El rock no sólo se convirtió en la musa de sus obras de arte sino que también pasó a ser el estado de ánimo que la acompaña diariamente. Con ustedes, Claudia Piquet, la mujer que le da cuerpo y color a los sonidos.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotos de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)
Para Claudia Piquet el rock es musa. Así, cada uno de los trazos que ella imprime en sus pinturas, sus murales y sus body paintings están atravesados por las guitarras distorsionadas, por las letras con “una carga social interesante” y, sobre todo, por esa cultura que la fascinó alguna vez, cuando aún era una niña y la dictadura militar intentaba sacar de raíz toda manifestación rocker que hubiera suelta.
Como las buenas historias, la de Claudia Piquet, o Peta, como le dicen sus amigos más cercanos, nació en un altillo. En aquellos días, La Plata todavía no era su hogar y, en cambio, las tardes de ella en Gualeguaychú se debatían entre las costas del río Uruguay y ese rincón en la casa de sus padres donde Daniel, su hermano mayor, había armado un lugar secreto en el cual dejar sonar la música que estaba prohibida en aquel momento. “Yo tenía 10 años y estaba escuchando a Daniel Viglietti, a Yes, a Emerson Lake & Palmer, a los Stones y a los Beatles. Mi hermano se traficaba los discos de vinilo. Era genial”, recuerda Claudia.
Poco tiempo después, llegó el verdadero interés, aquel que brotó cuando logró dilucidar que esas melodías la ponían de frente a la transgresión: “Lo primero que me interesó fue la mística del rock. Lo oculto atrae y mucho, más cuando empezabas a darte cuenta que estaba prohibido porque estaba relacionado con el placer, con el descontrol. Es muy raro que no te atrape esa sensación de esconderte en un altillo a escuchar cosas que no se pueden escuchar o a pertenecer a un grupo, porque los amigos de mi hermano armaban una especie de selección de gente que era parte de ese submundo. Entonces, pertenecer de contrabando siendo más chico estaba buenísimo. Era como una doble infracción”.
Pronto, muy pronto, para Claudia llegó la adolescencia en democracia. Los días en los que el rock nacional aparecía de a borbotones dispuesto destaparse la boca. Y ahí sí, la música lograba conmoverla, “producir la apertura de cabeza”. Entonces, Manal, Vox Dei, Spinetta, La máquina de hacer pájaros, Por Sui Gieco, Arco Iris, Pescado Rabioso y Almendra se transformaron en las encargadas de ponerle sonidos a las horas de Peta. “Eran todas bandas muy escuchables, muy suavecitas, con mucha letra”, explica.
Pero fue recién con el descubrimiento de León Gieco que Piquet se entregó por completo. “Él fue el que me acompañó el resto de mi vida y de quien estuve en algún momento enamorada. En él encontré el tema para reflexionar y la canción para saltar. Encontré la coherencia, la lucha social, la representación de temáticas que tuviesen que ver con decir y hacerse cargo de mi ser en el mundo y ponerle nombre a las cosas, más allá de la metáfora que puede tener el arte. A Gieco, lo amo”. Tan profundo es el amor que ella siente por el salieri de Charly, que incluso cuando lo encontró casualmente durante el último verano en una playa de Río de Janeiro, no dudó en abalanzarse sobre él: “Salí como la peor de las fans, corrí, lo agarré… ¡y hasta pico ligué!”, dice sin intentar disimular esa risa que por estos días ya la caracteriza.
Otro de los hitos en la historia rock de Claudia fue su llegada a La Plata. Con una Facultad de Bellas Artes dispuesta a recibirla, Peta jura que por aquellos días la primavera del rock le permitió también “reforzar la imagen plástica que acompañaba a esos sonidos”, creando el lazo entre imagen y música que aún hoy sostiene mantener e incluso haber profundizado gracias a los trabajos body painting que realiza para numerosos músicos locales. “Lo que logré hacer fue unir estas dos pasiones de pintar cuerpos y estar con rockeros. El tema es el placer, es el pertenecer a ese segundo en el que decís vale la pena estar vivo. Así, logras hacer asible ese momento en el que sos feliz. Es que cuando vos ves a ese cuerpo bailando al lado de una banda que te gusta, como puede ser Narvales, Caudillos o Los Lugosi, es sublime”.
Después de haber cantado durante los ’90 en Bacanal (la banda que posteriormente se convirtió en Atila, el rey, y que ella misma define como intérprete de “un rock histérico”); de haber realizado una enorme cantidad de murales y cuadros; y de haber pintado una decena de cuerpos y rostros que, durante las madrugadas, le dieron movimiento a los sonidos, finalmente Claudia entiende que la cultura rocker es musa. No sólo por la estética ineludible que la atraviesa desde aquellas tardes en el altillo de su casa de Gualeguaychú, sino, y sobre todo, por “el estado de rock” que dejó latente en su piel. Ese estado de rock que aún hoy la obliga a ser parte y que, según ella, “tiene que ver con una filosofía de vida que sabe de compartir y de las cosas que realmente valen la pena, y que implica elegir a cada segundo dónde y con quién querés estar”. Ésa es la gran musa de Claudia Piquet. Ése es su rock.
(siempre es mejor la versión en papel)
2 comentarios:
copado el blog
encontre unos papelitos en ciudad vieja
ahh, muchas gracias!
qué bueno que los papelitos con pegatina provoquen ganas de entrar a mirar... :)
Abrazos!
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