El sábado pasado, la banda de ska, funk y punk que suele musicalizar las esquinas cercanas a Perú y Avenida de Mayo todas las tardes viajó a La Plata para compartir escenario con Mansa Locura y dejar moviendo la patita a más de 300 cuerpos pegoteados.
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (www.flickr.com/danpeople)
La Plata, agosto 25 (Agencia NAN 2009).- Cerca de 300 cuerpos se amontonan en La Casa del Pueblo. Bailan al compás, dando pequeños saltitos; y a través de la transpiración que hace que el ambiente se torne denso, se transmiten calor. Sobre el escenario, Mansa Locura, la banda platense que fusiona cumbia, reggae y ska, los entretiene mientras esperan a que Pollerapantalón empiece su show. A medida que la noche del sábado avanza, el clima se caldea. La gente se abraza entre completos desconocidos, mientras festeja el carnaval que se armó en esa casa antigua de La Plata luego de que Martín, el cantante de Mansa Locura, se parara arriba de un parlante y repartiera papel picado entre los asistentes para después rociarlos con nieve artificial.
En trance, una chica juega a los indiecitos con su amiga. Se tapan la boca, emiten un grito entrecortado y bailan en círculos, mientras la banda toca “Sistema”, una cumbia fusionada con un carnavalito norteño. Segundos después, Selene, la única mujer del grupo, deja su flauta traversa a un costado y se une al público para saltar desaforada. Cuando interpretan una versión de “Señor Cobranza”, la gente se amontona contra el escenario y corea las estrofas de la canción que Bersuit Vergarabat popularizó, para terminar cantando al mayor volumen posible, como en un acto de comunión: “Son los gritos del latino”.
La música de Manu Chao suena fuerte. Mansa Locura se despide casi a las corridas, como si el tiempo apremiara. La gente se empuja en los pasillos de la casa, intentando llegar hasta la barra. Los cuerpos sudorosos se abren paso entre la multitud y procuran airearse en el patio interno del lugar. Desde ahí, la música se escucha a un volumen bajo, pero nada impide que la danza continúe. Algunos gambetean al calor. Juegan a formar una comparsa dentro del salón y, de paso, reservan una ubicación para ver de cerca a Pollerapantalón. En el escenario, unos chicos toman cerveza y sonríen mientras los sonidistas ordenan los instrumentos y los afinan.
La hora de espera no provoca altibajos. Como si fuese algo habitual, la gente sigue el festejo entre cervezas, humos dulces y vinos que fueron ingresados como contrabando en mochilas preparadas para la ocasión. Aunque la banda recién asoma sus narices en el escenario a las 4.30 de la mañana, nadie se desespera. Ni siquiera advierten la presencia de los músicos. Todo cambia cuando tres saxos empiezan a sonar.
Como si un viento fuerte arrasara con todo desde el fondo del salón, la gente se apretuja contra el escenario e, inmediatamente, empieza a sacudirse. El pogo llega con velocidad y a partir de entonces una marea de cuerpos se mueve con constancia, logrando que uno de los parlantes amenace todo el tiempo con caerse. Un hombre se para arriba de una caja de sonido, el salón se oscurece y él, con un tubo de luces fluorescentes que hace pensar en las espadas de Star Wars, hace malabares. El público lo aplaude, pero luego deja de prestarle atención para seguir ahuyentando males moviendo la cabeza al ritmo de la música.
El ska mezclado con funk y punk de Pollerapantalón es preciso. Suenan a relojito suizo, no existen las imperfecciones ni tampoco las distracciones. Sin embargo, las tres chicas que pilotean la nave se divierten, se les nota. Bailan entre ellas, juegan con sus compañeros e incluso se hacen chistes a través de mímicas. Después, mojan sus labios y los saxos vuelven a tomar protagonismo. Quizás acostumbrados a atraer la atención del público en cada segundo por sus tocatas semanales en las calles porteñas --se los puede ver todas las tardes en las esquinas aledañas a Perú y Avenida de Mayo--, los Pollerapantalón hipnotizan.
Cuando empieza a sonar “El velero de Rubén”, Melina, la dueña del saxo tenor, pide que los acompañen cantando “andando por el mar, velero”. La gente agradece elevando los meñiques al cielo la posibilidad de participar de la canción con los coros. Es que la mayoría de las interpretaciones son solamente instrumentales. De a ratos, las chicas se miran y se arengan entre ellas, con gritos y meneos de caderas. La banda sólo se detiene para promocionar su último disco, Con la música a otra parte, e invitar a la gente a comprarlo en la barra improvisada que se montó en el hall de entrada de la casona platense. Después, ametrallan otra vez con los saxos en mano, como intentando dejar a un público extasiado después de tanto baile con forma de empujón.
“Vamos a quedar hechos pelusas”, anuncia Drean, otra de las saxofonistas. La gente aplaude y se prepara para dar pasos a los saltos en honor al ska. Juani imita el movimiento que realiza el público, enmadejado a pocos metros del escenario, mientras mira su guitarra con gesto de aprobación. Minutos después, se despiden sin bises y otra vez, la marea de cuerpos busca un poco de aire en los pasillos de La Casa del Pueblo. Pegoteados por el calor y el apretuje constante al que fueron sometidos durante casi una hora, se ventilan mientras, como si sufrieran un tic nervioso producto del paso de Pollerapantalón, de a ratos sacuden una pierna al compás de Ska-P. Es que la fiesta aún no termina y perder el ritmo podría resultar letal.
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