Acompañados por La Ira del Manso y Los Lugosi, y con una de las mejores ejecuciones del rock electrónico, The Charlie´s Jacket se presentaron en La Plata, inaugurando la noche de mayor convocatoria del 2009 en Pura Vida. Invitación al pogo a la vieja usanza.
Por Carolina Sánchez Iturbe
La diversidad manda. En una ciudad como La Plata en la que alrededor de sesenta bandas diferentes se presentan por fin de semana, la multiplicidad de propuestas es la que prima.
Esa diversidad es la misma de la que se hacen eco los bares, proponiendo extensas noches de rock, en las que las bandas no necesariamente deben parecerse entre sí. Ampliar el público es uno de los objetivos.
Pura Vida, como buen bar de rock de la ciudad, cada fin de semana intenta juntar a bandas que poco tienen que ver entre sí. Y lo logra. El sábado es la vedette del lugar. Es el día en que, por fin, el tiempo parece no existir y la gente se toma la licencia de bailar hasta las 7 de la mañana, hasta que el cuerpo pida a gritos descansar.
La ira del Manso desembarca en Pura Vida alrededor de las tres de la mañana con el noise que la caracteriza y que, al mismo tiempo, se sostiene en las guitarras por de más distorsionadas. El punk melódico invade al público que, por ser excesivamente numeroso, intenta acomodarse en alguno de los costados del bar para, aunque sea mal, deleitarse con el sonido. Después de una hora, le llega el turno a Los Lugosi.
Dos bajos, un sintetizador y una batería es toda la formación de Los Lugosi. En un mundo en el que los guitarristas son mayoría, la carencia de ellos en una banda es de por sí novedosa. Aunque el sonido resulta por momentos hueco a causa de la utilización de bases poco elaboradas, la propuesta no deja de ser atractiva.
La melodía potente de Los Lugosi retumba en las paredes de Pura Vida durante una hora y, finalmente, termina por agotar los oídos de más de doscientas personas que, sin embargo, esperan con ansias a que The Charlie’s Jacket cierre la noche.
La tecnología resuelve. Para las bandas, siempre fue difícil conseguir bateristas. Los músicos abundan, pero los bateristas no. Ahora, en la era digital, una computadora siempre es la mejor solución. Las bases son perfectas y, además, le dan un sonido diferente a las melodías. Ese sonido particular es del que se apropió The Charlie’s Jacket para conformar su rock electrónico, que es festejado por el público platense que desea bailar bajo el ritmo frenético de las imágenes que se proyectan en la pantalla gigante que es vestida por Los Amigos de la Imagen.
El pogo se apropia del pequeño salón en el que se ubica el escenario. La voz de Germen, el frontman de la banda, junto con su presencia escénica, enfundada en una chaqueta que rememora a Napoleón y acompañada por movimientos que constantemente invitan a abandonarse al sonido y, finalmente, perder la cordura, provocan que el baile del público evite la coordinación y se convierta en un empujar constante.
El lugar les queda chico. Es incómodo. Los Charlie’s convocan mucha más gente de la que Pura Vida puede albergar. Soportando empujones con el cuerpo y amontonado, el público inventa recovecos a la fuerza sólo con el objetivo de ser parte de lo que pareciera ser una de las vanguardias de La Plata.
Tras una hora y media de recital, The Charlie’s Jacket se retira después un bis, que parece rareza en tiempos que no dejan lugar a despedidas prolongadas. La energía de Germen, MatMan, Trapo y Bloide sigue rondando por las paredes de aquella casa restaurada de 8 y 60. Se trata de esa misma energía que ellos aseguran convertir en sonidos y que, a su vez, les dan más energías para crear más sonidos.
Esa diversidad es la misma de la que se hacen eco los bares, proponiendo extensas noches de rock, en las que las bandas no necesariamente deben parecerse entre sí. Ampliar el público es uno de los objetivos.
Pura Vida, como buen bar de rock de la ciudad, cada fin de semana intenta juntar a bandas que poco tienen que ver entre sí. Y lo logra. El sábado es la vedette del lugar. Es el día en que, por fin, el tiempo parece no existir y la gente se toma la licencia de bailar hasta las 7 de la mañana, hasta que el cuerpo pida a gritos descansar.
La ira del Manso desembarca en Pura Vida alrededor de las tres de la mañana con el noise que la caracteriza y que, al mismo tiempo, se sostiene en las guitarras por de más distorsionadas. El punk melódico invade al público que, por ser excesivamente numeroso, intenta acomodarse en alguno de los costados del bar para, aunque sea mal, deleitarse con el sonido. Después de una hora, le llega el turno a Los Lugosi.
Dos bajos, un sintetizador y una batería es toda la formación de Los Lugosi. En un mundo en el que los guitarristas son mayoría, la carencia de ellos en una banda es de por sí novedosa. Aunque el sonido resulta por momentos hueco a causa de la utilización de bases poco elaboradas, la propuesta no deja de ser atractiva.
La melodía potente de Los Lugosi retumba en las paredes de Pura Vida durante una hora y, finalmente, termina por agotar los oídos de más de doscientas personas que, sin embargo, esperan con ansias a que The Charlie’s Jacket cierre la noche.
La tecnología resuelve. Para las bandas, siempre fue difícil conseguir bateristas. Los músicos abundan, pero los bateristas no. Ahora, en la era digital, una computadora siempre es la mejor solución. Las bases son perfectas y, además, le dan un sonido diferente a las melodías. Ese sonido particular es del que se apropió The Charlie’s Jacket para conformar su rock electrónico, que es festejado por el público platense que desea bailar bajo el ritmo frenético de las imágenes que se proyectan en la pantalla gigante que es vestida por Los Amigos de la Imagen.
El pogo se apropia del pequeño salón en el que se ubica el escenario. La voz de Germen, el frontman de la banda, junto con su presencia escénica, enfundada en una chaqueta que rememora a Napoleón y acompañada por movimientos que constantemente invitan a abandonarse al sonido y, finalmente, perder la cordura, provocan que el baile del público evite la coordinación y se convierta en un empujar constante.
El lugar les queda chico. Es incómodo. Los Charlie’s convocan mucha más gente de la que Pura Vida puede albergar. Soportando empujones con el cuerpo y amontonado, el público inventa recovecos a la fuerza sólo con el objetivo de ser parte de lo que pareciera ser una de las vanguardias de La Plata.
Tras una hora y media de recital, The Charlie’s Jacket se retira después un bis, que parece rareza en tiempos que no dejan lugar a despedidas prolongadas. La energía de Germen, MatMan, Trapo y Bloide sigue rondando por las paredes de aquella casa restaurada de 8 y 60. Se trata de esa misma energía que ellos aseguran convertir en sonidos y que, a su vez, les dan más energías para crear más sonidos.
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