jueves, 21 de mayo de 2009

Tonolec: "En lo elemental están las enseñanzas"


El dúo que cruza música electrónica con la autenticidad del arte toba considera que “es necesario recuperar la armonía con el espacio” y que eso no se logra con flores de Bach, acupuntura ni psicólogos, sino saliéndose de la cultura de la histeria. Ella, Charo Bogarín, es dueña de una fuerza ancestral sobre el escenario, con su cuerpo arraigado a la tradición. Él, Diego Pérez, encarna la delicadeza de la electrónica. Juntos, en sus álbumes oscilan entre el pop, la electrónica y los climas de la música de películas.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Eduardo Sánchez Iturbe

Buenos Aires, mayo 21 (Agencia NAN-2009).- Iluminada en el centro del escenario, Charo Bogarín baila, mide cada uno de sus movimientos y, finalmente, canta como una auténtica Ldetac ada'alo, nombre con el que los tobas denominan a las mujeres que entonan lamentaciones. Ella hipnotiza con su voz y a casi medio metro del micrófono se permite gritar, confiada de que se la escuchará incluso en el fondo del salón. El grito parece nacer en sus entrañas y, desde ahí, amplificarse logrando que el resto de su cuerpo se contraiga y extienda, como un ave en pleno vuelo. A su lado, Diego Pérez, su compañero de Tonolec, se mueve con timidez. Debajo del escenario, la parte femenina del dúo de electrónica toba recibe a Agencia NAN. A diferencia de la imagen de reina madre que proyecta durante su show, en los camarines Bogarín parece una mujer diminuta, introvertida.
Lejos del vestido lleno de tules y plumas que ella misma define como “alta costura orgánica” y que la acompaña durante sus espectáculos, Bogarín mira a los ojos mientras habla y se permite reír al tiempo que describe los males que aquejan al mundo occidental. Es que los Tonolec creen firmemente en que la música que interpretan no sólo es rica por la inclusión de sonidos nativos, sino que además sirve como nexo para que el hombre blanco sane las heridas que la pérdida de vínculos con la naturaleza le dejó: “Es necesario que se recupere esa armonía que los tobas tienen con el espacio. Somos seres totalmente desarmonizados, necesitamos ir al psicólogo, flores de Bach, acupuntura… ya no sabemos cómo sanarnos cuando son los pilares los que hay que sanar”, revela.
Bogarín sonríe mientras reconoce que ella tampoco puede evitar ser parte de lo que la cultura occidental determina para sus miembros. A esa cultura es a la misma que ella llama la “cultura de la histeria, o mejor de la historia”, que con su individualismo lleva a que las personas se queden solas y sufran por esa soledad que tanto buscaron. La bailarina, cantante y periodista asegura que esos son los aprendizajes que, junto su compañero y en el trabajo realizado durante siete años con el coro toba Chelaalapí, fue tomando como propios.
Entender la cultura de este grupo aborigen no sólo consistió en aprender a través de la tradición oral la lengua 
qom y los cantos tradicionales, sino que también les permitió de adquirir los valores tradicionales, “ese realismo mágico que tienen ellos que permite que realicen esa lectura de la naturaleza” y no disocien el ser humano del ser animal y del ser vegetal. “En las canciones se intentan recuperar esos diálogos con la naturaleza, apaciguarse, usar los silencios, que en música son una nota, y ser elemental. En lo elemental están las enseñanzas”, afirma con calma, la misma calma que dice haber aprendido de los tobas, Charo Bogarín.
Para que Tonolec fuera el puente entre dos culturas “que no estaban conociéndose totalmente” fue necesario que Bogarín y Pérez comprendieran el sentido paisajístico que tiene su música, “la aridez del monte chaqueño representada en sonidos” y la sencillez de las composiciones. Después vino el trabajo vocal que la cantante hizo a fuerza de sentarse durante tardes enteras con las ancianas de la comunidad toba para escucharlas interpretar cantos tradicionales e imitarlas: “En el rock nacional yo no encontraba voces que me identificaran, y de repente estaban estas mujeres cantando con esos agudos, imitando sonidos del monte, de aves, del 
n´vique, que es el violín toba”.
Bogarín se entusiasma cuando afirma que ese descubrimiento fue maravilloso, casi como una epifanía de su destino: “sentí que era algo que quizás corría por mi ADN, que era el cauce de mi río también, que yo había pasado por ahí en algún momento o que estaba escrito que me tocaba pasar por ahí”. A la par de ese trabajo de investigación sobre la cultura nativa que emprendió Tonolec, llegó el reconocimiento, vestido de agradecimiento, de los miembros de la comunidad toba: “Ellos sintieron que se expandía su lengua, que su cultura se daba a conocer en lugares donde antes jamás hubieran tenido acceso por la cuestión ceremonial con la que cargan”, destaca Charo.
Esa cuestión ceremonial es la misma que, según Bogarín, ellos lograron echar por tierra entre los miembros más jóvenes de la comunidad toba a fuerza de componer cantos infantiles que hasta entonces eran prácticamente nulos entre ellos. El dúo electrónico entendió que en esa ausencia estaba la oportunidad “de darle a los chicos ganas de estar con su idioma, cantarlo y sentirlo más actual, no como esa cosa solemne que por ahí escuchaban en el coro toba, que para esos niños es como escuchar el himno nacional argentino”.
Hacia afuera de la comunidad aborigen, la versión de “Antiguos dueños de las flechas (indio toba)” contenida en el primer disco de la banda les regaló el reconocimiento popular, ése que provocó que mientras que ella cantaba a capela, los chicos gritaran “como si se tratara de una banda de heavy metal” y Rosalía, una de las ancianas de la comunidad, se emocionara y le pidiera a la cantante de Tonolec fuerzas.
El acercamiento a la cultura toba fue casi casual, determinado por una cuestión geográfica y por la tendencia humana de acudir a lo conocido. Como artistas, Bogarín y Pérez sintieron la necesidad de pensar qué era lo que querían transmitir con su música y se encontraron con que aspiraban a “buscar ese color local que siempre es tan necesario cuando uno se plantea la obra que está haciendo y lo que quiere dejar a posteriori”. Como chaqueños descubrieron que era momento de acercarse a eso que siempre habían tenido cerca, pero que nunca habían tenido en cuenta. La cantante de Tonolec jura que aquel momento representó encontrarse “con toda la riqueza de una cultura que era tan poco conocida”. Después, sosteniendo la mirada, no duda en asegurar que la experiencia fue como acercarse a un tesoro, abrirlo y dejarlo brillar.
Siete años después de aquel primer encuentro con el coro Chelaalapí --del que recuerdan como anécdota el absurdo de llevar para la ocasión la tecnología del hombre blanco para retratarlo y luego sentir que todos esos elementos además de innecesarios consistían una “profanación a ese espacio que era tan austero”--, el dúo se atrevió a escribir la mayoría de las canciones en lengua 
qom para el segundo disco, Plegaria del árbol negro. “Fue una manera de brindarnos a ellos, escribir sus letras”, dice con satisfacción Bogarín.
Junto a Pérez, casi sin quererlo, establecieron los roles que desempeñarían en Tonolec. “Él es hombre pero sin embargo la fuerza en el escenario no la transmite él, él es la delicadeza de la electrónica, que es algo que está contenido dentro de los cables. La tierra está afuera, el canto de los pájaros está afuera… Son conexiones diferentes”. Durante los recitales, Bogarín es la dueña de la fuerza, el cuerpo conectado a las raíces que conduce, como una matrona, la impronta de la tradición. Él es la parte calma, el hombre occidental que, entre las sombras, intenta estar en armonía con la naturaleza que baila a su alrededor.
A pesar de que las canciones de Tonolec oscilan entre el pop, la electrónica y, según Bogarín, la música de película por el carácter “climático” que tienen, hay quienes no dudan en afirmar que se trata del nuevo folklore argentino. A la cantante le da risa la categoría en la que su banda fue posicionada, sin embargo dice convencida que no se trata de una calificación contraproducente porque implica reconocer a la cultura autóctona, “poner a la lengua nativa en un lugar que debería haber ocupado desde hace miles de años, que es el lugar del folklore de nuestro suelo”.
Ese posicionamiento dentro de la música tradicional enorgullece, al mismo tiempo, a Bogarín. Sentada en un camarín iluminado con velas y satisfecha por el trabajo realizado, asegura que Tonolec la llena de satisfacciones porque además de permitirle indagar en la cultura nativa la convierte en miembro de un movimiento nuevo, “el de las fusiones”, y eso, en el tiempo, “es como estar haciendo un poco de historia”.

Sitio: 
http://www.tonolec.com.ar
MySpace: http://www.myspace.com/tonolec


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