaciones de bandas independientes. “Poli me pasó mucha música. Ahí empecé a recibir información distinta que definió claramente lo que hoy me interesa. Ahora, me gusta descubrir cosas. Está bueno ir a ver recitales grandes, pero me fascina estar en un lugar chiquito y toparme con algo nuevo. Me encantaría encontrar a un Lou Reed tocando para 50 personas, sería un placer fantástico”, dice para luego explicar que esas revelaciones musicales todavía siguen produciéndose gracias a que actualmente Gastón Disanti, el bajista de The Falcons, trabaja en el local.
“Yo pretendo que el arte me cambie, pretendo más que un estado de ánimo. Si me genera algo, si logra que sea alguien distinto, entonces, cumplió su cometido”. Mientras una incontable cantidad de cajas de DVD’s reposan en las estanterías de Imagina, Luis piensa en el poder que ellas tienen para, junto a la música, transformarlo una y otra vez en un hombre nuevo. Luego, sonríe y, como quien disfruta de esquivar a las aguas estancadas, concluye sin preámbulos: “Pertenezco a ese grupo de gente que para vivir necesita ir a un recital y ver películas. Si no tengo esas cosas, está todo mal”.
De Garage – Mayo de 2011
(siempre es mejor la versión en papel)
No hay comentarios:
Publicar un comentario