El vibrafonista de Indiana llegó al Teatro Argentino de La Plata para, acompañado por cinco músicos, crear durante dos horas un ambiente único en el que la belleza reinó.
Texto y fotografía por Carolina Sánchez Iturbe
El paraíso es posible. La perfección también. Existe en seis hombres que, sobre el escenario del lujoso Teatro Argentino de La Plata, interpretan obras de Astor Piazzolla, creando un microclima plagado de belleza en la sala Alberto Ginastera.
Nadie dudó jamás del talento del vibrafonista Gary Burton. Tampoco de la precisión y la excelencia de Pablo Ziegler, Héctor Console y Fernando Suárez Paz, músicos que formaron parte del último quinteto de Piazzolla. Sin embargo, cuando ellos cuatro tocan los complejos tangos del maestro Piazzolla, junto a Ricardo Lew y Marcelo Nisinman, no dejan lugar a las obviedades y, en cambio, sorprenden.
Burton toca con todo el cuerpo. Mientras golpea las láminas de aluminio, sus piernas se sacuden marcando el ritmo y su cabeza acompaña el movimiento constante de sus manos. La concentración se apodera de su rostro que se contrae, fijando la vista en su instrumento, casi como emulando la expresión de un técnico de quien depende que una catástrofe no se desate.
Cuando la melodía lo requiere, el contrabajo de Console se convierte en un instrumento de percusión en el que las manos de músico argentino imprimen el ritmo, mientras el pianista Zigler, como en un exabrupto de deleite, se levanta de su asiento y, imitando a su compañero, golpea el costado de su piano. Burton los observa con placer hasta que llega el momento de que su vibráfono intervenga.
Lejos del egoísmo, Burton permite que los músicos que lo acompañan se luzcan. Los presenta con orgullo y les encomienda la ejecución solos en varias piezas. La estrella del espectáculo evita el divismo y se preocupa por hacer honor a las obras de Piazzolla.
La versión de “Adiós Nonino” estremece. Los cuerpos de los 1500 espectadores que son testigos del arte de Burton son invadidos por un escalofrío. Una chica joven mira absorta desde la segunda fila de la platea, mientras su rostro húmedo no intenta disimular la emoción que se apoderó de ella. El efecto de la belleza.
All that jazz. La fusión de los sonidos jazzeros con el tango hacen de las interpretaciones de las ya tradicionales piezas de Piazzolla creaciones únicas. Por momentos parece surrealista que semejante precisión en las melodías sea posible de ser ejecutada en vivo. Es que, como un relojito, la banda se entiende y, fiel a las partituras, resignifica las canciones, entregando a su público un espectáculo exquisito.
Cuando Burton se despide, la gente pide de pie, entre aplausos y gritos, que el músico le regale una canción más, para emprender el regreso. Los músicos se acomodan frente a sus instrumentos y el vibrafonista anuncia que tocarán su pieza favorita, “La muerte del ángel”. Una exclamación de alegría resuena en la sala que, segundos después, recobra el silencio para intentar apropiarse de cada uno de los sonidos que se ejecutan en el escenario.
Las luces de la araña antigua del teatro se encienden y Gary Burton se abraza a sus compañeros y saluda. Luego de que los músicos se retiren del escenario, los aplausos los obligan a volver a salir. Emocionado, Burton agradece y saluda. La felicidad que transmite su sonrisa enorme es la misma que se percibe en los cuerpos que, oficiando de espectadores, durante dos horas creyeron en la posibilidad de la existencia de un mundo perfecto.
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