martes, 26 de mayo de 2009

Mostruo! en Pura Vida

El cuarteto integrado por Kubilai Medina (hijo del bajista de Manal), los hermanos Mutinelli y Lucas Finocchi se presentaron en vísperas de fecha patria para festejar los sonidos rockeros argentinos de la década de 1970 con cien asistentes en uno de los pocos locales que siguen siendo serviciales con los artistas. El show fue del fogón al desahogo, atravesado irremediablemente por la efervescencia heredada de Pescado Rabioso, Manal y Aquelarre.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Agencia NAN

La Plata, mayo 26 (Agencia NAN).- ¿Cómo abrir una fecha de modo demoledor? Permitiendo que la voz de Kubilai Medina, el cantante de Mostruo!, grite visceralmente que, luego de perder el control de su vida otra vez, desea irse al Palmar a pensar sólo en él. Debajo del escenario, los rostros se llenan de sorpresa. Una balada no suele ser elegida para empezar un recital y, sin embargo, parece perfecta en esta ocasión: el más reciente recital de Mostruo!, una de las revelaciones de La Plata. Luego del 2006, cuando Gustavo Cerati la nombró su banda nueva favorita, se convirtió en una de las mimadas por la crítica, dueña del mote de “banda de culto”. Liderada por el hijo de Alejandro Medina, el bajista de Manal, e integrada además por los hermanos Mutinelli y por Lucas Finocchi, Mostruo! logró el éxito de la mano del revisionismo del rock setentoso argentino que influenció a generaciones enteras: Pescado Rabioso, Aquelarre y, claro, Manal.
El domingo, aprovechando la víspera del 25 de mayo, Mostruo! se presenta en uno de los lugares que promete convertirse en espacio mítico de La Plata, Pura Vida. Más allá de la localización estratégica del bar --justo en frente de la plazoleta de La Noche de los Lápices, donde todos los fines de semana la gente se reúne para deleitarse con cerveza a precios económicos--, Pura Vida es reconocido en el mundillo under por las facilidades, hoy impensadas, que brindan a las bandas que quieren tocar en el lugar: no se cobra alquiler, el sonido corre por cuenta del bar y el total de la recaudación en puerta es para los músicos. Además, como norma que tiende a proteger al público, el precio de las entradas no puede superar los siete pesos. Todos felices.
Otra de las características de Pura Vida, y de La Plata también, es que los shows empiezan tarde, por lo que la gente baila hasta entrada la mañana siguiente. Fiel a ese estilo, Mostruo! se acomoda en el reducido escenario del bar pasadas las 2 de la madrugada. Luego del primer tema, golpea a los cuerpos sudorosos que se habían relajado con el ambiente intimista de “El control”, obligándolos, como por la intervención de una descarga eléctrica, a sacudirse a la par de “la polilla” que se choca con fuerza contra las pocas luces que iluminan el lugar. Mientras la gente baila, Finocchi toca los acordes de “La Polilla” con todo el cuerpo, incluso con el rostro, que se contrae en un gesto que, por orgásmico, resulta libidinoso. A medio metro de él, Medina lo acompaña dando saltos bruscos que hacen peligrar la integridad de uno de los parlantes que se sacude a la par del cantante.
Como si desearan enloquecer a la gente, los músicos cortan los impulsos violentos que despertaron con su última canción para dar paso, otra vez, al sentimiento melancólico que “Pinamar” desata sin tregua. Todos sufrieron alguna vez un abandono y es inevitable que esa descripción del desamor torture el cerebro confundido del público. Casi como un juego, la primera parte del show oscila entre el clima intimista y las inyecciones de canciones dignas de ser festejadas sin preocupaciones, todo sin perder el tono visceral que la banda le otorga a cada melodía que parece ser interpretada con el deseo de que la música se apropie de todo ser que, aunque sea por casualidad, la oiga.
El intermedio llega casi como una bendición. El ambiente se espesa a la par de la humedad que en forma de niebla arrincona a la ciudad. La barra del bar se atesta de cuerpos que, en busca de la salvación, esperan que alguna bebida alivie el abombamiento que se apodera de aquella casa restaurada. Veinte minutos después, y aunque el calor sigue sin menguar, todos se acercan al escenario y, como alrededor de un fogón, se sientan sobre el piso de madera. La banda deja de lado los juegos y rockea durante 45 minutos, sin embargo son pocos los que consiguen levantarse y bailar tal como la música manda.
Cuando suena “Cuidado con el monstruo”, Kubilai grita poseído. Como si le resultara difícil soportar la adrenalina que recorre su cuerpo, gira, mira al baterista, salta, se sonríe, aúlla de espaldas al público y se impulsa, contrayendo sus músculos, para cantar pegado al micrófono. Entre temas le habla a la gente, le pregunta si está pasando un buen momento y, segundos después, reinicia su danza furiosa. “La canción histérica”, anuncia Finocchi y la gente aplaude automáticamente la llegada de “No”, el tema que consigue unir perfectamente el ambiente intimista de las baladas con la fuerza de las melodías más violentas. Kubilai vuelve a exasperarse, mientras grita “no ves que no quiero decirte que sí, no ves que no quiero decirte que no”.
Habiendo agotado casi por completo sus dos discos --Grosso y La nueva gran cosa--, Mostruo! empieza a despedirse con “Ese oso”. La canción, que fue popularizada después de que rotara por varios canales de televisión un video en el que el guitarrista de la banda aparecía disfrazado de oso y salía de fiesta con los Mostruo!, es una invitación a levantarse de una buena vez, sacudirse y, como “ese oso rebelde”, resistirse a que la noche termine. Haciéndose eco de la propuesta, el público baila y canta sonriente. Después, pide a gritos que el show continúe.
La banda regala tres canciones en forma de bis, para terminar aconsejándole a su público “no te enamores de nadie”. Después de la paliza que el calor húmedo de Mostruo! sacudió sobre los cuerpos de los cien espectadores, ninguno quiere retirarse del lugar. De pie, aplauden y miran como los músicos se bajan del escenario-tarima. Esperan, en vano, que Mostruo! vuelva a apoderarse de las paredes del bar. Dos DJs intentan calmar a las personas que, resignadas, bailan exageradamente, como intentando reproducir el tiempo en que, absortas por la presencia de la banda, experimentaron su conversión en bestias.


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