domingo, 28 de junio de 2009

Tacto


Se estiró hasta que los huesos le dolieron y, agraciedamente, lo sintió. No intentó imaginar rostros ni hacer predicciones rídiculas, simplemente lo abrazó. Después, sin certezas, saltó.

miércoles, 24 de junio de 2009

Match La Plata: "La improvisación es el salto al vacío"


Cada viernes, el grupo de improvisación conformado por 17 actores se presenta en una sala platense para revivir un formato escénico que nació en Canadá hace más de tres décadas. Se trata de “matchs” o desafíos entre dos grupos de actores, donde la única regla es tener las dosis justas de imaginación y resolución. Mezcla de deporte y teatro, su espectáculo es disfrutado cada semana por más de 250 espectadores.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)

La Plata, junio 23 (Agencia NAN-2009).- “Somos los improvisadores, que con sangre batalla libramos. El deporte, teatro, jugamos para el pueblo poder alegrar”. Trece hombres y mujeres cantan sobre el escenario, mientras sostienen el puño cerrado sobre su pecho. A su izquierda, un presentador que minutos antes hizo un monólogo al mejor estilo stand uplos observa. Segundos después, los jugadores se distribuyen a los costados del escenario de acuerdo al color de su remera. Una mujer disfrazada de árbitro avanza y anuncia cuál será la primera improvisación de la noche. Cada equipo se reúne y en 20 segundos define cómo interpretará en 3 minutos el acto que fue sorteado. Pura imaginación.
Juan Pablo Pereira, uno de los mentores del “Match La Plata”, jura que eligió la improvisación porque en teatro “es lo más puro que hay, es el salto al vacío”. Federico Marotta, su compañero en la dirección del grupo, celebra esta idea con un gesto de complicidad. Él ya había participado de un espectáculo similar y, a pesar de haber emprendido otros proyectos, no pudo evitar retomar en 2008 esa vorágine que la creación en escena le proponía.
El Match LP improvisa todos los viernes en una sala que es perfecta para la ocasión, una especie de Café Concert en el que el público puede relajarse y, entre cervezas, convertirse en parte del espectáculo. En cada show la gente cumple un rol fundamental: es la responsable de decidir cuál de los dos equipos de actores celebrará el triunfo del partido.
“El verde, el verde”, corea una mujer con dos amigas, mientras sostiene en alto el programa de la obra. De esa manera, vota a los gritos y al final de cada improvisación por el equipo que considera mejor. La descripción le resulta entretenida a Pereira, que asegura que en algunos partidos la gente asume el “rol de hincha” más que en otros. Es que el público es parte de lo que sucede sobre el escenario no solamente durante las votaciones, que implican la “ruptura de la cuarta pared desde el arbitraje”. “Hay una cosa de perspicacia, que se mantiene dentro del nivel de sutileza” y que permite a los actores brindar pequeños guiños a los espectadores del show.
El sentido deportivo del Match de improvisación viene desde su génesis. “El formato”, como lo denominan Marotta y Pereira, no es una invención argentina sino que nació en Canadá a fines de los 70s. “Los creadores notaron que la gente iba mucho a ver hockey y después al teatro, entonces armaron un espectáculo que tenía que ver con las dos cosas. Nuestra visión está más relacionada con el fútbol, que tiene esa cuestión de cancha”, explica Federico.
Lo cierto es que 250 personas se acercan cada semana hasta El Teatro de La Plata para presenciar el Match, todo un record para un grupo teatral independiente. Juan Pablo está convencido de que la convocatoria encuentra su explicación en “la sorpresa constante”. Es que las características mismas de la improvisación impiden la serialidad repetitiva de la obra y “a la gente le seduce mucho la idea de la impronta”.
Esa creación en escena no sólo es atractiva para los asistentes. Según Pereira, para un “actor al que le gusta la adrenalina es el espectáculo ideal”. Sin embargo, esa característica propone una mayor complejidad en la coordinación de los actores. “Si hay un error en una línea, la respuesta está en la línea. En cambio cuando una improvisación no resulta los parámetros a analizar son muchos. Además de la interpretación y las formas, toda esa cuestión de la relación con el otro está muy presente”, explica Marotta, mientras su compañero lo observa con atención.
Federico asegura que, a diferencia de una “obra de teatro tradicional”, el match se alimenta de los espectáculos en vivo donde “la profundidad se va dando con las horas de vuelo. A una obra guionada hay que revivirla cada tanto porque se empieza a lavar con el transcurso de las funciones. Acá pasa todo lo contrario, mientras más horas de vuelo tenemos, más códigos hay entre nosotros”.
Para que esos códigos se afiancen en un staff de 17 personas es necesario que todos los martes se ensaye o, como señala Federico, “se entrene”. “Como con cualquier actividad, se necesita un entrenamiento para automatizar las técnicas básicas y poder improvisar”, dice Marotta. Federico considera que ese entrenamiento no sólo es fundamental para profundizar en técnicas actorales, sino y sobre todo, para conocerse con los demás integrantes del grupo: “Uno no anda desnudo en cualquier lado, entonces éste es un lugar para aprender a sentirse cómodo. Nadie se expone así porque sí”.
Ese reconocimiento del otro es el que posibilita que los actores se sientan parte de un gran grupo. Juan Pablo asegura con orgullo que en eso se apoyan las improvisaciones porque “cuando faltan motores en un partido, alguno pone el cuerpo y zafa la situación por más que el voto no sea para él. Hay una cuestión competitiva, pero el show siempre es nuestra prioridad”.
Para impregnar las diez improvisaciones que se suceden cada noche, los actores apelan a un recurso fundamental: el humor. Aunque el público se acerque en búsqueda de la risa, Pereira asegura que una presentación es mejor cuando no existen huecos dramáticos, de acción o de vínculos. “No utilizamos el risómetro, no creemos que una función es buena porque la gente se ría más”. Luego explica que eso se debe a que “cuando las improvisaciones son creativas, el humor sale naturalmente”. Finalmente, el actor jura convencido que eligen el humor porque es el medio ideal para conectarse con los demás, “lo que hace que no sea un objetivo, pero sí una elección”.

jueves, 18 de junio de 2009

Chico Ninguno, Coiffeur y Gepe


Las diferencias estructurales que hay entre Chico Ninguno, Coiffeur y Gepe lograron que el show que brindaron juntos en La Plata oscile constantemente entre la alegría desmedida y la melancolía. Como combinar artistas diversos y lograr una comunión perfecta.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Facundo Gaisler (http://www.flickr.com/fotosgraficas)

Noche ciclotímica. El domingo de vísperas de feriado en La Plata el clima, junto con el estado de ánimo, cambia constantemente en el Centro Cultural Islas Malvinas. De la alegría infinita a la introspección, para volver a la alegría, sin escalas.
El inicio del minifestival está estipulado para las 9 de la noche. Sin embargo, Chico Ninguno sube al escenario una hora después. Antes de comenzar su show, un hombre disfrazado de dinosaurio presenta la fecha, mientras gesticula con los brazos. Después empieza a sonar “Egoísta”.
A pesar de haber elegido canciones más intimistas para la ocasión, Chico Ninguno no puede evitar generar deseos de bailar. El público, atornillado a las sillas de aquella sala excesivamente formal, observa al muchacho sacudiéndose, aunque contenido, arriba del escenario.Poco después, un hombre vestido de negro y con una bolsa en la cabeza, junto con el dinosaurio, aparece en escena y salta a la par de Chico Ninguno y La Marica Mala Programada Para El Mal, que es el encargado de ejecutar las bases de las canciones desde su laptop.
Ocho canciones parecen pocas. La presentación termina con el cantante gritando “hoy es el mejor día de mi vida”. “Futuro Perfecto” invita a bailar, pero nadie se hace eco de la propuesta. Sería incómodo, quizás incluso inadecuado.
Lejos de las pelucas y los disfraces, Coiffeur llega al escenario del Islas Malvinas acompañado solamente por su guitarra. Quizás por lo sucedido anteriormente en ese Centro Cultural, o por pura casualidad, el cantautor decide empezar su presentación cantando “salgamos a bailar, el beat nos va a ayudar”.
Poco a poco el clima empieza a tranquilizarse. La gente olvida la vorágine en la que Chico Ninguno la envolvió y se relaja para escuchar las letras de Coiffeur. Él canta casi a los gritos, mientras mira con constancia a su guitarra y golpea la madera del piso del escenario con un pie marcando el ritmo.
Silencio hospital. En el público no se siente ni siquiera un murmullo. La atención recae sobre la voz de Coiffeur, que es increíblemente hermosa. Como si se trataran de poemas a los que es necesario escucharlos sin perder un solo detalle, la música pasa a ocupar un segundo plano en el que su única función es dar resguardo a las letras.
Como en una improvisación, Coiffeur pregunta cuánto tiempo le queda. A partir de entonces, emprende la retirada que, finalmente, aparece de la mano de “¡Qué mala suerte!”, única canción en la que la gente se permite golpear los pies y, aunque sea levemente, romper con el silencio para murmurar “Lo que se ve y lo que dejo entrever, ahora lo entiendo… al menos eso creo”.
Coiffeur se despide con velocidad, pero el público pierde el mimetismo en el que se había encerrado y pide un tema más. Entonces, “Cataratas” vuelve a abrir el juego, permitiendo que la introspección se apodere nuevamente de cada uno de los seres que, sentados, admiran al artista.
Gepe llega desde Chile con un bajo y un sintetizador. Sobre el escenario se proyectan audiovisuales, mientras Daniel Riveros, el cantante del dúo, sacude uno de sus brazos logrando que la introspección quede de lado y regresen los deseos de bailar.
El bajista y el cantante de Gepe se ensamblan a la perfección. A pesar de ser sólo dos, consiguen llenar el espacio con melodías sumamente pegadizas. Entre ellos, se miran, congenian y, finalmente, se complementan.
Algunos no resisten el cambio de estado de ánimo y prefieren irse. Sin embargo, quienes se quedan festejan con aplausos la llegada de la alegría.
“No te mueras tanto” termina con Riveros anunciando “say no more”. Automáticamente, el público se sonríe ante la presencia del recuerdo de Charly García. Minutos después, Gepe se despide. Casi como un tornado termina el show, logrando arrasar con el sentimiento melancólico que Coiffeur había despertado. La gente aplaude contenta. Es imposible no celebrar el subibaja al que fue sometida durante dos más de dos horas.

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martes, 16 de junio de 2009

Anécdota

Las calles, como laberintos, lo absorbían. Tentado por los espasmos, cada tanto detenía su marcha. Después, otra vez llegaban los fantasmas con su carrera. Agitado, en una esquina se recostó sobre el asfalto. Luego se ató la lengua con el cordón de sus zapatillas. Ya estaba muerto.

lunes, 15 de junio de 2009

Argonauticks, Mondongo Soho y La Patrulla Espacial en el Centro Cultural Favero


La banda apertura del minifestival obligó a los platenses a separar los pies del piso con pequeños saltos, mediante su reunión de reggae y funk. Los Mondongo fueron precisos como un reloj, agresivos como la distorsión de sus guitarras y divertidos como la voz aniñada de su cantante. La Patrulla cerró una noche con un verdadero revival del blues clásico argentino que, salvando las distancias, por momentos hizo revivir a Pappo.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)

La Plata, junio 14 (Agencia NAN-2009).- Pappo vive. De un modo impensado, el rey del blues argento resucita durante la noche del viernes en La Plata. Los cuatro hombres que componen La Patrulla Espacial son los encargados de comandar la nave que permite que Norberto Napolitano se haga carne y otra vez rockee. Pero falta para eso.
Antes de que el escenario del Centro Cultural Favero se convierta en el punto de confluencia de sonidos tan diferentes (aunque no por eso incompatibles) como los de Pink Floyd, La Pesada del Rock and Roll, Pescado Rabioso, Spaceman 3 y --claro-- Pappo, Argonauticks se encarga de abrir la fecha con destreza. Y con sólo 6 meses de formación, deslumbran. Su sonido reúne al reggae con el funk, haciendo imposible que un pequeño salto no separe los pies del piso de madera del Favero. Los cuatro músicos, mientras tanto, juegan en el escenario, aunque nerviosos por un retorno de dudosa calidad.
Como si la resurrección fuese una consigna obligatoria, Riccardo Dessupoiu, el cantante de la banda, no puede evitar que se lo compare con Luca Prodan. Quizás por ser un europeo que desembarcó en Argentina para hacer rock, por la diversidad de idiomas con los que elige interpretar sus canciones o por la expresividad con la que canta, se convierte en objeto de paralelismos. Cuando Argonauticks interpreta una versión de “Promesas sobre el bidet” en italiano y con una melodía reggae que modifica por completo el sonido de la canción, todo queda en claro: la banda sabe exactamente cómo quiere sonar y lo logra de la mano de la muticulturalidad. Después se despide y, lejos de egocentrismos ridículos, se convierte en público.
Los músicos de Mondongo Soho son precisos como un relojito. La distorsión de las guitarras contrasta con la voz aniñada del cantante, consiguiendo crear un combo absolutamente comprable. En penumbras sobre un escenario poco iluminado, anticipan lo que sucederá minutos después en esa casa devenida en bar: un rock invasivo se apropia de las paredes derruidas, envolviendo con su paso a los cerebros embebidos en cerveza del público.
Las luces se encienden y, mientras suena “Cocaine” de Eric Clapton, un chico petiso y de cuerpo pequeño canta desafinando y con el micrófono en mano las estrofas de la canción. Detrás suyo, los músicos de La Patrulla Espacial acomodan los instrumentos sin apuro. Aunque ya son casi las 4 de la mañana, en la ciudad todavía es temprano para bailar.
Una vez iniciado el show, y evitando la timidez, Tomás Vilche, el cantante de la Patrulla, grita “está amaneciendo en la oscuridad” mientras la armónica de “Blues de algún lugar” le imprime un clima psicodélico al tema. Por momentos es inevitable pensar que el rock, ya tradicional, de Pappo’s Blues y Almendra reencarnó y ahora obliga a bailar a los saltos, en signo de aprobación del hecho místico. Sin embargo, minutos después La Patrulla Espacial se despacha con un sonido que encuentra, otra vez, su respuesta en el público que sacude el cuerpo como si se tratase de una fiesta rave propia de la era posmoderna.
Cuando las guitarras de Vilche y Lucas Borthiry se destacan, retroalimentándose, en sets que parecen improvisaciones, algunos se agarran la cabeza. Se hace difícil contener, y a la vez comprender, lo que sucede en el escenario.
Cerca del final, la gente deambula por la habitación como si estuviese perdida. El cantante se arrodilla y una y otra vez grita “blues”. La banda lo acompaña y el público delira a la par de lo que parece ser un ritual donde el cuerpo de Vilche es poseído por el espíritu del hombre blues de la Argentina. El recital termina casi abruptamente con un bis que no dura ni un minuto. Los músicos se despiden a las corridas y la gente, todavía embobada, camina hacia el fondo del salón, donde se encuentra con la luz.
Entonces, otra vez, Pappo vuelve a descansar en paz.


martes, 9 de junio de 2009

Refugio


Ella parecía infinita, tanto que lo mareaba. Ya había intentado frotar sus manos para olvidarse del sabor. La menta tampoco había sido útil. Todo en vano. Resignado, se hundió de cabeza y buscó, por fin, ahogarse

(Fotografía de Daniel Ayala)

martes, 2 de junio de 2009

Palo Pandolfo y Hermano Perro


Palo Pandolfo se presentó el jueves pasado en La Plata, después de un show sorprendente de Hermano Perro. Fanatismo incontrolable de la mano de uno de los clásicos del rock.

Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)

La premisa es intentar llegar temprano al bar que está ubicado justo en la esquina de 17 y 71 de La Plata. Conseguir una mesa donde sentarse a esperar que Palo Pandolfo salga a tocar puede ser una tarea estoica. Los intentos son en vano. En la puerta de Ciudad Vieja, varias decenas de personas aguardan, bajo el frío húmedo que recae sobre la ciudad, a que los músicos terminen de probar sonido. Se amontonan, intentan comprobar si realmente existe el calor humano. Recién entonces, las puertas se abren.
Hermano Perro sale a escena. Cuatro hombres con sus respectivas corbatas, dignas para la ocasión, se acomodan bajo las luces y empiezan a interpretar una melodía inesperada. Quizás por la utilización de una mandolina, que rememora a Europa del Este, la banda sorprende.
“Árboles que van a la corriente. Tartagal, Tartagal, Tartagal”, anuncia Matías Levy, el cantante poliinstrumental (también toca la percusión y el kazoo) de Hermano Perro. La gente se ríe y la banda empieza a interpretar una canción que por momentos resulta dolorosa. La voz no busca la perfección, permitiéndose jugar con la afinación. Va creando climas que son profundizados por el arco que frota las cuerdas del violoncello que Miguel Khoury tiene entre sus manos.
Aunque son pocos los que se acercaron a Ciudad Vieja para ver a Hermano Perro, cuando termina el show todos aplauden e incluso algunos se animan a pedir una canción más. Para las bandas soporte no hay tiempo para bises. La música tapa las voces del público y “Last nite” de The Strokes suena.
Palo Pandolfo sube al escenario como un boxeador dueño del título mundial. Aclamado. Él y su guitarra dan inicio al recital. Toca una versión argentinizada de “Karma police” de Radiohead. La desafina, la grita. Como si fuera poco, la letra en español no termina de cuadrar con la melodía. Pero así y todo, el público festeja la interpretación mientras canta a los alaridos.
Un bajista, un percusionista y un violinista acompañan a Pandolfo. Recién a partir de entonces las cosas empiezan a tomar un poco de color. El cantante baila, haciendo movimientos pélvicos que rememoran a Sandro. Las piernas, claro, son espejo de una actuación del rey del rock n’ roll.
El público se enardece. Palo Pandolfo se sacude de espaldas y después gira para cantar con fuerza uno de los temas más esperados pos sus fans: Ella vendrá. Las mujeres lanzan un aullido, como si se tratase de un recital de Alejandro Sanz. “Ella vendrá, y las heridas que marcan mi cara se secarán en su boca de agua”, la gente corea el que, de seguro, es el hit principal del artista.
Poco después llega “Estaré”, esa especie de carnavalito que se hizo increíblemente popular durante los noventa. Una pareja baila en el reducido espacio que quedó libre junto a la barra, mientras Pandolfo golpea la madera del escenario con uno de sus pies, impulsándose con ese movimiento.
Cuando termina el recital, dos chicas treintañeras le gritan a Pandolfo. Una de ellas intenta tocar su brazo, como si se tratase de una estrella pop y él, sin notarla, se baja de un salto del escenario. Segundos después vuelve a subir para tocar dos temas más. Y luego la escena se repite por completo. Los mismos gritos, el mismo salto para evadir a la gente. Dos bises más.
El público se queda en el bar intentando extender por un tiempo más al jueves. Algunos, en la trastienda del lugar, cantan tangos de la mano de los músicos de Hermano Perro, que siguen desmesuradamente divertidos. A pesar de algunos traspiés con forma de voces desafinadas y destiempos, Palo Pandolfo logró dejar varias almas extasiadas en la esquina de 17 y 71.

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Y sí seguís explorando? (si total, no nos vamos a dormir...)

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