Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de Daniel Ayala (http://www.flickr.com/danpeople)
La premisa es intentar llegar temprano al bar que está ubicado justo en la esquina de 17 y 71 de La Plata. Conseguir una mesa donde sentarse a esperar que Palo Pandolfo salga a tocar puede ser una tarea estoica. Los intentos son en vano. En la puerta de Ciudad Vieja, varias decenas de personas aguardan, bajo el frío húmedo que recae sobre la ciudad, a que los músicos terminen de probar sonido. Se amontonan, intentan comprobar si realmente existe el calor humano. Recién entonces, las puertas se abren.
Hermano Perro sale a escena. Cuatro hombres con sus respectivas corbatas, dignas para la ocasión, se acomodan bajo las luces y empiezan a interpretar una melodía inesperada. Quizás por la utilización de una mandolina, que rememora a Europa del Este, la banda sorprende.
“Árboles que van a la corriente. Tartagal, Tartagal, Tartagal”, anuncia Matías Levy, el cantante poliinstrumental (también toca la percusión y el kazoo) de Hermano Perro. La gente se ríe y la banda empieza a interpretar una canción que por momentos resulta dolorosa. La voz no busca la perfección, permitiéndose jugar con la afinación. Va creando climas que son profundizados por el arco que frota las cuerdas del violoncello que Miguel Khoury tiene entre sus manos.
Aunque son pocos los que se acercaron a Ciudad Vieja para ver a Hermano Perro, cuando termina el show todos aplauden e incluso algunos se animan a pedir una canción más. Para las bandas soporte no hay tiempo para bises. La música tapa las voces del público y “Last nite” de The Strokes suena.
Palo Pandolfo sube al escenario como un boxeador dueño del título mundial. Aclamado. Él y su guitarra dan inicio al recital. Toca una versión argentinizada de “Karma police” de Radiohead. La desafina, la grita. Como si fuera poco, la letra en español no termina de cuadrar con la melodía. Pero así y todo, el público festeja la interpretación mientras canta a los alaridos.
Un bajista, un percusionista y un violinista acompañan a Pandolfo. Recién a partir de entonces las cosas empiezan a tomar un poco de color. El cantante baila, haciendo movimientos pélvicos que rememoran a Sandro. Las piernas, claro, son espejo de una actuación del rey del rock n’ roll.
El público se enardece. Palo Pandolfo se sacude de espaldas y después gira para cantar con fuerza uno de los temas más esperados pos sus fans: Ella vendrá. Las mujeres lanzan un aullido, como si se tratase de un recital de Alejandro Sanz. “Ella vendrá, y las heridas que marcan mi cara se secarán en su boca de agua”, la gente corea el que, de seguro, es el hit principal del artista.
Poco después llega “Estaré”, esa especie de carnavalito que se hizo increíblemente popular durante los noventa. Una pareja baila en el reducido espacio que quedó libre junto a la barra, mientras Pandolfo golpea la madera del escenario con uno de sus pies, impulsándose con ese movimiento.
Cuando termina el recital, dos chicas treintañeras le gritan a Pandolfo. Una de ellas intenta tocar su brazo, como si se tratase de una estrella pop y él, sin notarla, se baja de un salto del escenario. Segundos después vuelve a subir para tocar dos temas más. Y luego la escena se repite por completo. Los mismos gritos, el mismo salto para evadir a la gente. Dos bises más.
El público se queda en el bar intentando extender por un tiempo más al jueves. Algunos, en la trastienda del lugar, cantan tangos de la mano de los músicos de Hermano Perro, que siguen desmesuradamente divertidos. A pesar de algunos traspiés con forma de voces desafinadas y destiempos, Palo Pandolfo logró dejar varias almas extasiadas en la esquina de 17 y 71.
2 comentarios:
Postee tu muy buena reseña del show en www.fotolog.com/tanta_trampa
Un beso
Ova
3 siglos después caí en cuenta de esto! Muchísimas gracias, Ova!!
Besos
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