El monologuista ex presentador de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota escupió sentencias fatídicas acerca del capitalismo, el sexo y el arte en un bar de La Plata donde, el domingo por la noche, intentó explicar por qué es "Un hombre extraviado".
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)
La Plata, diciembre 22 (Agencia NAN-2009).- Enrique Santos Discepólo estaría de acuerdo. Como si se tratase de un homenaje al dueño de “Cambalache”, durante la noche del domingo pasado Enrique Symns se apropia del escenario de El Pueblito, un bar platense que recién empieza a acostumbrarse a la presencia de artistas, y grita que efectivamente, como en 1935, “el mundo fue y será una porquería”.
Con un vientre tan abultado que es imposible de ignorar, pasadas las 22, Symns se acomoda frente a Olguin, García, Rosal Trío --banda porteña de jazz que hace sonido sus estados de ánimo-- y sin preámbulos sentencia la perdición de la raza humana, asegurando que el mundo es “una gran concha”. De a ratos, el monologuista parece enervarse por su propio relato y, con el rostro contraído, eleva los brazos mientras grita improperios. Después, otra vez calma lo que parecieran ser ansias de justicia, aunque lo hace sin dejar nunca de lado su carácter de pensador maldito.
En el bar de La Plata, alrededor de 150 pares de ojos hacen malabarismos no sólo para encontrar un rincón en el cual refugiarse, si no sobre todo para lograr entender cada una de las palabras que el ex presentador de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota escupe sin anestesia. Por momentos, la pronunciación de Symns se hace gomosa, sólo llegan a distinguirse términos sueltos que, por provocativos, inducen al público a redoblar los intentos de descifrar cuál es el objeto de semejante rechazo.
Los músicos enardecen la escena. Con notas que acentúan el carácter fatídico del recorrido desenfrenado que representa una noche con Symns, secundan al hombre que sin reparos y con lujo de detalles relata los estados anímicos que experimenta mientras intenta comprar cocaína. Luego de describir a lo largo tres monólogos la decadencia de la sociedad, acompañado por su botella de whisky, que a los 20 minutos de iniciado el show ya está a la mitad, Symns mira al público de frente y pide un descanso. Cuando vuelve al escenario, lo hace dispuesto a convencer a quien aún dude de que la condición humana esté perdida.
Un monólogo acerca de su infancia es excusa para explicar por qué su espectáculo --y él mismo-- se llama “Un hombre extraviado”. Los insultos a los “estúpidos” nuevos modos de comunicación, atados al avance de la tecnología, no tardan en llegar, junto a los lamentos por la modificación de las viejas costumbres y la consecuente fragmentación del ser. Finalmente, Symns ladra que “un hombre extraviado es aquel que perdió su calle y su alma”.
Como si fuese un tópico imposible de no ser abordado, Symns se detiene en las relaciones humanas. Asegura que el sexo no tiene sentido si no se practica en una orgía y dispara sin piedad contra la pareja, a la que considera una “afirmación del capitalismo” que lleva, por egoísmo, a reconocer únicamente los frutos del propio semen como hijos. Sin refrescarse el aliento antes de hacerlo, exhala sobre el público la sentencia: “El comedor no es más que una excusa entre el baño y el dormitorio.”
Como si se excusara luego de haber ocupado el escenario durante casi una hora del domingo, Symns no intenta ocultar su rechazo hacia los artistas, a quienes categoriza sin titubear como “una mierda” que se alimenta de la curiosidad “vouyerista” del público que desea vivir otra vida. Luego, se disculpa mientras asegura desear no haber incomodado a alguien. Cuando se baja del escenario, las palabras aún rondan el lugar y resulta casi imposible no pensar que, definitivamente, “allá en el horno nos vamos a encontrar”.
www.agencianan.com.ar
Por Carolina Sánchez Iturbe
Fotografía de The Dark Flack (www.thedarkflack.com)
La Plata, diciembre 22 (Agencia NAN-2009).- Enrique Santos Discepólo estaría de acuerdo. Como si se tratase de un homenaje al dueño de “Cambalache”, durante la noche del domingo pasado Enrique Symns se apropia del escenario de El Pueblito, un bar platense que recién empieza a acostumbrarse a la presencia de artistas, y grita que efectivamente, como en 1935, “el mundo fue y será una porquería”.
Con un vientre tan abultado que es imposible de ignorar, pasadas las 22, Symns se acomoda frente a Olguin, García, Rosal Trío --banda porteña de jazz que hace sonido sus estados de ánimo-- y sin preámbulos sentencia la perdición de la raza humana, asegurando que el mundo es “una gran concha”. De a ratos, el monologuista parece enervarse por su propio relato y, con el rostro contraído, eleva los brazos mientras grita improperios. Después, otra vez calma lo que parecieran ser ansias de justicia, aunque lo hace sin dejar nunca de lado su carácter de pensador maldito.
En el bar de La Plata, alrededor de 150 pares de ojos hacen malabarismos no sólo para encontrar un rincón en el cual refugiarse, si no sobre todo para lograr entender cada una de las palabras que el ex presentador de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota escupe sin anestesia. Por momentos, la pronunciación de Symns se hace gomosa, sólo llegan a distinguirse términos sueltos que, por provocativos, inducen al público a redoblar los intentos de descifrar cuál es el objeto de semejante rechazo.
Los músicos enardecen la escena. Con notas que acentúan el carácter fatídico del recorrido desenfrenado que representa una noche con Symns, secundan al hombre que sin reparos y con lujo de detalles relata los estados anímicos que experimenta mientras intenta comprar cocaína. Luego de describir a lo largo tres monólogos la decadencia de la sociedad, acompañado por su botella de whisky, que a los 20 minutos de iniciado el show ya está a la mitad, Symns mira al público de frente y pide un descanso. Cuando vuelve al escenario, lo hace dispuesto a convencer a quien aún dude de que la condición humana esté perdida.
Un monólogo acerca de su infancia es excusa para explicar por qué su espectáculo --y él mismo-- se llama “Un hombre extraviado”. Los insultos a los “estúpidos” nuevos modos de comunicación, atados al avance de la tecnología, no tardan en llegar, junto a los lamentos por la modificación de las viejas costumbres y la consecuente fragmentación del ser. Finalmente, Symns ladra que “un hombre extraviado es aquel que perdió su calle y su alma”.
Como si fuese un tópico imposible de no ser abordado, Symns se detiene en las relaciones humanas. Asegura que el sexo no tiene sentido si no se practica en una orgía y dispara sin piedad contra la pareja, a la que considera una “afirmación del capitalismo” que lleva, por egoísmo, a reconocer únicamente los frutos del propio semen como hijos. Sin refrescarse el aliento antes de hacerlo, exhala sobre el público la sentencia: “El comedor no es más que una excusa entre el baño y el dormitorio.”
Como si se excusara luego de haber ocupado el escenario durante casi una hora del domingo, Symns no intenta ocultar su rechazo hacia los artistas, a quienes categoriza sin titubear como “una mierda” que se alimenta de la curiosidad “vouyerista” del público que desea vivir otra vida. Luego, se disculpa mientras asegura desear no haber incomodado a alguien. Cuando se baja del escenario, las palabras aún rondan el lugar y resulta casi imposible no pensar que, definitivamente, “allá en el horno nos vamos a encontrar”.
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